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Libro

Barcelona, con aroma francés

Un libro explora la huella cultural que Francia ha dejado en la capital catalana en las últimas décadas

El combate en Barcelona entre Jack Johnson y Arthur Cravan en 1916 Ajuntament de Barcelona

Bajo el título «La ciutat incandescent», un ensayo escrito por Ricard Ripoll y publicado por el Ayuntamiento de Barcelona, se nos propone un viaje por la huella que la cultura francesa ha dejado en la capital francesa. Una propuesta en la que cabe desde el arte a la literatura pasando por el cine. Todo ello empieza cuando varios escritores y pintores decidieron pasar los Pirineos para saber qué pasaba al otro lado de la frontera en un país idealizado por la «Carmen» de Mérimée. Sin embargo a los franceses no les interesó la Barcelona industrial de finales del siglo XIX. Uno de los que pasó por aquí, aunque solamente por veinte horas, fue Stendhal quien evocó su estancia en «Mémoires d’un touriste».

Con la entrada en el XX, Barcelona tuvo una especial fascinación para algunos autores, especialmente para un poeta y boxeador llamado Fabian Avenarius Lloyd, célebre por su alias de Arthur Cravan.Fue en la ciudad donde en 1916 protagonizó un celebérrimo combate de boxeo con el campeón del mundo Jack Johnson. El crítico de arte Bertrand Lacarelle definió aquello como el primer «happening» de la historia del arte.

Por esa época, con la Primera Guerra Mundial acechando en Europa, algunos intelectuales buscaron refugio en suelo barcelonés, como ocurrió con Otho Lloyd, Serge Charchoune, Albert Gleizes, Marie Laurencin y los Delaunay. Francis Picabia sería en ese tiempo uno de los principales artistas en la programación de las Galeries Dalmau.

Y ya que hablamos de artistas de vanguardia, no está de más recordar que en Barcelona divulgaron sus ideas dos de los principales teóricos del movimiento surrealista como fueron André Breton y Paul Éluard.

Lo que fue conocido como el barrio chino, es decir, lo que hoy entendemos como el Raval, ha ejercido una especial atracción para muchos, también para los literatos franceses. Quien sacó mayor partido de esto fue Jean Genet en su «Diario de un ladrón» donde expone su pasado canalla en la ciudad. Genet se prostituía y se travestía en La Criolla, el local por el que pasó la filósofa Simone Weil. Ya como periodista, Weil regresó en 1936 a Barcelona incorporándose en la columna Durruti.

La capital catalana es algo más que el escenario en algunas obras francesas, como es el caso de la novela de Georges Bataille «El azul del cielo» donde se presagia la Guerra Civil. El conflicto bélico, con algunas miradas barceloneses, lo encontramos en otros dos títulos como son «La esperanza» de André Malraux y «El Palace» de Claude Simon. Ambos títulos tienen como centro, al referirse a Barcelona, al célebre Hotel Colón.

Tras el fin de la guerra, habrá un tiempo en el que parecerá que las letras francesas prefieren olvidarse de Barcelona, con la excepción de alguna mirada a través de la novela negra. La excepción vendrá con «Al margen», el libro con el que André Pieyre de Mandiargues obtuvo el Goncourt en 1967, protagonizada por un personaje que vive al margen de la sociedad en una ciudad que intenta resistir a la opresión franquista. La estatua de Colón se convierte en uno de los principales símbolos del relato de Mandiargues.

Otra novela ganadora del Goncourt, en este caso 2014, tampoco se olvida de Barcelona. Se trata de «No llorar», de Lydie Salvayre, donde expone una recuperación del pasado a través de los recuerdos de una madre que vivió los horrores de la Guerra Civil y el posterior exilio. La escritora, hija de padre andaluz y madre catalana, explica la historia de esta última, de Montserrat y que con quince años se traslada en 1936 a la capital catalana.

La literatura francesa también se sintió interesada por la transformación de Barcelona. El momento anterior a los Juegos Olímpicos quedó plasmado en «Un ruban noir» de Vincent Borel. Por su parte, Frédéric Beigbeder lleva a su protagonista Oscar Dufresne en «L’Égoïste romantique» a la Barcelona posterior a 1992, cuando se ha convertido en la capital europea festiva por antonomasia. Es una ciudad narrada con los ojos propios de un «enfant terrible» que come jabugo.