Memoria histórica

Cuando un herido de guerra inventó el futbolín en Montserrat

La historia de este juego se inicia durante la contienda bélica en 1936

Un futbolín clásico.
Un futbolín clásico.La Razón

A veces se puede cambiar el mundo desde los lugares más insospechados. Eso es lo que pasó con algo capaz de unir a tantas personas como es el futbolín. Pero ¿quién fue su responsable?

Para saber sobre la historia del futbolín nos tenemos que trasladar hasta los primeros meses de la Guerra Civil en Barcelona, cuando un joven anarquista es herido durante un bombardeo fascista en las calles de Barcelona. Las lesiones provocadas por la metralla obligó que el muchacho acabara buscando curación y reposo en la montaña de Montserrat, convertida durante la contienda bélica en una suerte de centro de recuperación y rehabilitación. Durante los largos y tediosos días, el enfermo que se llamaba Alejandro Finisterre contempló desde la ventana a los adultos dándole al balón mientras que los más pequeños, lisiados y heridos, no podían jugar al fútbol. Fue en ese momento cuando Finisterre empezó a pensar en alguna fórmula para que todos pudieran practicar el deporte y esa sería el futbolín.

Finisterre, con la complicidad de un carpintero amigo llamado Francisco Javier Altuna, ideó una suerte de tableros en los que sobre unas varillas se instalaron las figuras de unos jugadores de madera de boj que competían con una pelota de corcho aglomerado. A finales de 1936, el primer futbolín de todos los tiempos fue patentado en Barcelona. Sin embargo, Finisterre no tuvo mucha suerte. El avance de las tropas de Franco hacia la capital catalana acabaron obligándole a pasar la frontera.. Por el camino perdió varias cosas, entre ellas la documentación relacionada con la patente.

Uno de los colaboradores de Finisterre en el futbolín, Magi Muntaner, también tomó la ruta del exilio a consecuencia de los conocidos como “sucesos de mayo” vividos en Barcelona en 1937. En una carta que nuestro protagonista escribió al hispanista Gabriele Morelli y que se incluye en su nuevo libro “Las habitaciones de la memoria” explicaba que Montaner empezó a construir futbolines en Perpiñán, aunque con el estallido de la Segunda Guerra Mundial lo dejó todo para luchar contra los nazis. “Al fin de la contienda en París un socio francés de Muntaner inicia la fabricación de futbolines a pequeña escala. Inmediatamente le copian multitud de carpinteros y minúsculos fabricantes”, escribe sobre algo que hizo pensar, tras la liberación, que el invento había sido traído por las tropas estadounidenses a suelo francés.

Alejandro Finisterre finalmente llegó a un acuerdo con la firma que fabricaba a mayor escala los futbolines en Francia. Con el dinero obtenido pudo instalarse en América convirtiéndose en un destacadísimo editor, además de ser el albacea literario de Juan Larrea y León Felipe y poeta al que ilustró Picasso. Su vida tan apasionantes como desconocida para el gran público, en la que destaca su romance con Frida Kahlo, dio pie a un libro de memorias que sorprendentemente sigue inédito. El capítulo que Morelli dedica en su autobiografía anteriormente citada es una delicia.