Investigación artística

Cuando Picasso se perdió en Gósol para cambiar el arte

Un libro explora la temporada que pasó el artista malagueño en el pueblo del Pirineo de Lleida y que fue fundamental para el nacimiento del cubismo

Fernande Olivier y Pablo Picasso, en Montmartre
Fernande Olivier y Pablo Picasso, en MontmartreMuseo Picasso de París

En 1906, Pablo Picasso aún no era el nombre que se encargó de revolucionar el arte del siglo XX, pero ya trabajaba en ese camino desde su estudio del Bateau Lavoir, en el barrio parisino de Montmartre. Pero no fue en la capital francesa donde encontró las herramientas con las que llevar a cabo esa obra sino en un pueblo perdido en el Pirineo de Lleida llamado Gósol. Hablamos de una estancia muy importante para Picasso, pero que no suele ser uno de los aspectos más analizados en las biografías dedicadas al genio malagueño.

Comanegra acaba de publicar un trabajo de Iñaki Rubio titulado «Pau de Gósol. Picasso al Pirineu» donde se analiza precisamente ese capítulo de la vida y la obra picassianas. El libro es la búsqueda de una huella: la dejada por Pîcasso en Gósol y la que Gósol dejó en el propio Picasso.

Esta es una historia que se inicia, en el relato de Rubio, cuando el pintor es un joven de 24 años que trata de salir adelante en el taller en el que sobrevive con sus luces y sus sombras en la plaza Ravignan, una de las entonces partes más pobres de París, por no decir la que más lo es. Pese a todo, en esa comunidad el pintor había creado su propio grupo, acompañado de su pareja Fernande Olivier y de escritores como Max Jacob, Guillaume Apollinaire o André Salmon, con galeristas pululando a su alrededor y con coleccionistas importantes llamando a su puerta, como era el caso de la escritora estadounidense Gertrude Stein.

Picasso en ese momento, como recoge el libro, buscaba poder crear «una cosa nueva», nada de imitar el estilo de nadie. Así que la solución estaba al otro lado de la frontera.

Tras pasar unos pocos días en Barcelona, donde presentó Fernande a su familia, emprendieron un difícil viaje por vías no acostumbradas al tráfico de viajeros, instalándose finalmente en una fonda llamada Cal Tampada en Gósol.

En aquel pueblo, Picasso trabajó mucho, además de mantener el contacto con sus amigos parisinos gracias a las cartas que se escribían. De esta manera podemos saber que Pablo y Fernande contemplaban desde el balcón de su habitación el baile con música que había en la plaza.

En esos días, Picasso llevaba con él una libreta que ha pasado a la historia del arte como «Carnet Catalán». Está plenamente dedicado a Gósol, aunque también hay curiosidades como una copia del canto V del poema «Vistes al mar», de Joan Maragall, uno de los poetas favoritos del artista. También encontramos bocetos, pruebas de color y numerosos apuntes. Todo ello convierte el cuaderno en una suerte de diario personal gráfico de esa estancia.

También en el pueblo se hizo con nuevas amistades que se convirtieron en aliados. Fue el caso de un anciano, dueño de Cal Tampada y que se llamaba Josep Fondevila Foix. Picasso admiró las historias que relataba, idealizando al viejo como un libertario, casi un anarquista. El pintor lo retrató en muchas ocasiones, empezando de una manera realista hasta avanzar a un nuevo terreno.

Esa es precisamente la importancia de Gósol en la biografía picassiana: llevar a Picasso a un terreno hasta entonces desconocido para su trabajo. Porque en ese rincón del Pirineo, el pintor, que se hace llamar Pau de Gósol, se encontró con el románico. En la vieja y destartalada iglesia de la localidad, Picasso pudo contemplar y estudiar la estatua de la Virgen que lleva el nombre de Gósol y que hoy se conserva en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (Mnac). Tal y como matiza Iñaki Rubio en su libro, para el artista fue muy importante encontrar aquella pieza del románico catalán en su contexto original, en la hornacina en la que debía estar expuesta. Ahí encontró, en esa escultura, la clave para el retrato de Gertrude Stein que dejó inconcluso en el caballete de París al no saber como realizar esa obra. Es la fuente a partir de la cual surgirá el cubismo.

Porque de ese verano de 1906 en Gósol parte el camino que llevará a Picasso hasta el cuadro con el que todo cambiará, es decir, «Las señoritas de Aviñón», una tela que comienza a perfilar en su cabeza esos días. Buena prueba de ello es que durante su estancia pintó «El harén», una composición todavía continuadora de lo que había sido la llamada época rosa, que bebe de su admiración hacia Ingres y Derain. Sin embargo, la disposición de los personajes femeninos y algunos de los elementos que los acompañan, volverán más tarde en la gran pintura con ecos del prostíbulo de la barcelonesa calle Avinyó.

El autor de «Pau de Gósol», por otro lado, ha intentado seguir la pista de algunas de las mujeres del pueblo en ese tiempo, especialmente una llamada Hermínia y que parece que fascinó a Picasso hasta el punto de retratarla en una de las más importantes obras de esos días: «La mujer de los panes». Iñaki Rubio especula con la posibilidad de que se tratara de una relación prohibida y secreta en Gósol. a espaldas de la pobre Fernande, con quien regresó el artista a París.

Fernande, en su imprescindible libro de recuerdos, explica que partieron de Gósol de manera precipitada porque la nieta de Fondevila había contraído unas fiebres tifoideas que habían causado en Picasso una reacción hiponcondríaca. Sin embargo, los documentos de la época demuestran que no hubo ninguna epidemia en el pueblo durante la estancia picassiana. Probablemente la fiebre que afectaba a Picasso era otra: el deseo de ponerse a pintar en el Bateau Lavoir.