
Diada
Rafael Casanova, el eterno verdadero protagonista de la Diada
La jornada comienza llevando flores a la estatua de quien fue conseller en cap en 1714

Como todas las Diadas, la celebración nos obliga a recordar a quien pasarán los años y los presidentes de la Generalitat, pero seguirá siendo el gran nombre propio. Es el conseller Rafael Casanova. Nacido en el seno de una familia de terratenientes, el joven Casanova terminó trasladándose a Barcelona para forjar su futuro. Fue en la capital donde cursó estudios de Derecho, una formación que culminó con la obtención de su título y el inicio de su ejercicio como abogado a la temprana edad de 18 años.
Su vida personal tomó forma a los 36 años cuando contrajo matrimonio con Maria Bosch i Barba, una viuda con la que tendría cuatro hijos. Sin embargo, la tragedia se cebó con la familia en 1704, cuando Maria falleció durante un parto, dejando a Casanova viudo y al cargo de sus hijos. Ese luto personal se enmarcó en el inicio de la mayor convulsión política y militar que viviría el país. Al año siguiente de la muerte de su esposa, en 1705, la Guerra de Sucesión, un conflicto que en 1701 tomó una enorme dimensión europea, irrumpió con fuerza en Cataluña. La guerra tenía su origen en la muerte sin descendencia en 1700 de Carlos II, el último monarca de la Casa de Austria. Su herencia, el vasto imperio español, enfrentó a dos pretendientes: Felipe de Anjou, apoyado por Francia y proclamado ya como Felipe V, y el Archiduque Carlos de Austria, por quien finalmente apostaron las instituciones catalanas, decantando así el destino de Casanova y del país hacia la confrontación.
Con una lealtad inquebrantable, Rafael Casanova con todas sus fuerzas a la causa del Archiduque Carlos de Austria. Su compromiso fue absoluto: llegó a prometer al pretendiente que Barcelona se le entregaría en defensa de su candidatura al trono "costara lo que costara", una frase que acabaría sellando su destino y el de la ciudad. Esa promesa se puso a prueba durante el feroz y sangriento sitio que las tropas borbónicas impusieron a la capital catalana. Casanova, ya en el cargo de conseller en cap (consejero jefe) de Barcelona, vivió el horror del asedio en primera línea, compartiendo el liderazgo de la defensa con el también jurista Francesc Gallart.
Según relatan las crónicas de la época, ambos dirigieron la resistencia desde las calles barcelonesas aplicando una mano dura, imponiendo el orden y la disciplina entre una población sometida al hambre y los constantes bombardeos. Su gestión, descrita como severa pero eficaz, fue crucial para organizar la defensa. Esta férrea determinación logró su objetivo inmediato: tras una encarnizada resistencia, las tropas felipistas se vieron forzadas a levantar el sitio y marcharse, concediendo a Barcelona una victoria temporal pero crucial que avivó la moral de la causa austracista.
En 1713 se firmó el Tratado de Utech, entre España y Gran Bretaña, por el que Felipe V pasaba a asegurarse el ser sucesor de Carlos II, al mismo tiempo que se comprometía a amnistiar a los catalanes, además de concederles mismos privilegios que los ciudadanos de Castilla. Carlos de Austria aconsejó a quienes habían sido sus aliados que se acogieran a este acuerdo, pero Cataluña decidió prolongar aquella guerra por su cuenta y riesgo. Casanova decidió seguir y no quiso negociar con Felipe V pese a las varias peticiones que se le hicieron al respecto. Asediada por las tropas borbónicas, la situación en Barcelona acabó siendo caótica y penosa hasta desembocar en el ataque final del 11 de septiembre de 1714 siendo Casanova herido. La derrota era un hecho.
Tras la caída de Barcelona en 1714, las nuevas autoridades borbónicas impusieron su justicia sobre los vencidos. En el caso de Rafael Casanova y otros líderes de la resistencia, la condena no fue la prisión, sino una sanción económica destinada a anular su poder e influencia: la incautación perpetua de todas sus propiedades y bienes. A pesar de este severo castigo, que lo dejó en la ruina, Casanova demostró una notable resiliencia. Logró seguir viviendo y ejerciendo su profesión de abogado en Barcelona durante un tiempo, gracias a que las autoridades le permitieron practicar el derecho. Su capacidad legal le fue de utilidad para, en un giro notable, recuperar con el tiempo una de sus propiedades más preciadas: su casa en Sant Boi de Llobregat. Fue allí donde, alejado de la primera línea de la vida pública, el que fuera conseller en cap decidió instalarse para pasar sus últimos años.
Pese a todo, la sombra de su pasado siempre lo persiguió. Se dice, aunque no está probado documentalmente, de que durante su retiro en Sant Boi mantuvo contactos discretos con los círculos de la oposición austracista exiliada lo que alimenta la leyenda del líder que, incluso en la derrota, nunca abandonó por completo sus convicciones.
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