Nueva York

Cate Blanchett: «Allen tiene la brusquedad de quien lleva años en lo más alto»

Cate Blanchett: «Allen tiene la brusquedad de quien lleva años en lo más alto»
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Su decisión de apartarse del cine para centrarse en la dirección de la compañía de teatro de Sidney junto a su esposo, Andrew Upton, sentó como un jarro de agua fría en la industria cinematográfica, que se vio obligada a renunciar a la que muchos llaman ya «la nueva Meryl Streep». Sin embargo, su trabajo en Australia, su país natal, no le ha impedido continuar participando en algunas películas. Si ya se había convertido en una de esas estrellas que pueden rechazar proyectos, con tres hijos y su trabajo como directora artística las posibilidades se reducían todavía más. Pero, aunque no existen muchas certezas en el mundo de la interpretación, con Woody Allen aparece la excepción que confirma la regla: ningún actor le dice que no. Aunque eso implique bajarse el caché...

-Ni siquiera usted, convertida ya en toda una dama del teatro, se ha resistido a los encantos cinematográficos del director neoyorquino.

-Cuando Woody Allen te llama sabes que vas a decir que sí; ni siquiera esperas a recibir un guión para decidir hacerlo. Después, cuando lo leí, me di cuenta de que era una auténtica pasada. Descubrí una historia fantástica, sorprendente y con unos personajes perfectamente dibujados.

-Encarna a una mujer que de la noche a la mañana pasa de formar parte de la clase alta de Nueva York a tener que vivir en casa de su hermana sin dinero ni marido. Los antidepresivos y el alcohol se convierten en su modo de afrontar la nueva vida.

-Ella está absolutamente destrozada: su identidad hasta ese momento en que se queda sin nada está diluida, escondida. Después, no sólo se trata de que cambie de nombre, sino que se mueve, se viste y se reinventa a sí misma completamente, sin ninguna conexión con sus comienzos. Creo que aunque ella no hubiera tenido esa vergonzosa y espectacular caída en desgracia debido a las «indiscrecciones» financieras de su marido, se hubiera rebelado de todas formas.

-Probablemente, encarnar a una persona que sufre una situación mental tan límite sea uno de los grandes desafíos de la interpretación.

-Si alguna vez has pasado tiempo con alguien que sufre una crisis o que tiene una enfermedad mental te das cuenta de que la locura no es un sitio en el que se está cómodo. Sobre todo, si el paciente es consciente de sus problemas. Efectivamente, fue lo más desafiante de mi personaje. Su carácter prácticamente dependía del cóctel de pastillas y alcohol que se hubiera tomado en cada momento. Ella se ha convertido en un personaje que, cuando llega a San Francisco, no tiene ningún sentido. Ni siquiera sabe quién es. Pensé mucho en ello. Y en Shakespeare. ¿Quién es el rey en «Hamlet»? Resulta importante esa cuestión teatral de saber qué es lo que hay en el centro de tu personaje.

-¿Contactó con gente que padece algún tipo de enfermedad mental para preparar el personaje?

-Es increíble lo que se encuentra en Youtube: hay mucha gente hablando sobre los efectos de un ataque de pánico. Gracias a Dios nunca lo he tenido. Fue fascintante, impactante y me rompió el corazón.

-Pero Jasmine no es sólo una mujer de-sequilibrada; su personaje también se puede interpretar como el de una heroína trágica, una víctima de la crisis económica.

-Existe una fantasía sobre el lugar que Estados Unidos ocupa en el mundo. Una de sus grandes exportaciones es la fantasía a través, principalmente, del cine. La otra es el armamento. Esta contradicción convierte a la norteamericana en una cultura muy interesante. Jasmine es una especie de metáfora de eso. Creo que gracias a eso tiene tanta conexión con la actualidad. El tiempo dirá si el interés por esta historia continúa en un futuro, aunque tratándose de Woody Allen seguro que es así. El colapso bancario, la crisis financiera internacional... todo eso forma parte de la experiencia de Jasmine. Se encuentra a sí misma inmersa en esa situación trágica y absurda. No fue un personaje fácil con el que coexistir: es bastante intensa y ridícula.

-Steven Soderbergh, Scorsese, Spielberg, Peter Jackson... Su filmografía está repleta de grandes directores, pero, seguramente, ninguno como Woody Allen.

-Es increíblemente pragmático. Creo que la mayoría del trabajo de dirección está hecho de antemano en el guión. Todas las pistas, las sugerencias, las distintas situaciones en que se encuentran los personajes están escritas. Al rodar, él sabe perfectamente cuando funciona una escena y cuando no. Tiene la brusquedad de alguien que ha estado en lo más alto durante muchos años: algo emociona o no, es divertido o no, el «gag» funciona o no lo hace, es interesante o aburrido. No existen las medias tintas. Es categórico y muy claro. Y no dice nada a no ser que tenga que hacerlo. Muchas veces la dirección proviene del propio lenguaje corporal del director.

-Para una actriz australiana que trabaja mucho en teatro, ¿cómo funciona llevarse bien con Hollywood?

-Con respecto a las súperproducciones, en los últimos años, toda la industria de Hollywood se ha derrumbado: la «piratería», la complicada financiación de las películas tras la crisis... En todo caso, no sé hasta qué punto era necesario hacer ese tipo de películas.

-Pero usted trabajó en toda la saga de «El señor de los anillos».

-Sí, porque me encantaban los libros y Peter Jackson era el director. Fue fantástico. No creo que fuera absolutamente necesario que estuviera en ella, pero imagino que vieron que había muy pocas chicas en la película. Durante mi carrera nunca quise llegar a ningún sitio en particular, sólo trabajar con gente interesante o proyectos que lo fueron. Y ésta era una de ellas.

-¿Echa de menos ese tipo de experiencia cuando trabaja de directora artística en el teatro?

-Obviamente, no tiene una audiencia tan masiva. Además, desaparece. Si no asistes, se pierde; ni siquiera se graba, pero eso es precisamente lo que lo convierte en algo mágico.

-Acaba de trabajar con otro de los grandes, Terrence Malick.

-Malick es tan diferente a Woody. Terry me encanta, creo que es un ser humano fascinante y complejo. Siempre hace algo diferente: no sé si es una película, o filosofía o poesía o teología... Se trata de algo más. No sé cuál será mi participación, pero eso es parte del contrato con él. No sabes cómo va a ser el producto final.