Ciencia
Cómo esconder oro a los nazis
A los científicos Niels Bohr y George Hevesy les habian confiado dos medallas de oro de premios Nobel. Su objetivo: esconderlas de los nazis.
Los científicos Niels Bohr y George Hevesy recorrían nerviosos el laboratorio, pensando en la mejor solución para el problema que tenían entre manos. Esto no era como los experimentos de química a los que estaban acostumbrados. Esta vez si algo salía mal habría vidas en juego. Su objetivo: esconder dos medallas de oro a los soldados nazis. Su castigo si fallaban: la muerte.
El oro de los científicos
Durante la primera mitad de la Segunda Guerra Mundial las fuerzas alemanas parecían invencibles, conquistando cada territorio a pesar de los esfuerzos de los países aliados para contenerlos. Dentro de la Alemania nazi proliferaba la pobreza y la discriminación. Cualquiera era un posible enemigo, y cualquier mínima sospecha era atajada condenando al acusado a un campo de concentración en el que pasaría sus últimos días.
Esta situación también afectó a los científicos alemanes, obligados a elegir bando y lidiar con la posibilidad de perder todo lo que tenían. Uno de estos casos es el del físico Max von Laue, galardonado con el Premio Nobel de Física en 1914 por sus estudios sobre la cristalografía con rayos X. A pesar de sus avances y su posición respetable en la Universidad de Berlín, era descendiente de judíos, lo que hizo que estuviera en el punto de mira del régimen. Durante la guerra requisaron todas sus pertenencias y le retiraron del cargo de investigador, siendo recluido en el gueto. Aun así dedicó todo el tiempo que pudo a ayudar a otros científicos judíos y disidentes a escapar del país.
Otro caso similar es el de James Franck, un científico alemán experto en física teórica que dimitió de su cargo en la Universidad de Gotinga en forma de protesta, cuando el partido Nacional-Socialista alemán alcanzó el poder. En los años siguientes se dedicó a ayudar a los científicos exiliados de Alemania a encontrar asilo en otros países, y finalmente viajaría a Estados Unidos para participar en el Proyecto Manhattan que acabaría de manera abrupta con la guerra.
Ambos científicos habían recibido un premio Nobel de Física, un hecho que normalmente da prestigio pero en este caso complicaba su situación. El premio no es solo un diploma, sino que incluye un premio económico para el laboratorio y una medalla de oro de 23 quilates, de unos 200 gramos y del tamaño aproximado de la palma de la mano, con la cara de Alfred Nobel grabada junto al nombre del ganador.
Esta medalla podía ser un recurso económico ideal, pero en la Alemania nazi lo más fácil era perderla para siempre. Todo el oro de los judíos y los disidentes era requisado en nombre de la guerra, y el acto de sacar el oro para esconderlo en otro país era considerado un delito. Además, tampoco podía ser usada como soborno ya que las medallas vienen con el nombre de su propietario grabado, actuando como un carnet de identidad en el peor momento.
Por estos motivos, ambos ganadores enviaron sus medallas a Dinamarca a comienzos de la Guerra, cuando aún no había un control tan estricto de lo que entraba y salía de Alemania. De este modo podrían conservarlas y usarlas en el futuro. Lo enviaron al Instituto de Física Teórica de Copenhague, liderado por su amigo y colega químico Niels Bohr. Este centro de investigación se había mostrado abiertamente en contra del régimen nazi y se habían comprometido a proteger a la comunidad científica judía. Por ese motivo, aceptaron esconder las medallas en sus laboratorios, a sabiendas de que si en algún momento los alemanes las encontraban significaría la pena de muerte tanto para ellos como para sus propietarios.
El problema vino en 1940, cuando las fuerzas alemanas tomaron Copenhague. Entraron con tanques dispuestos a arrasar con todo y a saquear todos los recursos posibles de sus adinerados habitantes. Por supuesto, los soldados alemanes sabían de las ayudas del Instituto de Física teórica, y todo dependía de si llegaban o no a encontrar las dos medallas de oro entre las pertenencias del laboratorio y sus integrantes.
Nada más recibir la noticia de la invasión alemana, Niels Bohr y su compañero de laboratorio George Hevesy sacaron las medallas de la caja fuerte. Sabían que en unas horas tendrían tropas alemanas en su búsqueda. Había que hacerlas desaparecer, y rápido.
Lo primero que se les ocurrió fue enterrarlas, como estaban haciendo otros compañeros con sus joyas en sus jardines o incluso en el bosque cercano. Pero Bohr rechazó la idea, ya que había escuchado rumores de que los soldados alemanes cavando en las zonas de tierra batida para comprobar si había algo debajo. Esconderlas en la caja fuerte era impensable, y alguna solución sofisticada como un hueco entre las paredes requeriría demasiadas horas y dejaría muchas pruebas. Se les acababa el tiempo, así que empezaron a pensar como químicos y tomaron una decisión: iban a disolver las medallas.
Un frasco anodino
Disolver oro no es una tarea sencilla. Desde el punto de vista químico, el oro es un elemento muy estable. No reacciona químicamente ni se disuelve en la mayoría de compuestos conocidos. Pero existe una excepción: el agua regia. Se llama así a la mezcla de tres partes de ácido clorhídrico y una parte de ácido nítrico. Esta disolución es tan ácida que es capaz de separar los átomos de oro y disolverlos formando un líquido de color anaranjado.
Disolver pequeñas pepitas de oro es rápido, pero medio kilo de oro en forma de dos medallas necesita horas. Con un ojo en la puerta y otro en el agitador, Hevesy disolvió las medallas durante toda la tarde que duró la invasión alemana a Copenhague. Al caer la noche no quedaba casi nada de las medallas, así que dejó el bote con el líquido anaranjado en la estantería de reactivos, y al día siguiente pensaría donde esconderlo. No pudo volver al laboratorio hasta cinco años después.
El Instituto de Fisica Teorica fue cerrado e invadido por los soldados alemanes esa misma noche, en busca de reactivos que usar en sus investigaciones de nuevas armas químicas. Permaneció cerrado y vigilado hasta el final de la guerra, ya que se consideraba que los compuestos químicos de su interior podían ser peligrosos en malas manos. Durante este tiempo, los científicos no supieron más de sus medallas disueltas. No supieron si había sido un éxito o ya habían cazado a los propietarios en Alemania.
Al acabar la guerra en 1945, Hevesy pudo volver al laboratorio. Todo había sido desordenado, y muchos botes habían cambiado de sitio. Estaba claro que los soldados habían registrado palmo a palmo todo el edificio. Todo estaba cubierto por una gran capa de polvo y en el aire se notaba el ligero olor tóxico de aquellos compuestos que se habían desecado. Pero daba igual, los ojos de Hevesy solo miraban el bote de líquido anaranjado que permanecía en la estantería completamente ignorado. Habían ganado.
En 1950 todo se había calmado y muchos países retomaban el contacto. Hevesy entonces tomó la decisión de volver a precipitar el oro del bote que mantenía en secreto. Ahora era una masa dorada sin forma definida, pero seguía siendo igual de valiosa. A su petición, la Fundación Nobel fundió el oro y volvió a formar las medallas originales.
Todo terminó con una ceremonia especial en 1952, en la que las medallas volvieron a sus propietarios. Ya no eran las mismas medallas de oro de antes de la guerra. Habían sido disueltas, fundidas y mezcladas, pero lo más importante es que estuvieron a salvo. Como sus ganadores.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Hevesy ganó su propio Premio Nobel en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial. Fue el primero en usar las trazas de isotopos para estudiar la antigüedad de los materiales biológicos, que luego pasaría a formar la famosa prueba del carbono 14.
REFERENCIAS:
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