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Auroras boreales en España

Durante los últimos siglos el cielo de nuestro país ha podido ver auroras boreales. Fenómenos que normalmente solo ocurren en los círculos polares.

Auroras boreales
Auroras borealeslarazonLa Razón

Los pueblos están llenos de leyendas. Solo hay que saber a quién preguntar y todo un mundo de fábulas se abrirá ante ti. La exageración engendra un mundo fantástico que nunca fue, al menos no como cuentan. Recuerdo cuando mi abuela me contó que, un invierno en Pontedeume (un pueblo al noroeste de Galicia), el frío era tan intenso que llegaron a ver auroras boreales iluminándose en la noche y reflejando sus luces sobre la ría. Yo era pequeño, pero aquello me pareció imposible. Las auroras no tienen que ver con el frío, sino con los polos magnéticos de la Tierra, que resultan estar en regiones heladas. Le dije que aquello simplemente no podía ser, aunque sospecho que no debí de parecerle demasiado convincente. Y lo cierto es que mi abuela hizo bien en desconfiar.

Yo estaba equivocado y su historia no era tan descabellada como pensaba. Las auroras no tienen nada que ver con el frío, efectivamente. Sin embargo, si buceamos en los registros del siglo pasado, encontraremos que una noche de 1989 el cielo se tiñó de un rojo intenso en Galicia. Aquello era una aurora, y no era la primera. Antes que esta hubo otras y una de ellas llegó a bañar casi todo el globo, desde el Norte hasta el Caribe y desde el Sur hasta Santiago de Chile. Dicen que la noche se hizo día y que el brillo permitía leer el periódico con facilidad. Esta “magia” improbable recibió un nombre que todavía hoy recordamos: el evento Carrington.

Manchas en el Sol

Puede que las luces del norte cubrieran el cielo de España el 2 de septiembre de 1859, pero lo cierto es que el evento Carrington empezó antes que todo eso, antes de que la noche se hiciera día. El 28 de agosto, el Sol ya mostraba un aspecto extraño bajo el telescopio y su superficie aparecía perlada de manchas oscurecidas. Zonas negruzcas por estar más frías que sus alrededores. Lo lógico sería pensar que el plasma enfriado volvería a hundirse, como ocurre con los fluidos aquí, en la Tierra, con los mismos movimientos convectivos que ocurren con las volutas de leche en un café. Al poner la leche y estar más fría que el café, esta se hunde creando una columna blanca que, al calentarse, asciende por los laterales de la taza dibujando complejas figuras. Entonces, por qué no se hunden las manchas solares ¿Por qué las podemos seguir viendo?

Fotografía de la región activa 1520. La gran mancha de la parte inferior izquierda mide 140.000 kilómetros de largo. (Fotografía de la NASA)
Fotografía de la región activa 1520. La gran mancha de la parte inferior izquierda mide 140.000 kilómetros de largo. (Fotografía de la NASA)mancha solar

El problema está en pensar que el plasma enfriado es más denso que el caliente, porque el motivo por el que se enfría, en este caso, es precisamente la presión, el “empuje” que genera el campo magnético solar sobre partes profundas del plasma. Esta presión tiende a expandir algunas regiones, y como todo fluido que se expande manteniendo el resto de condiciones iguales, su temperatura disminuirá. Estas “burbujas” dilatadas, frías y oscurecidas, ascenderán hasta la superficie del Sol, donde, algo más lejos del influjo del campo magnético, empiezan a equilibrar su temperatura hasta desaparecer. En cualquier caso, estas partes especialmente negruzcas se llaman umbras y están rodeadas por las zonas de penumbra, algo menos oscurecidas.

Estos campos magnéticos, a su vez, están producidos por el movimiento de las partículas que componen el Sol en toda su profundidad. Así pues, dado que unas se afectan a las otras, y las otras a las unas, se vuelven difíciles de predecir. Lo que sí puede anticiparse es que, cuando aparecen muchas de estas manchas, es más probable que tenga lugar una fulguración solar, precisamente lo que sucedió el 1 de septiembre de 1859. Estas fulguraciones son liberaciones repentinas de radiación electromagnética, que precisamente por su magnetismo, al emerger de la superficie solar, arrastran con ellas partículas cargadas. Electrones, protones y otras partículas emprenden un viaje a través del vacío acompañadas por radiación electromagnética como, por ejemplo, rayos X. Un fenómeno que suele denominarse “eyección de masa coronal”.

Así pues, Richard Carrington y Richard Hodgson estaban estudiando las extrañas manchas del Sol cundo, independientemente y por primera vez en la historia de la humanidad, vieron el brillo de una fulguración solar y cómo este se desplazaba por la superficie durante 5 minutos antes de desaparecer. La radiación electromagnética es una forma de referirse a la luz, tanto visible como no visible. Así pues, esa parte de la eyección necesitó apenas 8 minutos para cruzar el vacío hasta la Tierra. Sin embargo, las partículas tardaron algo más, unas 17 horas y media.

Luces en el cielo y en las ciudades

Normalmente, la Tierra es golpeada por vientos solares compuestos de estas partículas cargadas eléctricamente. Al tener carga eléctrica, se ven desviadas por las líneas de campo magnético que rodean a nuestro planeta y, como si fueran autopistas, las conducen haciendo tirabuzones hasta los polos, desde donde emergen las líneas, casi perpendiculares a la superficie. Allí chocan con los átomos de nuestra atmósfera, ionizándolos y desprendiendo partículas de luz, fotones, que nosotros vemos como auroras boreales. En el caso del evento Carrington el óvalo de auroras (la zona donde suelen ser visibles) se amplió cubriendo más de medio mundo, llevando auroras a lugares donde no habían sucedido en más de 500 años.

Representación de las líneas de campo magnético de la magnetosfera solar
Representación de las líneas de campo magnético de la magnetosfera solarNASADominio Público

Dicen que las auroras fueron tan desmesuradas que, unos mineros en las Montañas Rocosas confundieron su luz con el amanecer y empezaron a desayunar (curiosamente la etimología de aurora viene de la raíz indoeuropea aus- que significa algo similar a “brillo del Sol naciente”) Puede que no les hiciera demasiada gracia el madrugón, pero resulta hasta divertido. Sin embargo, otras consecuencias sí que llegaron a un punto realmente trágico.

La tormenta electromagnética también afectó a los aparatos electrónicos, que, por suerte, por aquel momento no eran muchos. De hecho, hacía apenas 16 años desde la instalación de las primeras líneas de telégrafos. Las comunicaciones se interrumpieron y muchos telégrafos comenzaron a desprender chispas, y según cuentan, llegaron a ser causantes de electrocuciones e incluso incendios.

Solo el principio

Por supuesto, esto era solo el principio. Aunque no hemos vuelto a vivir una tormenta solar tan intensa, nuestra tecnología se ha desarrollado hasta el extremo, volviéndonos totalmente dependientes. Así pues, tormentas mucho menores que esta han ocasionado daños enormes. Desde entonces han sido causantes de apagones, por ejemplo, en una planta hidroeléctrica de Quebec, así como afectando a los satélites y por lo tanto a las conexiones sin las cuales ya no sabemos vivir: televisión, radio, Internet.

No hay nada que nos haga pensar que esto ha terminado. Es completamente natural que sigamos recibiendo fulguraciones durante las próximas décadas, y aunque estamos cada vez más protegidos contra ellas, los daños que causaría una como la de 1859 son incalculables. Hasta entonces, lo único que está en nuestra mano es aprender sobre ellas. Aprender a predecirlas, a minimizar sus efectos y a desarrollar protocolos que nos permitan reaccionar con la máxima velocidad. No se trata de alarmismo, sino de prevención y de poner en valor a la ciencia básica, esa que hay que cultivar poco a poco para poderse nutrir de ella cuando llega la crisis.

En cualquier caso, las auroras nos han acompañado incluso en estas latitudes y se calcula que cada siglo hay 3 o 5 que alcanzan zonas tan alejadas del polo como para hacerse visibles en nuestro cielo nocturno.

Así que, por muy exagerada que suene una historia popular, es posible que tras ella haya parte de verdad. Posiblemente una verdad modificada y malinterpretada, pero con una semilla real, al fin y al cabo. ¿Acaso no es ese el origen de todo mito?

QUE NO TE LA CUELEN:

  • No es el fin del mundo ni muchísimo menos. La actividad solar parece seguir ciclos de 11 años y se estima que el que está por llegar no será muy intenso.
  • No obstante, esto no quiere decir que debamos descuidar la situación. Nuestra dependencia de la tecnología y la amenaza de un evento como el que presenció Carrington es suficiente motivo para buscar formas de prevenirla. No sabemos cuándo o como llegará, pero es una cuestión de tiempo que lo haga.

REFERENCIAS (MLA):