Espacio

K2-141b, el planeta de lava donde llueven piedras y el viento sopla a 5000 Km/h

Una nueva simulación informática estudia el clima de K2-141b y descubre que podría ser un verdadero infierno.

K2-141b, un exoplaneta del tamaño de la Tierra, con una superficie, un océano y una atmósfera formados por los mismos ingredientes: rocas.
K2-141b, un exoplaneta del tamaño de la Tierra, con una superficie, un océano y una atmósfera formados por los mismos ingredientes: rocas.Julie RoussyMcGill Graphic Design

A veces es fácil olvidar que antes de 1995 la existencia de otros mundos fuera de nuestro sistema solar era pura especulación. Fue entonces cuando Didier Queloz encontró a 51 Pegasi b. Por aquel entonces era difícil imaginar lo que seguiría al descubrimiento. El avance científico, en no pocas ocasiones, se ve limitado por el desarrollo tecnológico. Hay cosas que no podemos observar sin el material adecuado y en este caso necesitábamos mejores telescopios. En cuanto la tecnología estuvo disponible, 51 Pegasi b pasó a ser el primero de una lista de varios miles en tan solo 25 años.

Y claro, descubrirlos no es el final del viaje, hay que medir las propiedades de ese objeto astronómico. Su tamaño, su densidad, su composición… Por desgracia, la tecnología vuelve a dejarnos con ganas de más, harán falta un poco más de tiempo para que seamos capaces de leer con claridad la composición de sus atmósferas. Mientras tanto, los pocos datos que podemos tomar son usados para simular informáticamente las condiciones del planeta y tratar de predecir ante qué nos encontramos. Precisamente en esta línea, un equipo de investigadores ha simulado las condiciones del exoplaneta K2-141b y el resultado revela un infierno en medio del cosmos.

Mares de lava y vientos supersónicos

Científicos de la Universidad de McGill, la Universidad de York y el Instituto de Indio de Educación Científica se han unido para indagar en las propiedades de K2-141b utilizando técnicas computacionales y han encontrado lo que podría ser un mar de lava de 100 Kilómetros de profundidad. K2-141b tiene, aproximadamente, el tamaño de nuestro planeta, y la profundidad media de nuestros océanos de agua es de apenas 4 kilómetros, y el récord lo ostenta la fosa de las marianas con tan solo 11 kilómetros, un orden de magnitud por debajo de los “mares” de K2-141b. Pero ¿cómo han llegado a esta conclusión?

Conociendo el tipo de estrella en torno a la que orbita, la distancia a la que está de ella y otros datos más o menos básicos, los científicos pueden aproximar gracias a simulaciones a qué temperatura podría estar su superficie (siempre indicando cierto margen de error, claro) En este caso K2-141b tiene una peculiaridad, la proximidad a su estrella ha producido un acoplamiento de mareas, esto es: como le ocurre a la Luna con nosotros, K2-141b siempre le da la misma cara a su estrella, recalentándola mientras un tercio cae en una permanente oscuridad.

Para ponerlo en grados centígrados, esto significa que el hemisferio oscuro está a -200ºC, mientras que el iluminado alcanza, posiblemente, los 3.000ºC. Lo que sabemos sobre dinámica de fluídos nos dice que el aire caliente de la parte iluminada ascenderá y el frío de la zona oscura descenderá con violencia, creando fortísimos vientos en la frontera entre ellas. Concretamente, vientos de 5.000 kilómetros por hora. En nuestro planeta, el viento más fuerte registrado ha sido de tan solo 372 kilómetros por hora y fue medido en el Monte Washington, en 1934.

Lluvia de rocas

Pero hay más, porque este artículo, publicado en el Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, es el primero que trata de estimar las condiciones meteorológicas de un planeta tan lejano. La realidad es que para confirmar sus resultados necesitamos esperar a telescopios de próxima generación que todavía están construyéndose, como el James Webb. Una limitación a la que se suman los retrasos ocasionados por la pandemia y que han postergado por varias ocasiones el lanzamiento del James Webb, que ahora mismo está programado para el 31 de octubre de 2021. Mientras tanto, el telescopio Spitzer podría permitir medir la radiación infrarroja emitida por K2-141b y estimar si su temperatura coincide con la propuesta por este estudio.

Al tratar de modelizar la compleja atmósfera de K2-141b los investigadores se encontraron que, las mismas rocas fundidas que formaban su superficie, también constituían su “aire”. Los 3.000ºC son suficientes para vaporizar la roca, convirtiéndola en gas. Y aquí viene lo más extraño. Conocemos el ciclo del agua en nuestro planeta por el que al vaporizarse los océanos forman nubes que precipitan volviendo a la tierra. Sabemos que en lugares como Titán hay ciclos análogos con otros compuestos como el metano, pero es que en el caso del K2-141b hay un “ciclo de las rocas”. En otras palabras: en K2-141b llueven piedras.

Ahí afuera nos esperan entornos que ni la fantasía más lisérgica ha podido imaginar. Y lo más sobrecogedor es que esa belleza que queda por descubrir nos ayudará a conocernos mejor, como es el caso de K2-141b, un planeta que nos recuerda a aquella Tierra primigenia que había mucho antes de que nosotros llegáramos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La ciencia se construye con el tiempo y aunque estos primeros estudios sobre la atmósfera de K2-141b parecen robustos e interesantes, habremos de esperar a que otros investigadores analicen sus datos con sumo cuidado y traten de replicar los resultados. No sería la primera vez que una noticia científica de gran calado acaba siendo retractada en cuestión de meses o incluso semanas.
  • Sea como fuere, K2-141b parece un buen lugar sobre el que seguir concentrando nuestros esfuerzos. No solo por su atmósfera, sino por su tamaño y su naturaleza rocosa, relativamente parecidas a nuestro propio planeta. Su estudio podría ayudarnos a comprender cómo fue la evolución de nuestro planeta durante sus primeros cientos de miles de años, como si fuera una suerte de ventana al pasado.

REFERENCIAS (MLA):