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Premio Fronteras del Conocimiento a Gerald Holton, paladín contra la anticiencia y la irracionalidad

El premio de humanidades de la Fundación BBVA ha sido concedido a uno de los científicos más transdisciplinares

Foto facilitada del físico e historiador de la ciencia Gerald Holton. La Fundación BBVA ha concedido el premio Fronteras del Conocimiento en Humanidades al físico e historiador de la ciencia Gerald Holton por sus "contribuciones a la historia de la ciencia de los siglos XIX y XX", en las que ha mostrado "una sensibilidad especial a los contextos culturales, filosóficos, sociológicos y de diferencias de género".EFE/Fundación BBVA SOLO USO EDITORIAL/SOLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA (CRÉDITO OBLIGATORIO)
Foto facilitada del físico e historiador de la ciencia Gerald Holton. La Fundación BBVA ha concedido el premio Fronteras del Conocimiento en Humanidades al físico e historiador de la ciencia Gerald Holton por sus "contribuciones a la historia de la ciencia de los siglos XIX y XX", en las que ha mostrado "una sensibilidad especial a los contextos culturales, filosóficos, sociológicos y de diferencias de género".EFE/Fundación BBVA SOLO USO EDITORIAL/SOLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA (CRÉDITO OBLIGATORIO)larazonFundación BBVA/EFE

Theodor W. Adorno dijo que después de Auschwitz ya no era posible escribir poesía. Tras las abominaciones de principios del siglo XX la humanidad no volvió a ser la misma y nuestra forma de contemplar la realidad mutó. Si bien para muchos había muerto la poesía, otros cuantos decidieron enterrar los valores ilustrados, la supremacía de la razón, la reverencia al poder de las ciencias y la esperanza de alcanzar una ética absoluta. Había surgido el posmodernismo, un movimiento crítico y necesario, reactivo a los excesos de la civilización pero que, como toda moda, atrajo a radicales y trasnochados. Con el tiempo, los bastardos de aquel movimiento han polarizado sus críticas hasta extremos indefendibles y, entre consignas y nihilismos estériles, siguen clamando contra la racionalidad con una desconfianza casi paranoica.

Sin embargo, frente a la crítica surgió la contra-crítica en uno de esos bailes que vertebran a la doxografía. El sueño de la razón quizás produzca monstruos, pero también engendra a los héroes que nos protegerán de ellos y de otros peligros tan antiguos como la vida. Las vacunas, la electrónica, los antibióticos… todos son frutos de la razón y sin ellos la vida humana sería algo más hobbesiana: solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta. Los paladines de esta contra-crítica han sido muchos y muy brillantes, pero entre sus nombres hay uno que sonará especialmente estos días, el de Gerald Holton. A sus 98 años acaba de ser galardonado con el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA, un honor que recibe desde la cátedra de Física e Historia de la Ciencia que ocupa en la Universidad de Harvard. Tras su nombre se esconde una historia vital como pocas, la epopeya de un niño de familia judía nacido en la Alemania de 1922, un niño que sobrevivió al fin de la poesía para convertirse en una de las mayores mentes de su tiempo.

Una pésima idea

«Nací en Berlín, una pésima idea en 1922, porque los nazis ya imponían su ley en las calles 11 años antes de que Hitler tomara el poder». Así lo narra el propio Holton, recordando aquellos tiempos del terror en que, con tan solo 16 años, abandonó su tierra junto con otros 10.000 niños, rumbo a Inglaterra. Aquel joven lo tuvo que dejar todo atrás y gracias a aquel sacrificio pudo convertirse en parte del 7% de niños de familias judías que sobrevivieron al Tercer Reich.

Ya fuera del continente, Holton aprender algo de Ingeniería Electrónica un coqueteo que terminó rápidamente en desencantamiento, dejando por el camino la semilla de un romance más prometedor. Entre las aburridas asignaturas de electrónica, la física se dejaba ver, asomando por doquier como una materia más fundamental y atractiva. Aquel flechazo le arrastro a través del oceáno para estudiar física en una Universidad Americana y, posteriormente, doctorarse en Harvard.

Su intelecto y abnegación fueron abriéndole camino en la academia, como un rompehielos. Antes de cumplir los 30 años, Holton ya se había granjeado un prestigio, justo a tiempo para que le llegara una invitación del gobierno de los Estados Unidos para participar en el proyecto Manhattan, aquel que terminaría desarrollando la bomba atómica. Su respuesta fue una rotunda negativa. «Era necesaria en ese momento, no tengo dudas sobre ello porque los alemanes se podían haber adelantado», dice Holton, pero en aquel momento él tenía sus reservas acerca de la agresividad inherente a tan proyecto. Entre las blancas paredes de su cráneo había algo más que el intelecto de un genio había una sensibilidad inusual que le llevaría a abrir sus intereses a las humanidades, construyendo entre ellas esos puentes que los posmodernos más cabales podían echar en falta.

El mito de las dos culturas

Seguimos separando el conocimiento en ciencias y letras, como si fueran disciplinas contrapuestas e inmiscibles, como el agua y el aceite, como el ser y el no ser. Hablamos de dos culturas diferentes, como dijo C. P. Snow en 1959, sin embargo, esa falta de diálogo entre unas y otras no es un imperativo, sino un obstáculo a superar. Esa es la perspectiva que llevó a Holton a ahondar en la historia de la ciencia, en su filosofía, su sociología y sus relaciones más mundanas con la realidad en que vivimos. En palabras del propio Holton: «[…] la ciencia forma parte de un tapiz, no es algo que está ahí colgando en solitario, sino que está entretejido dentro de una cultura».

Aquellas mismas ideas fueron bandera de otros tantos polímatas, tan interesados en las ciencias como en las humanidades. El nombre de Kuhn todavía resuena como padre del giro sociológico, defendiendo que en el desarrollo de la ciencia los factores sociales juegan un papel tan importante como la ciencia en el progreso social. Esta perspectiva y su ambición de entender la ciencia desde su propia historia le enfrentó de pleno contra otras visiones, como el llamado anarquismo epistemológico de Feyerabend que negaban la hegemonía de la ciencia sobre las pseudociencias y la “magia”. De ese relativismo gnoseológico nace buena parte de la fuerza que tienen los movimientos antivacunas y eso terminó arrastrando a Holton a las trincheras de la lucha contra la anticiencia.

En Holton se habían unido humanidades y ciencias con igual fervor, como una forma de entender el mundo de forma tan crítica como humanizada, tratando analíticamente el pensamiento de genios como Albert Einstein, así como la problemática de las desigualdades de género en el mundo científico. Y, tras este viaje por la vida del galardonado, solo queda rematar con uno de los pasajes más rotundos y representativos de su pensamiento. «Los movimientos para deslegitimar la ciencia convencional siempre están dispuestos a ponerse al servicio de otras fuerzas que buscan desviar el curso de la civilización para sus propios intereses –por ejemplo, para la glorificación del populismo […], el misticismo o las ideologías que despiertan el etnicismo rabioso o las pasiones nacionalistas. […] la anticiencia puede ser en sí misma lo bastante inocua como para no ser más que el opio del pueblo, pero cuando se une al poder político puede convertirse en una bomba lista para explotar […]»

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La crítica a los excesos del pensamiento estereotípicamente ilustrado es pertinente, si bien, no justifican muchas de las posturas radicalizadas que han adoptado algunas ramas del posmodernismo en su cruzada contra la racionalidad y el realismo.

REFERENCIAS (MLA):