Opinión

La primera chispa del sapiens

Uno tiene la tentación de pensar en estos ingenieros y estas ingenieras que ayer pasaron a la historia como si fueran aquellos primeros sapiens que produjeron fuego

Lo que ocurrió el 5 de diciembre en las instalaciones del National Ignition Facility y ayer fue anunciado a todo el mundo había pasado ya cientos de veces antes. Pero nunca con la precisión adecuada, durante el tiempo necesario, en el lugar correcto, con la cantidad de energía imprescindible para convertirse en un acontecimiento histórico. Obtener «ganancia energética», es decir, extraer del pequeño cilindro bañado de radiación X más energía que la que ha entrado en él (lo que los técnicos llaman ignición) era el sueño hasta ahora inalcanzable de todos los que se dedican a investigar la fusión nuclear. Uno tiene la tentación de pensar en estos ingenieros y estas ingenieras que ayer pasaron a la historia como si fueran aquellos primeros sapiens que produjeron fuego. Es fácil imaginar la cantidad de veces que hicieron chiscar los fragmentos de pedernal, que frotaron las astillas de un árbol seco, sin éxito. La pertinaz repetición casi mecánica del intento… y la exultante sorpresa al lograr, por primera vez, que aquellas chispas devinieran una llama.

El experimento ha conseguido de manera hasta ahora inédita extraer mediante fusión de núcleos atómicos un 20 por 100 más de la energía necesaria para que los propios núcleos se fundan. Se entiende el entusiasmo. Imaginemos que para iluminar una bombilla necesitáramos mover una turbina y que el movimiento de la turbina requiriera tanta electricidad como la necesaria para iluminar 20 bombillas. Sería absurdo utilizar ese sistema de generación eléctrica. La fusión nuclear ha sido durante décadas un romántico y «absurdo» sueño de la física sin una clara aplicación eficiente. Hasta ayer. Y es que lo que a los ojos de cualquier mortal puede parecer «absurdo» los científicos lo llaman sueño.

Desde que se comenzó a rumorear con el anuncio mucho se ha escrito y hablado de hasta qué punto este logro puede suponer un cambio de paradigma en la historia de la energía. Es obvio que la fusión nuclear es sobre el papel el recurso energético prácticamente ideal. Se basa en el uso de un combustible tan común en el universo como el hidrógeno, no genera emisiones contaminantes, es casi inagotable y totalmente seguro (en este tipo de reacción no hay opción al desastre en cadena que se puede dar en las centrales de fisión nuclear actuales). Pero convertir la extracción de un par de miles de megajuilios de energía en un laboratorio en un paso definitivo hacia el fin de los combustibles convencionales es un trecho tan grande como equiparar la primera chispa sapiens con un cohete espacial. La ignición ayer anunciada ocurrió una sola vez en el interior de una bolita rellena de deuterio y tritio. Una planta de producción de energía de fusión requeriría una instalación capaz de provocar la misma reacción en cientos de bolas como esa, decenas de veces cada segundo. Los autores del experimento han asegurado que faltan décadas para poder pensar en fabricar una planta de fusión. Puede que no 6 décadas. Puede que no 5… Pero desde luego el empeño se antoja difícil de lograr en menos de 40 años. La ciencia, sin embargo, cuenta con sus propias dosis de imprevisibilidad. Y los plazos a menudo se acortan: ¡que nos lo digan a los millones de portadores de vacuna contra la Covid!

La carrera iniciada ayer es ya imparable. La constatación de que es posible obtener ganancia energética mediante este juego de billar entre átomos es la luz verde para que el mundo enfoque todos los recursos posibles en subir el siguiente peldaño. La fusión nuclear ha dejado de ser un absurdo y romántico empeño, un renglón en los libros de física, para convertirse en uno de los empeños más prometedores para la ciencia del próximo medio siglo.