Astronomía
¿Cómo sabemos que una molécula en el espacio, a cientos de años luz, es de azúcar?
Se trata de un componente imprescindible para la formación de ARN
Una de las noticias científicas más sorprendentes de los últimos años fue el hallazgo de una molécula de azúcar a 400 años luz de la Tierra. Eso fue posible gracias al conjunto de telescopios ALMA. Pero la pregunta lógica es ¿cómo sabemos que esa molécula es de azúcar si está tan lejos?
El hallazgo es sorprendente porque resulta difícil imaginar ser capaz de ver algo por lo menos 100 veces más pequeño que un grano de azúcar a esa distancia. Para darnos una idea, si pudiéramos reducir la distancia un billón de veces, sería como ver un grano de azúcar que está en Tarragona…mientras estamos en A Coruña. Solo que el grano de azúcar sería más de un billón de veces más pequeño.
Gracias a este descubrimiento sabemos que algunos de los componentes químicos necesarios para que la vida comience, existen en nuestra galaxia cuando los planetas comienzan a formarse y es lo que, en palabras de Jes Jorgensen, uno de los científicos involucrados en el descubrimiento “nos podría decir cómo se inicia la vida en otros planetas y las observaciones con ALMA serán vitales para esto”.
El ALMA (Atacama Large Milimiter/submilimiter Array) es un conjunto de 66 radiotelescopios ubicados en el norte de Chile. Los científicos que trabajan allí detectaron, en 2012, una molécula de glicolaldehído (una forma simple del azúcar), en una estrella llamada IRAS 16293-2422 a 400 años luz de nuestro planeta.
“En el disco de gas que rodea esta estrella recientemente formada , hemos encontrado glicolaldehído – explica Jorgensen –. Esta molécula es uno de los ingredientes en la formación de ARN, el cual, junto al ADN, al cual está relacionado, es uno de los ladrillos que construyen la vida”.
Mientras algunos telescopios utilizan un instrumento que, como un prisma, “divide” la luz en diferentes colores del espectro lumínico, como si fuera un arco iris, el ALMA analiza ondas de radio, a las que les pasa lo mismo que a las ondas de luz: cuando llegan a nosotros después de atravesar grandes distancias, traen consigo las huellas de aquello con lo que se cruzaron. Así es cómo consiguen detectar algo tan pequeñito, pero al mismo tiempo tan lejano.
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