Espacio
Este asteroide es una cápsula del tiempo y solo acabamos de empezar a descifrarlo
Tres nuevos estudios ofrecen el análisis más exhaustivo de Bennu, el asteroide del que recuperamos muestras en 2023
Hubo un tiempo en que el asteroide más famoso era B-612, una roca espacial casi esférica con algún que otro volcán que vagaba por el cosmos con un principito en su lomo. Así lo imaginó Saint-Exupéry en 1943 pero los tiempos han cambiado y ahora el hall de la fama lo ocupan Apophis, Bennu y Ryugu. Los tres poseen motes muy legibles, sin letras sueltas ni sopas de números que se nos puedan atragantar, pero el verdadero motivo de su éxito es otro. Apophis se presentó como un posible Armagedón hace unos años, antes de que los científicos descartaran que estuviéramos en un verdadero peligro de colisión. Bennu y Ryugu, sin embargo, deben su fama a motivos menos apocalípticos: hemos aterrizado en ellos y ahora tenemos muestras, aquí, en la Tierra, que nos permiten conocerlos como no hemos conocido a ningún asteroide hasta la fecha.
De hecho, acaban de publicarse tres artículos científicos aportando nueva información sobre la composición e historia de Bennu. Uno de ellos en la revista Nature Astronomy y, los otros dos, en Nature Geoscience. Investigaciones que ofrecen un detalle sin precedentes de estos objetos astronómicos. Y puede que te preguntes: ¿acaso hacía falta viajar hasta Bennu para tomar una muestra? ¿No podríamos haber estudiado un meteorito caído en nuestro planeta en lugar de diseñar tecnología sumamente sofisticada capaz de aterrizar en un asteroide en movimiento? Pues bien, la respuesta es un sencillo y contundente “no”. Una negativa que, para comprenderla, necesitamos entender qué es, realmente, un asteroide.
No es un meteorito
Cometa, asteroide, meteoro y meteorito son conceptos diferentes. Un cometa es un objeto astronómico compuesto por polvo, rocas y partículas de hielo que va dejando una cola de estas partículas a su paso y que, al acercarse al Sol, produce una segunda cola en dirección contraria a la estrella. Los asteroides, en cambio, no dejan estas colas porque sus porcentaje de polvo y hielo es menor. Cuando un asteroide se fragmenta, esas porciones más pequeñas se llaman “meteoroides” y viajan por el cosmos hasta que la gravedad de un planeta los captura y precipitan a tierra. Durante la caída, a medida que atraviesan la atmósfera y arden como estrellas fugaces o bólidos, los llamamos “meteoros” y, finalmente, una vez han caído, reciben el nombre de “meteoritos”.
Y esta es la clave, porque, aunque tenemos fragmentos de asteroides en la Tierra conocidos como “meteoritos”, estos han pasado por un viaje bastante agresivo, atravesando la atmósfera a altísimas temperaturas y alterando su composición química. Dicho de otro modo: los meteoritos han perdido mucha información química que, en los asteroides, todavía está presente. Y, teniendo en cuenta que estos cuerpos se formaron hace 4.500 millones de años, durante la formación de nuestro sistema solar, conocer su composición química nos permite sacar bastantes conclusiones sobre cómo era el universo por aquel entonces. Son una especie de cápsulas del tiempo que bien merecen el viaje de ida y vuelta a Bennu.
Los resultados
Así es como hizo la misión OSIRIS-REx, que despegó en septiembre de 2016 y que posó sus patas en Bennu en 2018 para, 5 años más tarde, entregarnos su contenido de vuelta en la Tierra. Pero volviendo a los estudios recientes, que es lo que nos ocupa, los tres apuntalan una idea central que el lector debe retener: Las muestras muestran fragmentos que, por un lado, llegaron de fuera del disco de materia que dio lugar a los planetas y, por otro lado, materiales que se formaron mucho más cerca del Sol; en otras palabras, estamos ante piezas de polvo estelar y componentes solares que se agruparon y reensamblaron en un cuerpo mayor. Esa mezcla heterogénea sugiere que las regiones exteriores del disco protoplanetario eran complejas y con una composición variada.
Además, han encontrado más agua de la esperada hidratando los minerales de Bennu y señales de que, en él, tuvieron lugar reacciones químicas que requieren temperaturas suaves, por lo que es de esperar que el asteroide viviera una etapa químicamente activa que explica parte de su complejidad.
Finalmente, la superficie de Bennu cuenta otra parte del relato: impactos de minúsculas partículas han ido puliendo y alterando su superficie mucho más deprisa de lo esperado, dejando microcráteres y salpicaduras vitrificadas. Detalles que no podemos esperar que se conserven en los meteoritos, cuya superficie se ha visto alterada durante la caída a tierra. Resulta que, como ya sabían los expertos y sospechaba Exupéry (aunque por motivos equivocados), los meteoritos no son solo rocas inertes que vagan por el espacio como convidados de piedra. Son objetos complejos en los que tienen lugar reacciones igual de complejas. Testigos de tiempos remotos que no se han limitado a ver pasar los eones y que, ahora, hemos empezado a interrogar.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Aunque se seguirán proponiendo misiones para analizar otros asteroides, Bennu y Ryugu tienen todavía muchas sorpresas que darnos. Las muestras recuperadas en 2023 todavía pueden dar más de sí y podemos esperar recibir noticias interesantes en los próximos años.
REFERENCIAS (MLA):
- Barnes, Jessica, and Ann Nguyen, et al. "Asteroid Bennu as a Time Capsule of the Early Solar System." Nature Astronomy, 22 Aug. 2025, doi:10.1038/s41550-025-02631-6.
- Zega, Tom, and Tim McCoy, et al. "Hydrothermal Alteration Processes in Bennu’s Parent Asteroid." Nature Geoscience, 22 Aug. 2025, doi:10.1038/s41561-025-01741-0.
- Keller, Lindsay, and Michelle Thompson, et al. "Rapid Space Weathering on Asteroid Bennu." Nature Geoscience, 22 Aug. 2025, doi:10.1038/s41561-025-01745-w.