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Espacio
Durante miles de millones de años, nuestro planeta ha albergado una diversidad de formas de vida que resulta única en el sistema solar. Mientras que Venus abrasa bajo temperaturas extremas y Marte se mantiene helado y árido, la Tierra ha conseguido mantener las condiciones perfectas para el desarrollo de organismos complejos.
Sin embargo, esta privilegiada situación no surgió por casualidad. Diversos estudios cosmoquímicos han demostrado que una serie de eventos cósmicos específicos fueron necesarios para crear el entorno habitable que conocemos hoy. Entre estos acontecimientos, uno destaca por encima del resto debido a su impacto transformador.
Nuevas investigaciones apuntan hacia un gigantesco impacto que no solo dio forma a nuestro satélite natural, sino que también podría haber sido el responsable de dotar a la Tierra de los elementos químicos esenciales para la vida. Este hallazgo revoluciona nuestra comprensión sobre los orígenes de la habitabilidad terrestre.
Un equipo internacional de investigadores ha desarrollado simulaciones dinámicas que sugieren que el impacto de Theia, el objeto que formó la Luna, fue crucial para establecer las condiciones de vida en la Tierra, según recoge ScienceAlert.
Dirigido por Duarte Branco del Instituto de Astrofísica y Ciencias del Espacio de Lisboa, el estudio se centra en analizar cómo los condritos carbonáceos llegaron a nuestro planeta en mayor proporción que a otros mundos rocosos del sistema solar. Estas rocas espaciales, formadas más allá de Júpiter, transportan agua y compuestos orgánicos fundamentales para el desarrollo de la vida.
Los investigadores emplearon simulaciones N-body para recrear las etapas tardías de formación de los planetas terrestres. Durante este proceso, distinguieron entre dos tipos de material meteorítico: los condritos carbonáceos, ricos en volátiles, y los meteoritos no carbonáceos, con menor contenido de estos elementos esenciales.
Mientras que otros planetas rocosos como Marte recibieron cantidades limitadas de material carbonáceo, la Tierra acumuló entre un 5% y 10% de su masa procedente de estos objetos. Esta diferencia resulta clave para explicar por qué nuestro planeta desarrolló océanos y atmósfera, mientras que otros permanecieron secos y hostiles.
No obstante, el aspecto más revelador del estudio concierne al papel de Júpiter en este proceso. La migración orbital del gigante gaseoso dispersó material carbonáceo hacia el sistema solar interior, facilitando que estos elementos llegaran a la órbita terrestre en momentos cruciales de su formación.
En más de la mitad de las simulaciones realizadas, el último gran impacto que sufrió la Tierra involucró un objeto rico en condritos carbonáceos. Este impacto, identificado como el evento Theia que creó la Luna, habría ocurrido entre 5 y 150 millones de años después de la dispersión del disco gaseoso primordial.
Tales resultados sugieren que sin este impacto específico, la Tierra podría haber seguido un camino evolutivo similar al de otros planetas rocosos, manteniéndose árida e incapaz de sustentar vida compleja. Por tanto, la formación de la Luna y el origen de la vida terrestre estarían íntimamente conectados a través de este evento cósmico transformador.
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