Gastronomía
Bienvenidos al infier(hor)no
La obligada estampida en busca de un local climatizado se convierte en rutina mientras el silencio impasible del camarero se delata en su frente
En pleno epílogo del mes de julio, a las puertas del tercer tsunami de calor que nos anuncian para la próxima semana, donde los 40 grados de temperatura nos acompañarán para alternar con nosotros, la ola de calor se recrudece. El termómetro se convierte en un auténtico sufrimiento para los clientes: sudores constantes, humedad desatada, sensación de atmósfera opresiva y mayor dificultad para disfrutar de algunos establecimientos. Almuerzos, aperitivos, sobremesas y cenas que nos hacen sudar la gota gorda en el interior de determinados bares. ¿Cómo es posible sufrir de esta manera a estas alturas?
Las deseadas precipitaciones gustativas se desvanecen con el calor que nos castiga desde el minuto uno. La hidratación pilsener, en compañía de la líquida rubia espumosa, nos permite, a ratos, pasar el rubicón del aperitivo, en la barra, con más pena que gloria. Ventanas abiertas y dispuestas para sufrir sin necesidad en busca de supuestas corrientes de aire que ni están ni se esperan. ¡Qué manera de sudar ¡Tras diez minutos es imposible aguantar. La obligada estampida en busca de un local climatizado se convierte en rutina. La complicidad de la terraza, en plena vorágine de calor, es desestimada de manera evidente. No hay quién pueda
Es solo coyuntural o un síntoma de la futura crisis energética. Para reflexionar sobre esta y alguna contradicción hostelera más. Debemos reconocer que estamos ante un problema de.. calores. Resumiendo mucho y por no evitar (nunca) la tentación del chiste fácil, eso es básicamente a lo que nos enfrentamos. Los mapas del tiempo son más inteligibles que los supuestos mandos del aire acondicionado. A veces, también somos expropiados de la necesaria climatización. Sin previo aviso. Como iniciativa para ahuyentar a la parroquia comensal y provocar el éxodo de los clientes al final de la jornada.
La semana continúa. No hace falta irse tan lejos para sufrir el calor. El silencio del impasible camarero es delatador, se muestra inalterable ante la temperatura. Aunque su frente le delata, con estragos relevantes de sudor, fruto del constante agobio.
Sorpresas te da la vida. En pleno polígono industrial durante un caluroso almuerzo se produce el colmo del delirio. Nos colocan un ventilador industrial, de un taller mecánico contiguo. “Detallazo” de un cliente de la mesa de al lado. Sombrerazo. Sálvese quien pueda. La mantelería de pasta de papel se convierte en un surtido de confeti que revolotea, sin control, adueñándose del comedor. Ya se sabe, se ven pajas ajenas y no vigas propias. La cuestión tiene su miga. Morir de calor en un lugar frío.
Gastronomía al rojo vivo, menús templados y ambiente tórrido al otro lado del polígono. Ha llegado el momento para que la humanidad comensal, ponga fin a este flagelo calorífico. El
almuerzo se tambalea como el asfalto recién armado que acabamos de pisar en el «parking».
Nuestro fiel amigo Matute nos ofrece una solución popular y reparte un juego de viejos abanicos publicitarios de un banco recientemente asumido por otra entidad. Tranquilos, hay para todos. Se propaga el momento “Locomía”. Una historia de superación climática. Arriba y abajo pero con arte. Cuanto más depreciado, más querido. Misteriosa paradoja.
El canto de los paladares achicharrados nos recuerda que hay motivo de queja. Es verano y toca sudar, dicen desde la barra. El (mal)trato sobrevenido se lo recordará dentro de poco la (in)significante factura de la luz. Arrieros somos y en el camino gastronómico jamás nos encontraremos. La indiferencia en frío y la penitencia en caliente. No tienen solución.
El taxi que nos lleva hacia la estación del AVE remata la jornada. ¡Uff, qué temperatura! Sin rastro de aire acondicionado en el interior del vehículo traccionado por más de 150 caballos coreanos. Observamos a duras penas la vieja licencia plastificada que está a nombre de un tal Carlos... Parafraseando al bueno de Luis Moya copiloto del mítico Sainz... “Por Dios, Carlos trata de arrancarlo, trata de poner el climatizador. ¿Tan difícil es?”.
Busquemos la climatización óptima sin pérdidas térmicas que penalizan sobremesas gustativas. Adiós a la política hostelera de puertas abiertas que da miles de oportunidades a la presencia de la temida canícula en el interior de los bares. Párense a pensar y encontrarán la respuesta a esa pregunta. Los bares y restaurantes climatizados correctamente son el refugio gastrónomo perfecto.
Los clientes entienden de comodidad y confort, no de eficiencia energética ni del coste de mantenimiento para decantarse por un determinado establecimiento. La necesidad de una atmósfera placentera y fresca para los comensales no puede ser un desafío.
La climatización no es una opción, es una obligación. Restauración al rojo vivo. Bienvenidos al infier(hor)no.
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