Amamantando la vida

La “madre borde” o la “madre leona”, ¿por qué las visitas al recién nacido son desaconsejables?

En la primera etapa posparto la mujer se siente más sensible y vulnerables mental y físicamente

No cabe duda de que el nacimiento de un bebé es un acontecimiento que genera alegría, por lo que, hasta cierto punto es entendible que familiares y amigos estén impacientes en ir a visitar a los felices padres. Sin embargo, quizás ellos no estén igual de dispuestos a que otras personas, por muy allegadas que sean, quebranten un periodo tan íntimo y especial. De modo que, sería estupendo y juicioso tener en consideración el parecer de los padres y respetar su deseo, brindándoles un tiempo de privacidad las primeras semanas tras el parto, sin que la presencia de terceras personas perturbe el proceso de adaptación y la tranquilidad del bebé.

Con mi experiencia como enfermera pediátrica he podido comprobar la angustia y malestar que verbalizan muchos de los padres cuando su hogar se convierte en un desfile de visitas, especialmente es esta primera etapa posparto donde la mujer se siente más sensible y vulnerables mental y físicamente, demandando estar tranquila con su bebé, sin tener que luchar contra corriente con opiniones, recomendaciones y en algunos casos críticas.

Una madre me comentaba en la consulta: «Tan solo deseaba que me dejaran construir mi propia forma de ser mamá», y continuaba diciéndome: «Mi entorno, tenía muchas ganas de conocer al bebé, a pesar de que les insistíamos que esperaran, que el bebé había venido para quedarse, pues aún y así, seguían erre que erre. De nada servía mi empeño en explicar que precisaba descansar, recuperarme física y emocionalmente. Vivía en una montaña rusa emocional, y necesitaba tranquilidad e intimidad y concentrar toda mi energía en conocer a mi bebé. Sin distracciones, recomendaciones ni consejos que no pedía. La gran mayoría, aunque de mala gana, aceptaron nuestras súplicas, eso sí, tachándonos de raritos. Otros, hicieron caso omiso, presentándose por sorpresa. Si tengo otro bebé me he jurado no decirles nada hasta que por lo menos tenga un mes de vida».

Otra madre me comentaba una experiencia parecida. «Tras el parto he descubierto en mí, una actitud que me sorprendió, especialmente por mi forma de ser inquieta y dinámica, la monotonía me aburría. Nunca podía llegar a imaginarme que pudiera pasarme tantas horas sentada con mi bebé en brazos amamantándolo, y que fuera lo que realmente deseara hacer. El mero hecho de imaginar la presencia de gente a mi alrededor, y sin ánimos de ofender a nadie, pero siendo francamente sincera, me agobiaba, me resulta incómodo y estresante. Me convertí en mamá leona defendiendo a su cachorro de todo y de todas las visitas. Solo el mero hecho de que otras personas, aunque fueran de la familia, tocaran o cogieran al bebé, me irritaba, así que, cuando la visita cruzaba el umbral de la puerta, no despegaba al bebé de mis brazos. Actitud que hizo que me ganara la fama de ‘madre borde’, pero a mí me dio igual, porque es un bebé, mi bebé, no un juguete. Con toda franqueza, pienso que prefiero que me llamen así a que llore porque se siente incómodo en unos brazos extraños y que rule de brazo en brazo. Si piensan que soy antipática por ello, me da igual, ya que, deberían saber que no es más que un instinto de protección materno, hacia un ser que hemos llevado nueve meses en las entrañas. Y aunque tu cabeza sabe que físicamente al cortar el cordón umbilical ya no forma parte de ti, sigue habiendo un lazo imaginario, que hace que tengas la necesidad de estar continuamente pegada al bebé, proximidad que le tranquiliza y le hace sentir seguro, porque para un ser tan pequeño e inmaduro que desconoce que el mundo es un lugar tan seguro como el útero de su madre, requiere de tiempo y proximidad entenderlo. La maternidad como todo proceso necesita de un aprendizaje de pasar tiempo junto a nuestro bebé, conocer su lenguaje. En pocas palabras, no me arrepiento de lo que hice, no hubiera sido bueno para mi bebé tener la casa llena de gente y rular de brazo en brazo».

Otro de los testimonios que he recogido dice lo siguiente. «Lo peor que llevé fueron los comentarios y opiniones de abuelas, tías, cuñadas o de alguna amiga». Tengo una familia extensa y tuve tantas visitas que me arruinaron todo el posparto. No me dejaban apenas coger a mi bebé, de nada servía que implorara que me lo dejaran porque se estaba poniendo nervios. Les decía, voy a ponerlo al pecho a ver si lo calmo. No importaba lo firme que fuera mi actitud. ¿Al pecho?, me preguntaban. ¡Por Dios que había dicho!, siempre había quien dictaba sentencia, desgañitándose: ‘¡Cómo va a comer otra vez, si no hace ni una hora que se ha soltado de la teta, igual deberías darle un biberón, a ver su aguanta más que con tu leche!’ Comentarios que me hacían buscar al padre de la criatura, que me miraba con cara de póquer, como diciendo: ‘¡Dios mío! ¿Cómo paro esto?’ Una vez logré que me dejaran al bebé, recuerdo que, estaba tan alterado que no conseguía agarrarse al pecho, y yo tan nerviosa que no atinaba a ponérmelo.

De pronto sonó la voz de mi suegra. Tiene hambre, pero parece que en tu pecho no hay leche, ¿no sería mejor que le dieras un biberón? Entonces, mi cuñada, aprovechando el comentario y mirando a mi marido, dijo que a ella no le había subido la leche y que alimentó a su hijo con biberón. Por si faltaban opiniones, apareció la voz de la experiencia. Esta vez la de mi tía, anunciando que sus cuatro hijos se criaron súper bien al pecho, sus retoños chupaban como si no hubiera mañana, pero aclaró que ella tenía ‘unos buenos pechos’. Mientras extendía sus manos, ofreciéndose a ayudar apartando al bebé de mis brazos. Otras manos que intentan apartar al bebé de mí. Todos quieren quitarme al bebé de mis brazos, cuando lo único que yo quiero es tenerlo conmigo, descansar y hacer una lactancia materna exclusiva, «¿por qué me lo ponen tan difícil, por qué no respetan mi deseo?»

Recomendaría que las visitas esperarais el momento adecuado, dejando un tiempo de intimidad a los padres, permitiéndoles aprender por sí solos a manejar y conocer a su bebé. Las visitas perfectas son las que no van como invitados, sino las que procuran que unos padres cansados se sientan mejor llevándoles, por ejemplo, comida, ocupándose de la plancha… En definitiva ayudando y liberando a los padres de otras tareas para que estos puedan ocuparse del bebé.Las visitas ideales, tampoco dan consejos a menos que se los pidan, aunque siempre puede haber situaciones en las que uno sienta que no debe de callarse. En estos casos, es más respetuoso y efectivo en lugar de un «deberíais» o un «así no», hacer sugerencia o recomendaciones, algo así como: «No soy nadie para plantear como debéis de actuar, pero me gustaría deciros esto… por si os puede funcionar… pero, si no os sirve, no he mencionado nada, lo último que deseo es incordiar».

En resumen, os recomiendo respetar a los padres que no quieren recibir visitas las primeras semanas tras el nacimiento de su bebé. A los padres os sugeriría, que de forma sencilla y amable comuniquéis que ya avisaréis cuando estéis adaptados y preparados para recibir visitas.

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Cintia Borja es enfermera consultora lactancia certificada IBBLC