Testimonios de la tragedia

«Entré en pilates y cuando salí ya no había puente para volver a casa»

Amparo entró en clase a las 18:00, y una hora después no existía la pasarela de Picanya

Imagen del puente que une Torrent con Valencia, cerca de Picanya
Imagen del puente que une Torrent con Valencia, cerca de PicanyaAgencia EFE

De todas las espeluznantes imágenes que se están viendo durante estos días, una de las más espectaculares es la del río Magro llevándose por delante, con una facilidad pasmosa, la pasarela que divide en dos la localidad de Picanya. Amparo salió de su trabajo, en Valencia, y como cualquier otro martes, se fue a su clase de pilates.

Iba justa de tiempo, así es que cuando llegó en metro a su pueblo, Picanya, a muy pocos kilómetros de Valencia, se fue directamente a la clase sin pasar por casa. Para hacerlo, atravesó la pasarela que divide en dos este municipio, separando el conocido barrio de Vistabella, que queda en la parte de Valencia, del casco antiguo de la localidad.

«Al cruzar vi que el río ya llevaba bastante agua», dice Amparo. Sin darle más vueltas al asunto, entró en su clase. Durante los últimos minutos de la sesión escucharon algunos gritos que procedían de la calle, pero no le dieron más importancia. Sin embargo, al abrir la puerta del recinto, el río ya llegaba a la puerta.

«¿Qué hacéis ahí? ¡Salid, salid!», les gritó un hombre desde la calle: «¡El río se ha desbordado!». La pasarela por la que había cruzado para llegar hasta el gimnasio, ya no existía. No podía volver a casa. Una llamada de su marido le confirmaba la tragedia, las calles del pueblo ya estaban inundadas. Ella y el resto de sus compañeras intentaron pasar por las otras dos pasarelas que unían ambas partes de Picanya, pero tampoco estaban ya, el río se las había llevado.

Amparo decidió quedarse a ayudar a la dueña de la sala de pilates, donde entraba el agua a raudales. Poco después, junto a un amigo que llevaba coche, decidieron intentar volver al pueblo cogiendo un metro en Valencia, pero al llegar a la estación comprobaron que ya no funcionaba.

Tenían que quedarse en Valencia, donde todavía seguía ayer por la tarde, presa de la tristeza y la angustia por no poder volver a casa junto a su marido y sus dos hijas. «Necesito ir para llevarles agua y comida». Pero se consuela, «por lo menos todos estamos bien».