
Opinión
El psiquiatra de la casa Carbonell de Alicante
Tras la dana del 29 de octubre, hay otra reconstrucción pendiente, la huella en la psique que dejará ese fatídico día

Mi abuelo Santiago Agulló era psiquiatra, con pe; de pequeña me llamaba la atención esa curiosa forma de pronunciar la palabra. El cartel, gris oscuro con letras grabadas en rojo, colgaba en la puerta del segundo derecha de la Casa Carbonell; en el número 1 de la Explanada de Alicante para ser exactos.
Era un hombre inteligente, muy inteligente -tocaba el piano de oído, diseñaba muebles y hablaba idiomas, cuando el inglés era chino para los españoles, además de haber terminado su carrera en Alemania- y tenía un gran sentido del humor. Quizá como válvula de escape para sobrellevar su trabajo -pasaba consulta también en el ambulatorio de la calle Gerona- sus chistes tenían siempre a los «locos» -sus «locos»- como protagonistas.
Su mujer, mi abuela Matilde, les abría la puerta en ese palacio que era y es la Casa Carbonell; obra del arquitecto Juan Vidal, vecino de ellos -un hombre alicaido- y de Enriqueta Carbonell, la dueña del edificio -que perdió la sonrisa al enviudar joven, muy joven.
Así, en mi familia hemos convivido con las enfermedades mentales cuando eran tabú y se estigmatizaba sin piedad a quienes las padecieran. Y hemos tenido siempre un instinto protector hacia «los locos» porque una enfermedad mental conlleva sufrimiento.
Cuando leo en la prensa que hay otra reconstrucción pendiente tras la gran riada del 29 de octubre se me encoge el corazón. Y es la huella en la psique que, en muchos casos, dejará de por vida ese fatídico día. Al empezar septiembre en Alicante una alerta por lluvias confinó a nuestros hijos en casa; y el día 29 ocurrió lo mismo en Valencia. Y la luz roja del pánico se encendió en nuestras cabezas.
Pues eso, que aprendí de mi abuelo Santiago que todos somos vulnerables y sensibles. Y que los estigmas son solo eso, estigmas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar