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La psicología, el arma secreta del Cid

David Porrinas, autor de "El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra”, la nuevo biografía de Rodrigo Díaz de Vivar, explica cómo el guerrero usó la psicología en contra de sus enemigos.
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La Razón

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Hay determinados personajes históricos de los que se seguirá hablando por mucho tiempo que pase, que seguirán llenando páginas de libros, revistas y periódicos, que seguirán siendo representados en distintas producciones culturales y audiovisuales, que seguirán siendo recordados y reinterpretados. El Cid Campeador es una de esas figuras históricas que alcanzó esa especie de inmortalidad que no todos pueden lograr. Y es que prácticamente desde el mismo momento de su muerte pasaría de una categoría meramente histórica a la leyenda, convirtiéndose en un mito mutante y eterno. Las razones de ese éxito secular hay que buscarlas en el propio hombre de carne y hueso, el Cid histórico, Rodrigo Díaz, llamado en vida Campeador («Campidoctor») y puede que también Cid («Sidi»). Ambos epítetos asociados a Rodrigo surgirán de su destreza guerrera, de su pericia bélica, de un talento militar mostrado en vida y que se convertirá en el principal argumento para que los siglos convirtieran al hombre en héroe de leyenda. Porque el personaje histórico y el posterior mito no pueden ser disociados de esa práctica de la guerra que desarrolló a lo largo de sus aproximadamente cincuenta años de vida. De esa actividad, en algunos aspectos excepcional, surgirá el argumentario necesario para la conversión de la persona en leyenda y en mito. A los ojos del historiador, despojados de fabulaciones y ensoñaciones posteriores, Rodrigo Díaz se nos presenta como un individuo atrayente, único en algunos sentidos, dentro de la normalidad de la época en otros aspectos. Sin embargo, otros guerreros medievales no generaron toda la mitología posterior a la que dio pie el comandante caballero de origen burgalés. ¿Por qué Rodrigo Díaz, el Campeador, fue mitificado desde prácticamente su propia vida? No podemos conocer con exactitud los motivos que llevan a los hombres a construir mitos, pero en el caso del Cid podemos intuir de manera bastante aproximada esas motivaciones. Rodrigo, como apuntábamos, se nos muestra en varios sentidos como un guerrero excepcional, extraordinario como sus dos grandes logros militares: su carácter invicto en el combate y la conquista de Valencia por él conseguida.
Suele decirse que el Cid es un hijo de su propio tiempo, y es así precisamente como debe ser entendido. No es posible comprender la trayectoria y significación de Rodrigo Díaz si no lo situamos en el mundo que le tocó vivir, un tiempo de fragmentación de al-Andalus y de los inicios de la expansión de la Cristiandad, de la división del islam de la Península Ibérica en reinos de taifas, el crecimiento de reinos y principados cristianos peninsulares y la irrupción en ese contexto de los almorávides.
¿Pero qué es lo que hizo del Cid Campeador un guerrero excepcional? Varias son las claves que nos ayudan a entender los éxitos alcanzados en vida por Rodrigo Díaz, así como parte de las razones que le llevaron a dar el salto de la historia al mito. Una de esas cualidades es la gran capacidad de aprendizaje y adaptación que mostró a lo largo de su vida. Rodrigo Díaz supo aglutinar las virtudes de los dos mundos en los que vivió, el cristiano feudal y el islámico tributario. Gracias a ello supo convertirse en una especie de híbrido militar y político, pudiendo desenvolverse en contextos cristianos y musulmanes, moverse como pez en el agua en el mundo fronterizo en el que habitó. Esa capacidad camaleónica del guerrero burgalés le permitió adaptarse a circunstancias cambiantes y adversas, encontrando soluciones operativas y factibles a distintas problemáticas y contratiempos que se le fueron planteando en distintos momentos.
Un ejército combinado y profesional
No cabe duda de que las bases del éxito alcanzado por Rodrigo Díaz debemos buscarlas, en buena medida, en su propia persona, pero también en el grupo de hombres que consiguió reunir y cohesionar en torno a él. Y es que el Campeador logró articular una hueste híbrida de cristianos y musulmanes, organizando y manteniendo un ejército permanente y profesional, en un momento en el que no existían aún los ejércitos permanentes y profesionales. El fundamento de su fuerza, el principal resorte de su poder y una de las claves de su éxito será, precisamente, ese ejército combinado y el consiguiente mestizaje de tropas, tácticas, combatientes y tradiciones guerreras cristianas e islámicas. A partir de una pequeña mesnada de caballeros cristianos bien armados, entrenados y disciplinados, leales a su líder y solidarios entre sí, Rodrigo construirá un núcleo combativo cohesionado al que podrá ir sumando otros cuerpos militares que dotarán de masa y músculo a ese cerebro central. Rodrigo Díaz conseguirá esa cohesión de tropas gracias a otra de sus cualidades fundamentales: la implicación personal en los combates. Y es que si un líder pretende la adhesión, implicación y lealtad de los suyos no hay nada como predicar con el ejemplo, y en ese sentido el Campeador es paradigmático. Tenemos pruebas de sobra como para contemplar en Rodrigo a un comandante modélico y a un combatiente esforzado que sufría los mismos padecimientos, las mismas penalidades, que los hombres a quienes comandaba, participando personalmente en cabalgadas, asedios, escaramuzas y batallas. Rodrigo padecía como cualquiera de sus hombres, soportaba con ellos las inclemencias meteorológicas, las largas marchas a caballo, la vida castrense en campamentos y fortalezas medio derruidas, en bosques y quebradas. Sangraba y sufría, como muestran las dos ocasiones en las que fue gravemente herido por sus enemigos. Esa implicación personal y capacidad de sufrimiento reforzarían la cohesión de unas tropas que actuarían como un solo hombre. El continuo deambular de un lado para otro y su capacidad analítica permitieron a Rodrigo convertirse en un experto conocedor del terreno, de la topografía, y de las ventajas que podían derivarse de ello en la guerra. No pueden ser entendidos algunos de sus éxitos militares sin valorar esa capacidad para leer e interpretar desde la óptica bélica las distintas potencialidades que podía ofrecer el terreno, los escenarios de la guerra y el combate. Rodrigo Díaz consiguió convertir algo tan básico como la topografía en un potente recurso militar. Porque otra de las características que nos permiten definir al Campeador es su inteligente y óptimo aprovechamiento de distintos recursos militares, físicos y psicológicos, a su alcance, convirtiendo en muchas ocasiones a la necesidad en virtud.
Aprovechar la psicología y el miedo
Uno de esos recursos intensamente explotado por el Cid será la psicología de los hombres, de los propios y de los extraños. Rodrigo Díaz supo aprovechar las emociones de los hombres y convertirlas en un arma más con la que combatir. A su propia valentía personal, que inspiraría y motivaría a los suyos para el combate, hay que sumar el perspicaz uso del miedo para debilitar a sus adversarios. Durante el asedio a Valencia usará la tortura y el asesinato, la crueldad y brutalidad, a modo de armas psicológicas mediante las que atemoriza a los asediados, quebrando su moral, combinando el hambre extrema con el miedo provocado por la contemplación de la atrocidad, consiguiendo así debilitar al enemigo física y psíquicamente, facilitando su posterior rendición. Dentro de ese aprovechamiento de la psicología humana debemos valorar también su capacidad para confundir, engañar y dividir a sus adversarios mediante la propagación de infundios y rumores. Al menos en dos ocasiones esa maestría para infiltrar falsas noticias en los campamentos rivales le permitiría alcanzar importantes victorias en el campo de batalla. No debemos dejar de lado el factor suerte, esa que a veces acompaña a quien arriesga, a quien muestra valentía persiguiendo un objetivo. En alguna ocasión eso que los musulmanes llaman «baraka» o «gracia divina» tocó con sus dedos al Campeador. Así se materializa en alguna de sus acciones y así fue contemplado por algún autor musulmán, que vio en Rodrigo Díaz a una especie de «milagro» o «prodigio de su Dios». En esos términos se refería a Rodrigo Ibn Bassam, autor originario de Santarem, refugiado en Córdoba, compilador literario y cronista que escribe una importante obra en la primera década del siglo XII. Afirma Ibn Bassam en ese escrito que «este opresor, al mismo tiempo por su actuar con destreza y sus dotes de entereza, y su intrepidez extrema, era uno de los prodigios de su Dios», lo que le había permitido derrotar, «con su poca mesnada», a muchos ejércitos más numerosos que el suyo. Sin esas destrezas y capacidades que alabaron cristianos y musulmanes de su propio tiempo, Rodrigo no se habría convertido en príncipe de Valencia, el primer y único rey de taifas cristiano en un mundo convulso, el de finales del siglo XI, de intercambios e interacciones, guerras ubicuas y transformaciones profundas.

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