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Cultura

Raquel Martos: “A veces hablamos de personas en forma de cifras y olvidamos que son como nosotros"

Ha publicado recientemente «Los sabores perdidos» (Ediciones B), un libro en el que cuenta ocho historias donde se mezclan gastronomía y emociones

Raquel Martos presenta su libro "Los Sabores Perdidos''
Raquel Martos presenta su libro "Los Sabores Perdidos''Alberto R. RoldánLa Razon

Raquel Martos es una de esas mujeres que contiene multitudes. Es periodista, escritora, guionista y, además, buena cocinera. Prepara sabrosos platos y también novelas deliciosas como «Los sabores perdidos» (Ediciones B), donde el recuerdo y la gastronomía se alían para dejar los sentimientos al descubierto.

–¿Es tan importante la cocina en su vida como parece?

–La cocina forma parte de mi familia. En casa somos muy de cocinar, de comer, de reunirnos, de comentar las recetas, intercambiárnoslas y hablar durante la comida de otras cosas que comimos en otros momentos de la vida. Así que la cocina está unida a mi vida. Aunque si no hubiera sido por Gabriela Tassile, la maravillosa chef que hace las recetas, pues igual nunca hubiera pensado en partir de la cocina para construir una novela.

–¿La idea fue de Tassile?

–Ella quería hacer un libro de recetas, pero le parecía que solo el recetario se le quedaba corto. Entonces me dijo que le gustaría que yo escribiera acerca de esa relación que tiene la cocina con la emoción y, a partir de ahí, lo que aparece es un concepto que es una imagen del sabor perdido, que tiene mucho contenido metafórico para hablar de todo lo que nos estamos perdiendo a lo largo de la vida. Todo lo que vamos gastando, olvidando, abandonando y nos abandona a nosotros. Y de ahí que en esta novela a través de un sabor perdido se cuenten, no una historia, sino ocho.

–Ocho historias que se entrelazan a partir de la de una mujer que está en crisis y se va a la sierra, donde reúne a un grupo de personas muy distintas a las que insta a que saquen sus emociones en las recetas a través de los recuerdos, ¿no?

–Esa es la única petición que les hace esta maestra de cocina un poco singular y bastante enigmática: que acudan a ese curso de cocina con un plato que tenga que ver con una historia de su vida. Ni siquiera les pide que sea triste o feliz, simplemente que tenga mucho que ver con ellos y que esté ligada al plato que proponen. Ellos siete llevan cada uno su plato y a partir de ese hilo del que Mayte –que así se llama la profesora– quiere tirar, conocemos qué les ha pasado. Es un flashback, en realidad, a través de un sabor.

–De esas ocho historias, ¿cuál es su preferida?

–Quizá la de Arturo, el abuelo de ese grupo. Es un personaje del que me he enamorado. Y además es un personaje masculino que ha roto mucho con lo que había sucedido en mis novelas anteriores, en las que toda la fuerza la tenían las mujeres. En este libro, aunque la protagonista es Mayte, Arturo es muy importante. Su historia me gusta especialmente porque es un recorrido vital de una persona que llega al final del camino habiendo vivido muchas cosas, con una infancia muy dura, una juventud luminosa, un amor luminoso y muchas más cosas que no puedo contar para no destripar la historia. La suya es quizá la que más me conmueve. Aunque es complicado elegir.

–¿Y su receta preferida de todas las que aparecen?

–Pues quizá elegiría el tallín de Amina, porque tiene mucho que ver con la historia de aquellas personas que tienen que abandonar un sitio, que duplican sus raíces porque tienen lo que dejaron en su país de origen y lo que han construido en el nuevo. Todos esos aromas de la cocina nos conectan con nuestras abuelas, con nuestra niñez, con nuestra infancia… Y a veces se nos olvida que las personas que tienen unas vidas muy distintas a las nuestras también tienen esos vínculos. Amina, que es una trabajadora social que trabaja en un centro de acogida, explica muy bien que a veces hablamos de personas en forma de cifras y olvidamos que son como nosotros: una Marta, o una Raquel que tiene su abuela, su novio, su familia, sus recuerdos de infancia…

–También es muy impactante la historia de la tarta de cumpleaños de la mujer de Arturo…

–Ese relato nace de una historia real. Alguien me contó en un taxi cuál había sido la primera tarta de su vida y por qué y me dejó tan marcada esa imagen que pensé que algún día tenía que construir una historia en torno a esa idea: la de una persona que tiene una tarta de cumpleaños por primera vez cuando no es un niño. Esa tarta, además, representa toda la luz que puede aportar el amor en la vida de una persona, aparezca en la edad en la que aparezca. Y eso es Amelina, como él la llama. Amelina y su tarta de chocolate.

–¿Los recuerdos que asociamos a los sabores de alguna manera nos provocan el mismo efecto que un suero de la verdad?

–Estoy completamente segura de que nos obligan a no mentir, porque, además, ese poder evocador que tiene el gusto, que está en el hipocampo, nos conecta con la memoria a largo plazo, y nos traslada inmediatamente a la infancia, a la juventud o a la niñez. Es como si hubiéramos estado pasando diferentes pantallas de nuestra vida y viviendo en distintos lugares, pero siguiéramos siendo ese mismo niño o esa misma joven. Y cuando el gusto te conduce a todo eso y te vuelve a situar ahí, no te puedes mentir como nos mentimos tantas veces a diario.

–Pensaba que esa cocina de Mayte donde se reúnen personas distintas y de diferentes estratos sociales y personalidades es una especie de «Gran Hermano» culinario. Igual le roban la idea y hacen un programa.

–Ojalá. Pero me gustaría que antes de robármela hiciéramos una película. El otro día, en la presentación de la novela en Barcelona, Corbacho, que ha dirigido una de las cintas que tengo clavadas en el corazón, porque «Tapas» tiene muchos ingredientes que me gustan del cine y de la vida, me hablaba de ello. Pero eso que dices del «Gran Hermano» culinario… Las historias perderían su autenticidad en el momento en el que hubiera una cámara delante, porque creo que lo maravilloso que sucede en esta cocina es que todo se queda allí y que los sabores actúan como un suero de la verdad porque conectan con lo auténtico de cada uno. En algún momento se cuenta que nadie puede imaginar desde el otro lado de la valla lo que está sucediendo ahí. Y eso es lo que tiene de encantador.