El wéstern que no nos contó John Wayne
«A lo lejos», de Hernán Díaz, desmitifica la conquista del Oeste con una excelente historia; una novela que habla de la naturaleza, la extranjería y la violencia
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Hernán Díaz ha escrito una «antileyenda». Las naciones se asientan sobre el relato de historias épicas y él ha escrito una narración desmitificadora. A pesar de eso ha sido finalista del Premio Pulitzer y el Pen/Faulkner Award. Todo un mérito para un novelista que ha nacido en Buenos Aires, ha vivido en los países nórdicos y ahora reside en Estados Unidos. Su libro es un intento de arrancar el árbol de la patria de cuajo para dejar al aire las verdaderas raíces sobre los que se fundamenta Estados Unidos. Una realidad que se separa de lo que airean las películas y los tópicos. La conquista del Oeste difiere de la impresión que dejan las películas de John Wayne y su chulería pistolera. Aquella aventura no fue una gesta pacificadora, el avance de la civilización sobre la barbarie. Hubo esclavitud, genocidio y violencia. El ferrocarril y la fiebre del oro arrasaron la naturaleza y los hombres actuaban como lobos, si se permite evocar a Thomas Hobbes. «A lo lejos», su novela, es un wéstern escrito con las reglas y normas del wéstern, pero hecho contra el wéstern. Una obra calibrada para descabalgar lugares comunes.
Su protagonista es la encarnación del desamparo y un cuento fantástico para su coetáneos, que lo admiran, lo temen y lo quieren cazar. Fue bautizado como Hakam en su tierra natal, Suecia, pero en América todos lo reconocerán como el «Halcón», una confusión que deriva de la pronunciación de su nombre en inglés. Sus tribulaciones lo convertirán en una figura respetada y buscada. «La leyenda es el modo más primitivo, esencial y primigenio de otorgar sentido al mundo. Pero antes está el chisme –bromea Hernán Díaz, un autor que habla varios idiomas–. El chisme, el rumor, es el primer género literario, anterior a la religión. Las religiones politeístas son muy chismosas. Me gustaba pensar en la leyenda y la historia. Las dos cosas confluyen en este libro. De ahí viene el título. Esta leyenda crece entorno al personaje que no es capaz de imaginar lo que está gestando su figura ni tampoco es consciente de la historia nacional, de la guerra civil, el avance del ferrocarril, la penetración de la ganadería y de un montón de eventos históricos que aparecen como murmullos y ecos distantes».
Nomadismo
Bajo el subterfugio de la trama se deslizan preocupaciones modernas. Es una corriente fuerte, que habla de quiénes somos y el sentimiento de extranjería. «La extranjería, la migración, eso está ahí. El nomadismo es una cualidad humana. Antropológicamente somos nómadas, pero, por otro lado, somos posesivos y territoriales. Toda nuestra historia gira en torno a la constitución de la propiedad privada. El conflicto está en ese desencuentro, en esas tensiones, entre los que están asentados y los que no». Hernán Díaz tiene referentes para su obra: Frankenstein, Artrhur Gordon Pym, la literatura gauchesca, Borges, pero su génesis es autobiográfica. Emerge de la sensación de desarraigo. O, mejor dicho, de pertenencia a varios lugares del mundo. «Uno de los problemas políticos en Estados Unidos es la inmigración. No puedo creer que haya niños encarcelados, familias separadas en la frontera, gente que muera en el desierto, pero es un país de inmigrantes, desde los puritanos hasta los que llegaron con las grandes olas migratorias de principios del siglo XX. Los únicos que en EE. UU no son emigrantes, son los nativos, los esclavos y descendientes de esclavos. Todos los demás que vivimos allí somos emigrantes. Incluso los que se piensan que pertenecen a cierta aristocracia rancia americana».
Pero Hernán Díaz es un escritor de literaturas, que rehuye conversaciones políticas. Le gusta hablar de otros temas, como los hechos en los que ha basado para construir este título y la edulcoración en la que sobreviven esta mitología gracias, entre otras cosas, al cine. «En la realidad los aprecias de manera cruda y despiadada; las mentiras son simplemente barnices ideológicos. Un ejemplo obvio es el relato heroico de la conquista del Oeste. Se vende como un triunfo del progreso y la industria sobre lo salvaje. Eso es verdad, sucedió, pero la valoración ideológica es otra cosa. En esos mismos se ven hechos como el genocidio, la expulsión y la segregación, a lo largo de unas décadas perversas, de los habitantes originales de aquellas tierras y la explotación violentísima de inmigrantes. Los chinos morían centenares. Igual que irlandeses, italianos. Hubo esclavitud. Estados Unidos es Estados Unidos porque la hubo».
Lejos de taparse las carencias de la historia, Hernán Díaz sostiene que en estos instantes estamos viviendo un momento de crudas realidades. Ahora es más visible el racismo. Cuando se pensaba que esa lacra se había superado, resulta que hace más palpable que nunca. Además, la diferencia de clases resulta demasiado abrupta cuando muchos creíamos que se iba a reducir, que parecía que se iba a subsanar en parte, por ejemplo, con los planes para que los programas de sanidad estuvieran al alcance de todo. Se ha dado un paso hacia atrás. Los conflictos constitutivos que hubo al comienzo de los Estados Unidos son más visibles ahora que antes. No existen disfraces. Es como el fin de la ideología. Es todo lo opuesto a lo real. Están ahí en estado puro, sin ningún disfraz».