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El Lorca más amargo (y gitano)

Francisco Suárez y Manuel Tirado versionan en el Teatro Español “Diálogo del Amargo”, de Lorca, dejándose llevar por el “instinto y sin erudiciones”, dicen

Gerardine Leloutre
Gerardine LeloutreGerardine Leloutre

María Galiana ya no tiene edad para andar con medias tintas. No se muerde la lengua. Así que no repara en elogios cuando habla del montaje que presenta esta semana en la Principal del Teatro Español, “Diálogo del Amargo” (del 5 al 29 de marzo): “El mejor homenaje que se puede hacer a Lorca”, dice de la pieza versionada por Francisco Suárez (también director) y Manuel Tirado. La razón “es clara”, continúa la actriz; “no se ha hecho desde el conocimiento intelectual o analizando su obra literaria como lo haría un erudito, sino desde la emoción, con “sentío””. El sentimiento de un Suárez que se ha dejado llevar por su “instinto gitano” y que ha tratado la obra “de una manera distinta, ni mejor ni peor”, comenta el director.

Para Tirado se trata de “un acto de rebeldía contra los expertos en la obra lorquiana, que lo consideran un texto irrepresentable”, pero también “contra los políticos, tanto los que rehúyen la memoria histórica como los que tratan de imponerla a su modo, contra las fuerzas opresoras de ayer, de hoy y de siempre y contra esa parte de la sociedad resignada a acostarse y levantarse cada día, como Doña Rosita la soltera: “Con el más terrible de los sentimientos, que es el de tener la esperanza muerta””. “No hay nada tan sorprendente como el amor y la muerte. Irrepetibles. Las obras de arte, como las de Federico están vivas y, en consecuencia, cada vez que las miras son diferentes -explica Suárez-. Siempre que leo sus obras o las veo representadas parece que el autor las ha vuelto a escribir para que hablen de la actualidad. Todo en ellas resulta nuevo”.

La novedad radica en la repetición del texto en tres movimientos. “De otra forma no haríamos más de veinte minutos de espectáculo”. Tres situaciones diferentes que, como un canon musical, repiten las mismas palabras en un lugar abstracto, “la mejor forma de representar el tiempo, en este caso el pasado”: primero, el encuentro entre un gitano y la Guardia Civil caminera; luego, un republicano y poeta junto a unos militares; y, para terminar, un homosexual con fascistas y falangistas. En todas ellas, el protagonista es el mismo, Federico, el Amargo (interpretado por Alberto Iglesias), “pero también lo son todos los parias de la historia universal”. El antagonista, esa sombra “siniestra y oscura” que cambia del verde al caqui y, finalmente, al azul de los uniformes. Para introducir cada fragmento, Suárez ha querido que sea la voz de una sobrina del poeta (Galiana, Ana Fernández y Cristina Marcos) la que diera pie a la palabra de Lorca. Una parte “indispensable” de la función que Tirado quería que fuera “muy honda”, cuenta, “para pelear contra los dictadores del olvido, empeñados en mirar adelante sin cerrar las heridas”. “No olvida el que finge olvido, sino el que puede olvidar”, que diría Benedetti.

El amargo fue para el de Fuente Vaqueros la más universal de todas sus obsesiones, “aunque nunca lo encontró”, apunta Francisco Suárez: “Dicen que se le quedó clavada la palabra “maricón”, que le hizo una herida que no cerró nunca”, recuerda el director que ha “contagiado”, afirma Galiana, la pasión gitana a todo el elenco. El amarillo ya no es una superstición, sino el sol, la luz que representa en el mundo caló. De este color inicia Ana Fernández una función que “se entiende en cualquier parte del mundo porque la injusticia es algo universal”, apunta.