«El Brujo»: «Ser divertido es una obligación del actor»
Presenta en el Teatro Bellas Artes el monólogo en el que entremezcla la vida de Esquilo con los pensamientos de Nietzsche y George Steiner
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Rafael Álvarez (Lucena, 1950) cumple cada día con su rutina, el yoga. «No hay nada mejor», dice. Eso y una visita semanal al fisio, y «El Brujo» carga pilas para pasear su «Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia» por toda España. Después de año y medio de gira, desde que estrenase en Mérida, llega ahora al Teatro Bellas Artes de Madrid con un hombre clásico al que ha aliñado con una pizca de Nietzsche y otra de Steiner.
–¿Cómo es ese otro Esquilo que ha inventado para la ocasión?
–Es una reflexión sobre el mito porque del personaje histórico hay pocas referencias. Poco más de que lo mató una tortuga, bueno el caparazón: el oráculo le dijo que moriría por el derrumbamiento de una casa y se fue al campo para que eso no ocurriera, pero un pájaro soltó una tortuga que llevaba en el pico y ésta le dio en la cabeza. Cumplió el destino. He ido al mito como representante de la tragedia más sagrada.
–¿Cree en el destino?
–No a ciegas, pero sí. Creo en una mezcla combinada de destino y libre albedrío. La vida viene condicionada por unas tendencias con las que naces: el ADN, unos hábitos que te esclavizan, un lugar de nacimiento que te condicionan... Pero también está la posibilidad de la libertad.
–¿Como la relación de Nietzsche entre el equilibrio de Apolo y el desenfreno de Dionisio?
–Yo reflexiono de coña, pero luego se va haciendo más seria la cosa. La gente se ríe mucho hasta que aparece el lado más trágico. Es un pensamiento a partir de «El nacimiento de la tragedia», de Nietzsche y otro del profesor Steiner en «La muerte de la tragedia».
–¿Cómo ve la tragedia hoy en el mundo del escenario?
–Leí en el libro de Steiner que «sin la vibración poética del lenguaje la tragedia es un culebrón». Es decir, que lo que le da su grandeza es la poesía de los parlamentos de los personajes. Sin eso, analiza Fedra: una mujer que se enamorad de su hijastro, éste le repudia y ella se suicida, pero antes deja escrito que él la intentó violar, que es mentira. Se va al otro mundo dejando un marrón por una rabieta. Esto lo coge una productora suramericana de culebrones y te hace una serie infinita.
–Afirma que busca la risa constante en el público.
–Hay que mantenerlo atento, ser divertido es una obligación del actor, aunque no soy un actor al uso, soy director, autor, animador, «showman» y cómico tradicional. Tengo que aunar todo con los contenidos de la cultura.
–Ahora que habla de cultura, ¿qué debemos esperar del Gobierno en este aspecto?
–No tengo esperanza porque no he oído nada para potenciarla de forma especial. Lo veo muy preocupado por Cataluña, la mesa de diálogo, el coronavirus... Está muy agobiado como para centrarse en la cultura.
–Difícilmente ocupa los primeros lugares de la agenda...
–No entienden que es una inversión a largo plazo. Un país culto necesita menos Policía, tiene menos escándalos, hay más consenso, los políticos se entienden con mayor facilidad y la gente tiene más calidad de vida...
–¿Echa de menos a algún político?
–Me caía muy bien Felipe, cuando era más joven, ahora lo veo un poco... (ríe). Pero siempre que dice algo es con una inclinación hacia la pedagogía, explica las cosas. Rajoy también tiene esa calma. Me gusta la gente que no exagera, no la sectaria, que me parece hasta estéticamente fea.
–¿Entonces, cómo ve el presente del Congreso?
–Los veo muy excitados, muy presionados, combativos, demasiado ofuscados y confrontados. Eso en mí se impone como un muro. Repiten consignas como si no hablaran a la gente para razonar, sino para cabrearles.