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Paul Stanley, la deformidad de Kiss

El guitarrista de la mítica banda, aquejado de una malformación de nacimiento, se sentía como «El fantasma de la ópera» tal y como revela en sus memorias, en las que aborda el rechazo que sufrió el grupo por la crítica, el antisemitismo dentro de la banda y su adicción por el sexo

La mítica banda alemana de hard rock «Kiss», con 45 años de trayectoria
La mítica banda alemana de hard rock «Kiss», con 45 años de trayectorialarazon

La música tiene una capacidad transformadora increíble. El porcentaje de los artistas tanto de éxito como de culto cuya infancia o adolescencia es disfuncional es tan alto que no por ser un cliché deja de tener significado. Resulta fascinante a cuántos inadaptados admiramos. Cuántos de nuestros héroes podrían haber sido objeto de burlas y acoso en la infancia. La lista es interminable y la venganza que proporciona la música, colosal. Así pues, de nuevo, en el paradigma de muchachos raritos se alza Paul Stanley, guitarrista de la mítica banda Kiss, alguien que dice que comprendió su vida cuando vio por primera vez “El fantasma de la ópera” y se sintió identificado con el protagonista. Stanley escondió su propia deformidad tras su personaje maquillado. Pero la máscara acabó por apoderarse de él, como cuenta en sus memorias “Dar la cara” que han sido editadas por Es Pop.

Stanley era sordo de nacimiento de un oído y tampoco tenía oreja derecha. Eso siempre le hizo sentirse defectuoso, tarado, menos que los demás. Tampoco ayudaba que no pudiera seguir bien las clases, pero tenía todas las papeletas para ser un fracaso escolar. “Me pasé la infancia siendo objeto de burlas por mi deformación”, rememora. Y aun así le fue mejor que a su hermana, que era medio yonqui y abandonó a su hija con sus padres. El caso es que tras dejar la universidad municipal, obtiene la licencia de taxista mientras sueña con ser una estrella del rock. Gene Simmons, su compañero en Kiss tampoco era normal. Para empezar, por la relación edípica con su madre, a la que compone la canción “Mi madre es la mujer más bella del mundo”. Era mayor que él y había terminado por creerse que, como ella le decía, era un regalo de Dios para el mundo. Aunque estaba gordísimo y tenía sus manías, sabía componer. Y así cominenza la historia de Kiss.

La credibilidad

Kiss llenaron estadios y consiguieron enormes éxitos pero nunca gozaron de la credibilidad de la crítica. Primero, porque su sello, Casablanca, era el de la gran Donna Summer pero también el de Village People y otra serie de grupos “prefabricados”. Segundo, porque la puesta en escena pirotécnica, el maquillaje, las plataformas y algunos excesos cometidos en los ochenta les hacían parecer más una especie de Teleñecos con guitarras o un musical rancio de Las Vegas. Tercero, porque, aunque eran aceptables instrumentistas y buenos compositores, sus discos de estudio sonaban mal. Muy mal, en realidad. Así que siempre lucharon contra una falta de credibilidad total que solo recuperaron en este siglo al convertirse casi en clásicos. Después de amenazar varias veces con la retirada, el Coronavirus ha interrumpido su gira de despedida, prevista para este verano.

Una de las situaciones extrañas que se daba con la banda es que, mientras la crítica les acusaba de no ser peligrosos, sino más bien un grupo ingenuo para niños, algunas asociaciones religiosas les acusaban de corromper la moralidad de la juventud y de destruir el país como enviados de Satán. Nada más lejos: ellos cantaban sobre tener fe en uno mismo, llegar a ser quien quieres, y rocanrolear toda la noche. Estaban más cerca de lo primero, pero Stanley no echa de menos la aprobación de un periodista. “No la necesitábamos, pero hacíamos canciones igual de buenas que los demás”. En el seno de Kiss se dan varias historias rocambolescas. La primera de ellas es que Simmons y Stanley en realidad se apellidan Weitz y Eisen. Ambos eran descendientes de judíos supervivientes al Holocausto. Ace Frehley, errático guitarrista de la banda durante 9 años coleccionaba parafernalia nazi. “Habrá coleccionistas que no sean fascistas pero me temo que éste no era su caso”, ironiza Stanley, que asegura que su compañero estaba lleno de resentimiento porque dos judíos escribían todas las canciones y lideraban la banda. Él se encargó de difundir rumores sobre su carácter de judíos avarientos, pero le echaron de la banda porque su consumo de drogas era desaforado. Al mismo tiempo, al propio padre de Stanley tampoco le acababan de gustar las dos eses del logo tan juntas que parecían un homenaje a las SS de Hitler. No era el único que lo pensaba: el logo de la banda estuvo muchos años prohibido en Alemania por considerarse simbología nazi.

Una familia postiza

“Creo que, en cierto modo, todas las bandas son disfuncionales. A menudo, uno de los motivos por los que muchas personas terminan dedicándose al rock & roll es precisamente porque son disfuncionales. Si tienes suerte, encuentras camaradería y cierta clase de química. El hecho de que todos os sintáis diferentes, sirve para uniros. Y, desde luego, resulta agradable formar parte de un club de inadaptados”, escribe Stanley, que nunca, pese a todo, logró superar sus problemas psicológicos. “Kiss me aportó el sentimiento de encajar por fin en algún sitio. Una mentalidad del tipo nosotros contra el mundo. Me sentía parte de aquel nosotros”, cuenta justo en el momento en que todo empieza a desmoronarse. La historia del grupo cumple muchos cánones, como el de unos orígenes explosivos y salvajes que terminan encharcados en drogas y alcohol. Ace y Peter viven comatosos por las drogas. El primero, cada vez más autodestructivo; el segundo, más errático y hosco. Gene Simmons habla en singular del grupo y se erige portavoz mientras cada vez aporta menos a las canciones. El guitarrista le acusa de considerar a la banda un “vehículo personal para su beneficio. No compartía la mentalidad colectiva que tenía yo”, lamenta. Stanley necesitaba una familia.

Las drogas nunca interesaron al narrador, pero el sexo era su anestésico. Cambia modelos Playboy por la chica de portada del “Penthouse”, actrices por modelos. «Eran objetos perfectos que borraban mis deformidades», escribe. Su vida carece de agarres psicológicos y es incapaz de tener ninguna implicación emocional. Cuando triunfa, va sin frenos, pero mucho peor es cuando el grupo da pena. Y el grupo da pena durante unos cuantos años. “Mi maquillaje era una máscara que me aportaba la distancia necesaria frente al público. Me daba el escudo que necesitaba. Los temores a verme ridiculizado -ya fuese por mi aspecto habitual o con el maquillaje- despaarecieron. El maquillaje era una armadura. Me protegía”.

Pese a todo, tuvieron un éxito abrumador. Cuatro años y medio después de que Stanley parase su taxi frente al Madison Square Gaden para dejar a unos clientes en un concierto de Elvis, Kiss estaban llenado el pabellón de Manhattan. Vendieron millones de copias y percibieron mucho menos dinero de que debían. Su manager Bill Aucoin y su empresa de representación les timaron groseramente. Les salvó ser una máquina de «merchandising» (aunque de los cien millones de dólares que generaron se calcula que generaron percibieron solo tres) y han conseguido ser millonarios durante cuatro décadas. Atravesaron varios desiertos y fueron incapaces de conseguir colaborar con unos imberbes Richie Sambora y Slash cuando tuvieron la oportunidad. No fueron la banda más inteligente del rock, pero en cambio puede que una de las más divertidas y desprejuiciadas. Stanley pensaba que la solución era tener una banda de rock que fuera su familia. Ser famoso y rico para superar sus complejos. Poseer mil mujeres, coches y guitarras para estar completo. Pero no. Nunca dejó de ser el fantasma de la ópera... del rock & roll.

Título: «dar la cara»

Autor: Paul Stanley,

Editorial: ES POP.

464 páginas,

26 euros.

Paul Stanley
Paul StanleyEs Pop