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Estrenos en el sofá: “La chaqueta de piel de ciervo”, “High Flying Bird” y “Las buenas maneras”

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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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“La chaqueta de ciervo”: Amor fetichista ★★★★✩

Dirección y guión: Quentin Dupieux. Intérpretes: Jean Dujardin, Adèle Haenel, Albert Delpy, Coralie Russier. Francia, 2019. Duración: 77 minutos. Comedia dramática. Movistar +
No hay nada sexual entre ellos. Lo suyo no es una parafilia sino un amor puro y loco, en el que el sujeto que ama y el objeto amado son dos caras de un mismo espejo. No es casual que Georges hable con su inseparable pareja, una flamante chaqueta de piel de ante, como un ventrílocuo con su muñeco favorito. En realidad, Georges habla consigo mismo, porque después de lo que parece una ruptura matrimonial solo se tiene a sí mismo. Es decir, algún freudiano diría que su amor es un desdoblamiento, la proyección de un ego masculino en crisis que necesita fantasearse como una prenda de cowboy, que huele a whisky y tabaco de mascar. Que durante el extravagante planteamiento de esta película singularísima Jean Dujardin, espectacular, interprete a Georges como alguien que cree firmemente en su propia mentira, con ese indisimulado patetismo que busca una cierta dignidad sin perder la compostura, puede hacernos pensar que la brillantez de la premisa acabará devorando al personaje. El milagro es que eso no ocurra. Porque con la chaqueta de piel de ante viene un «bonus track», un regalo inesperado, una cámara doméstica que Georges empezará a usar para descubrir el cine, con la ayuda de una montadora «amateur» (estupenda Adèle Haenel) que queda fascinada cuando le pasa el material rodado, a medio camino entre un filme de James Benning y un vídeo casero subido a youtube. Ese amor fetichista por la chaqueta encuentra su correlato con la pasión por las imágenes recién producidas, otra manera de alimentar el narcisismo de Georges y de que Quentin Dupieux (que dirige, escribe y monta sus propias películas, a veces se hace llamar Dj Ouzo y debutó con la iconoclasta «Rubber», o la crónica vital de un neumático asesino) explique que amar el cine es aprender a amarnos a nosotros mismos. Hay que crearle un relato a esa ópera prima que Georges rueda desde una obsesión austera, seca, y que nace de una extrema, conmovedora necesidad de expresarse, y de manifestar abiertamente su misantropía. Lo que había empezado casi como una broma buñueliana, o una variación peletera del «Tamaño natural» de Berlanga, se convierte en un haiku inquietante que quiere captar la vibración de la imagen doméstica como pulsión de muerte. No estamos tan lejos, pues, de una adaptación de «El fotógrafo del pánico» para efímeros, aislados, tristes tiempos digitales.
Lo mejor: Su premisa, que une la pasión por una chaqueta con la obsesión por el cine, y un gran Dujardin
Lo peor: Que el espectador se la tome menos en serio de lo que realmente merece

"High Flying Bird”: El juego detrás de la canasta ★★★✩✩

Dirección: Steven Soderbergh. Guión: Tarell Alvin McCraney. Intérpretes: André Holland, Melvin Gregg, Zazie Beetz, Zachary Quinto. EE. UU., 2019, Duración: 90 min. Drama. Netflix
Para un neófito del básquet como el que esto suscribe, «High Flying Bird» es una experiencia más fascinante que frustrante. Tal vez sea porque la penúltima película de Steven Soderbergh habla de cuestiones más abstractas de lo que parece –es, en definitiva, un capítulo más del ensayo sobre el capitalismo que el cineasta lleva filmando desde «The Girlfriend Experience»–, oculta en una jungla de negociaciones y trampantojos verbales entre jugadores novatos y propietarios de clubes adscritos a la NBA regada por la ambigua actitud de un agente de deportistas de élite que nunca sabemos si actúa por beneficio propio, para saltarse las normas del sistema o por las ambas. En ocasiones resulta ininteligible, pero hay algo irresistible en su densidad, aligerada por una elegante imagen calidad IPhone (sí, está rodada con un teléfono). Quizá porque se preocupa de cosas que importan sin hacer concesiones a la galería.
Lo mejor: A sus arrebatos sorkinianos le interesan más las estrategias del capitalismo que las canastas de tres puntos
Lo peor: Puede resultar alienante para los que no acostumbren a frecuentar el ecosistema de la NBA

"Las buenas maneras”: Luna llena de sangre en Sao Paulo ★★★✩✩

Dirección y guión: Juliana Rojas y Marco Dutra. Intérpretes: Isabél Zuaa, Marjorie Estiano, Miguel Lobo, Cida Moreira. Brasil-Francia-Alemania, 2017. Duración: 135 min. Fantástico. Filmin
Esta heterodoxa película de terror, que puede leerse –ya ocurría en la ópera prima de su pareja de Rojas y Dutra, «Trabalhar cansa»– como una alegoría política, en este caso sobre las diferencias de clase en la sociedad brasileña, es, más que nada, una hermosa historia de amor entre dos mujeres que se comprenden más allá del orden de lo establecido. Que una de ellas esté enferma de licantropía no hace más que acentuar la dimensión binaria de la película, que parece vertebrada sobre líneas opuestas –riqueza contra pobreza, blancos privilegiados contra negros esclavizados– que afectan a su propia estructura narrativa, dividida en dos partes que no aguantan comparación. Después de una primera hora magnética y deslumbrante, Rojas y Dutra tienen algunos problemas para modular los cambios de tono y termina por embarrancarse, aun tomando riesgos como el de filmar a un licántropo recién nacido tomando leche materna.
Lo mejor: La fuerza de su historia de amor, que vertebra, con altibajos, sus cambios de tono
Lo peor: La segunda parte de la película se desinfla y pierde su intensidad original

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