Lenin resucita 150 años después
Hoy, día 22, se cumple el aniversario del nacimiento del sanguinario líder, creador de la policía política y del exterminio selectivo
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La figura de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, sigue siendo respetada 150 años después de su nacimiento. En esta percepción del dictador comunista tiene mucha importancia el nuevo nacionalismo ruso, impulsado por Vladimir Putin. El gobernante está en el poder desde 1999, veintiún años, un tiempo solo superado por Stalin. Durante esas dos décadas, el ex agente del KGB ha conseguido establecer un nacionalismo populista fuertemente conservador.
Ese nuevo nacionalismo ruso se fundamenta en la interpretación de la Historia del país como la manifestación de un impulso colectivo y de un destino manifiesto: la Madre Rusia. De esta manera, es capaz de integrar personalidades tan distintas como el zar Nicolás II y Stalin. Se trata, en definitiva, de tomar a los personajes no como santos laicos, sino como pruebas del espíritu de grandeza nacional. Solo así se entiende la opinión de Putin sobre Lenin. Es capaz de tener al bolchevique por uno de los padres de la patria y sus ideas «simpáticas», y, al tiempo, sostener que «puso una bomba atómica bajo el edificio que llamamos Rusia, y luego explotó».
Esa bomba fue el derecho de autodeterminación de las naciones que, a su entender, permitió la desmembración de la Gran Rusia en pequeñas Repúblicas independientes en la época de Gorbachov. Esa pérdida de territorio y población choca con el clásico imperialismo ruso, presente ahora con Putin. Hay otra dificultad: Lenin atribuyó al proletariado ruso la obligación de luchar contra el nacionalismo ruso. Buscó al apoyo de las minorías nacionales del Imperio zarista para hacer su revolución. En 1914 defendió que había «naciones oprimidas» y «nación opresora», la rusa, y que debían luchar juntos el proletariado de unas y otra. La clave de combinar el apoyo del derecho de autodeterminación de las naciones y ser socialista era la propaganda; es decir, que los bolcheviques debían predicar la separación al tiempo que «repeler todas las influencias burguesas». Había que unir el nacionalismo y el socialismo, fusionar la identidad proletaria y la nacional. De esta manera, se combatía al Estado burgués opresor de otra nación y se creaba una oportunidad de levantar el socialismo en el nuevo Estado nacional independiente. Hoy es algo corriente en los nacionalismos de izquierdas.
La intersección de caminos la resolvió Alexander Dugin, asesor especial del Gobierno y del Parlamento ruso, creador del «nacionalbolchevismo» y el «eurasianismo». El conjunto establecía un orgullo patrio unido a la identidad colectiva como nación y al expansionismo ruso, como ha pasado en Ucrania y Crimea. En este sentido, el nuevo nacionalismo en Rusia recoge a todos los hombres que hicieron grande a su país o que lo defendieron, ya fueran monárquicos o bolcheviques. Así se entiende que Lenin siga formando parte del panteón ruso.
En el centenario de la revolución de 1917 se preguntó a los rusos por los protagonistas de su historia. El personaje que reunía más simpatías era el zar Nicolás II, asesinado por los bolcheviques en 1918, pero el monarquismo no existe en Rusia. El segundo era Félix Dzerzhinski, fundador de la policía política. Y el tercero, Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, con un 53% de rusos con buena opinión sobre su persona. Claro que, Stalin, concitaba el 52% de aprobación. En esa encuesta, los rusos decían que si hubieran vivido en 1917 mayoritariamente hubieran apoyado a los bolcheviques. Por eso, casi un 40% considera hoy que fue positiva la URSS para el desarrollo de Rusia, y un 70% no quiere que se retiren las referencias callejeras al comunismo.
Por eso, las estatuas y plazas de Lenin se mantienen en Rusia, y su mausoleo preside la Plaza Roja de Moscú. Allí estuvo también enterrado Stalin hasta que en 1961 fue trasladado su cuerpo en la muralla del Kremlin. Hoy es posible hacer un tour leninista por Moscú, que se puede comenzar en el parque «50 aniversario de la revolución de octubre», luego a la Plaza Octubre, donde hay una enorme estatua de Lenin. De ahí se pasa a la calle Kroupskaïa, su esposa, a la calle María Ulianova, su madre, y pasar por la avenida Lenin hasta la calle Dimitri Ulianov, su hermano.
Las calles están llenas de placas que recuerdan a Lenin y sus pasos en la revolución bolchevique. «En este edificio –reza una placa–, Vladimir Ilich Lenin participó el 19 de julio de 1918 en una reunión de las células del partido de las fábricas del barrio de Zamoskvorechye». Y en otra «Vladimir Ilich Lenin habló desde un balcón del inmueble a delegaciones de trabajadores comunistas de las regiones de Yaroslavl y Vladimir que partían hacia el frente». La red de transporte subterráneo moscovita sigue con el mismo nombre: Metro Lenin de Moscú.
Mantener el mausoleo
Hoy es un reclamo turístico, pero también un referente nacionalista usado por Putin. Cuando preguntaron al mandatario si iba a retirar el mausoleo dijo que no, que la URSS había hecho grande a Rusia y que los rusos debían estar agradecidos. Lo cierto es que Boris Yeltsin, el primer presidente de la Federación Rusa, no alteró el culto a Lenin a pesar de haberse enfrentado en 1991 al intento de golpe de Estado de los comunistas.
El comunismo es una religión política y uno de sus santos laicos, reconoció Putin, era Lenin. La momia del líder bolchevique no se diferenciaba, dijo, «de las reliquias de los santos para los (cristianos) ortodoxos», dijo en enero de 2018. El comunismo, sostuvo, y el cristianismo son similares en los conceptos de igualdad, fraternidad y justicia.
El 19 de diciembre de 2019, Putin declaraba que Lenin no era un estadista, sino un revolucionario. Durante mil años, dijo, Rusia había sido un «estado unitario estrictamente centralizado», pero Lenin propuso una confederación, que las etnias estaban ligadas a un territorio y, ya en el poder, «concedió el derecho a separarse de la Unión Soviética». Los bolcheviques habían vinculado el futuro del país a su partido. El problema estuvo, sentenciaba Putin, cuando el PCUS se rompió porque también lo hizo el país. Fue un error fundamental de Lenin en la construcción del Estado, y motivo de la caída de la URSS, «la catástrofe política más grande del siglo». La conclusión de Putin era evidente: él es el más importante estadista de Rusia, capaz de unir el destino nacional ruso, su identidad, con una forma de Estado y un liderazgo.
Un pedigüeño
Lenin no pudo mantenerse por sí mismo antes de 1917. Lo hizo su madre, a quien escribía periódicamente pidiendo dinero. Se estableció como abogado en San Petersburgo, pero sin éxito. No quiso trabajar en el campo: “Mamá quería que me ocupase de los trabajos del campo. Lo intenté, pero aquello no funcionaba”. Su madre y su hermana le mimaron, y él las despreció, lo que convirtió a Lenin en un machista. Mantuvo, además, un triángulo amoroso entre su mujer Nadezhda y su amante francesa, Inessa Armand, gracias al piso que Lenin alquiló en París con el dinero que sacó a su madre. No mantenía relaciones sexuales con su esposa, pero encontró que su liderazgo político le granjeaba la atracción de muchas mujeres, lo que aprovechó. Sin embargo, no creía en la liberación femenina, ya que carecían de “conocimientos profundos”, ni en la libertad sexual, a la que consideraba una “extensión del burdel burgués”. Lenin llegó a decir en la cara a Clara Zetkin, una feminista, que nunca había conocido a una mujer capaz de leer “El Capital”, consultar un horario de trenes o jugar al ajedrez.
Era un “pequeño burgués”, como todos los revolucionarios históricos, desde Marx al Che Guevara. Un sanguinario que basaba en el terror el control sobre el pueblo. De hecho, las masas no le seguían, sino que le temían. Es falso, por tanto, que Lenin fuera el “bueno” y Stalin el “malo”. El exterminio selectivo, la liquidación social de monárquicos, cristianos, judíos, burgueses, demócratas, socialdemócratas y de todo aquel que no obedeciera al líder bolchevique se inició con Lenin. Utilizó la guerra civil rusa para liquidar a sus “enemigos de clase” y adversarios políticos, entre el golpe de Estado de enero de 1918, cuando disolvió la Asamblea constituyente tras unas elecciones que perdió, y finales de 1922. Creó la policía política, los campos de concentración, trabajo y exterminio que luego copiaron los nacionalsocialistas, e inició el terror como forma de gobierno. En untelegrama, fechado el 10 de agosto de 1918, Lenin ordenó: “Es preciso dar un escarmiento. Colgad (y digo colgad de manera que la gente lo vea) al menos a cien kulaks, ricos y chupasangres conocidos. (...). Haced esto de manera que en centenares de leguas a la redonda la gente lo vea, tiemble, sepa y se diga: matan y continuarán matando”.