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Cuando Sabina fue sentenciado a arresto domiciliario y se pasó un mes de fiesta en casa

El documental que estrena Atresmedia sobre la figura del genial artista empieza por el capítulo de sus pecados
"Pongamos que hablo de Sabina"

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De Joaquín Sabina se ha escrito casi todo, pero una personalidad tan volcánica siempre guarda sorpresas. Algunas de ellas las desvela la serie documental que estrena Atresplayer Premium, “Pongamos que hablo de Sabina” y que consta de tres capítulos: sus pecados, sus amores y sus pasiones. En este documental, ya en la plataforma, se narra con qué filosofía se tomó Sabina el confinamiento hace algunas décadas, aunque, en su caso, fuera por mandato judicial. Y es cierto que sin obligación de distanciamiento social. Según cuenta en el reportaje Cristina Zubillaga, su pareja entonces, Sabina fue sentenciado a un mes de arresto domiciliario por agresión y el cantante “invirtió” ese tiempo en recibir en su casa a amigos para cumplir la condena sin distinguir la noche del día.
Uno de los elementos más destacables del reportaje es el testimonio de Zubillaga, que no ha hablado sobre Sabina antes en televisión. En el filme, relata que la condena fue impuesta por una agresión que en realidad se trató de un accidente. “Una fan que ya llevaba tiempo siguiéndole empezó a acosarle una Nochebuena. Y Joaquín hizo un gesto con la mano cuando como diciendo: “déjame en paz”. La otra persona se encontraba a su espalda y se cortó la cara con un vaso”, relata su pareja por entonces. La fan “fatale” presentó denuncia y Sabina fue sentenciado por ello. La Policía se pasaba a comprobar que Sabina estuviera, y estaba.
Zubillaga es la protagonista y destinataria de “19 días y 500 noches”, una canción que el de Úbeda escribió en venganza por haberle abandonado. Pero antes, compartió vida con el cantante y padeció algunas de sus costumbres legendarias, no sólo la de trasnochar sin límite, sino la de facilitar la entrada a desconocidos a su casa. Como ya se ha contado muchas veces, demasiada gente tenía una copia de la llave de la casa de Sabina. “Era muy desagrabable. Yo me levantaba y le quería matar porque siempre había desconocidos”, recuerda su pareja, que conoció a Sabina en una discoteca. “Yo era modelo y tenía un grupo de amigas de la profesión, pero éramos las antimodelos. Salíamos mucho y no nos cuidábamos. Teníamos un grupo de amigos intelectuales, del cine y eso. Pero yo era un poco loquita y aparecí una noche sola en Amnesia, no sé ni cómo. Y le ví pero no sé si era exactamente él. Le acosé, creo, un poco”.
Como cuenta uno de sus biógrafos, Javier Menéndez Flores, “si alguien no tenía la llave de su casa no importaba, porque siempre había alguien que no era el propietario que abría la puerta” al visitante. Y se habla de sus vicios y sus pecados. De su afición por inspirarse en puticlubs (como dice su antiguo mánager paco Lucena), de que, “como fuera de casa, en ningún sitio”, como solía proclamar. “A Sabina le gusta alimentar el personaje, lo hace muy bien, lo pinta muy bien pero por pasárselo bien, porque no tiene que probar ser más crápula de lo que es. No necesita demostrar su licenciatura en golfería”, señala Leiva. El periodista Carlos Boyero tenía una de esas llaves que abrían la puerta y escuchó cómo se compuso “19 días y 500 noches”, mientras que Alejo Stivel, que fue productor de aquel disco, la rechazó.
El disco fue su cumbre artística. Pero todavía estaba saboreando las mieles cuando le sobrevino el ictus en 2001. Y la depresión. “Ha tenido muchas, y lo lleva con naturalidad. Es un hombre depresivo. En esas fases, no sale de casa, o ve a gente, está en la cama. No es amigo de ir al médico y no va al psicólogo. Ha convivido tanto con la depresión que es como una compañera de viaje”, cuenta Almudena Grandes. Por su parte, sabina contó que, tras el “marichalazo”, “pasé de tres paquetes a uno y me quité de la coca y de lo que tiene alrededor: de las noches en blanco y de las dos botrellas de whisky. Pero cabreado”, explicaba en un programa de televisión.
En los tres episodios del documental se habla de las tres mujeres importantes de su vida. De los gatillazos en directo, claro. Y se habla de sus pasiones: los toros, el Atleti, la literatura y la política. Incluso de otras aficiones ocultas del poeta sobre las que no habla tanto, como los programas del corazón u “Operación Triunfo”. Sabina recibe el culto de una divinidad por la admiración que sus fieles le profesan. Pero, además de ser un creador genial, sus seguidores le agradecen que sea tan infinitamente humano para ser vicioso, frágil, errático, y, por supuesto, por haber vivido de esa manera.

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