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¿Y por qué no quemar El Quijote?

Las ediciones de la obra de Cervantes se suceden en Estados Unidos. La última traducción fue de 2004, que fue muy alabada, mientras otros «vandalizan» su estatua
Teresa Gallardo

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Es difícil de comprender el motivo por el que dentro de la campaña de destrucción de estatuas –hablan de vandalización– en Estados Unidos que representan su pasado esclavista y otras injusticias no restituidas se incluyó el busto de Miguel de Cervantes en el Golden Park de San Francisco. Al agresor siempre le sobran motivos aunque no tenga ni una sola razón. Pero en el caso del autor de El Quijote es especialmente paradójico que se produza en un país que no ha sido ajeno a la difusión mundial de la obra y estudios en universidades de altísimo nivel. La última traducción la realizó la muy respetada Edith Grossman, en 2004, lo que sorprendió a los especialistas que se preguntaron por qué emprender de nuevo esa tarea inmensa, cuando existían las versiones de John Cohen (1950), Walter Starkie (1957), Burton Raffel (1996) y John Rutherford (2000), por citar las más recientes . «Cuando empecé no tenía miedo a Cervantes, un hombre encantador, sino a los 400 años de estudios e investigación», dijo Grossman. Harold Bloom la alabó por todo lo alto: «La atmósfera espiritual de una España ya en brusco declive puede sentirse». En apenas un mes se vendieron 50.000 ejemplares de un libro publicado en 1605. Siete años después, en 1612, se realiza la primera traducción de El Quijote, y fue al inglés, obra de Thomas Shelton, y que los especialistas siguen considerando muy vigente, y la segunda parte en 1620. Es la misma que tenía Thomas Jefferson, padre fundador de los Estados Unidos y autor manuscrito de la Declaración de Independencia, además de una edición de la Real Academia Española de 1781, que actualmente se conserva la Biblioteca del Congreso de EEUU. Como muestra de la admiración que se siente hacia el mundo cervantino es obligado citar los fondos en la Newberry Library de Chicago, como la segunda edición de El Quijote de 1605, impresa por Juan de la Cuesta, o la príncipe de la segunda parte de 1615. La Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale cuenta también con joyas del mundo quijotesco. Asalta una pregunta: ¿los que vandalizan el busto de Cervantes quemaría estos libros?

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