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Los “Covidgilantes”: así se frenan los contagios a pie de playa

De bañistas que «racanean» centímetros de arena a «inmunes» que toman el sol con su pasaporte serológico. Éste es el día día a día de los profesionales que garantizan el orden a orilla del mar
©Gonzalo Pérez MataLa Razón.

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Toñi llega a las once la mañana al puesto de socorro de la playa Punta Raset en Denia. Se echa crema, carga su botella con agua fría, se enfunda la mascarilla, gorra y gafas de sol y comienza, como lleva haciendo desde el 21 de junio, a caminar playa arriba y abajo para poner orden entre bañistas. Ella es una de los 12 agentes de sensibilización Covid que recorre cada día la costa de la capital de la Marina Alta de Alicante para evitar rebrotes. Aconseja, da instrucciones y también lee la cartilla a los más díscolos. Toñi «patrulla» junto a su compañero Diego, de 24 años, que se acaba de incorporar hace pocos días al equipo. La suya no es una tarea sencilla. Los veraneantes llegan con ganas de sol y agua marina, pero olvidan que estamos aun en medio de una pandemia y que lugares como éste pueden son un preocupante foco de contagio.
Por eso, estos agentes contratados por la Cruz Roja y que trabajan mano a mano con los socorristas, son sin duda una pieza clave para mantener el orden y, sobre todo, las distancias de seguridad. «Me preocupa mucho la posibilidad de que aumenten los contagios, la gente se relaja y piensa que el coronavirus ha pasado, pero hay que tener mucho cuidado. Por eso, cuando me ofrecieron este puesto de trabajo no lo dudé. Me quedaré sin vacaciones, pero creo que la causa lo merece», explica Diego, madrileño de residencia que ha decidido trasladarse a Denia hasta septiembre y alquilarse una habitación en el pueblo para hacer su particular verano.
«Yo también soy madrileña, pero llevo viviendo aquí varios años. Son voluntaria de Cruz Roja desde hace tiempo y, de hecho, durante el confinamiento he trabajado mucho con ellos ayudando en el tema de banco de alimentos y apoyando a las personas más vulnerables. Por eso, cuando me enteré que se ofrecía este trabajo no dude en presentarme. Además, tenía ya hechas las pruebas de Covid y ofrecía toda la seguridad para poder desempeñarlo», argumenta Toñi, de 58 años.
Su rutina diaria es caminar a lo largo de los más de dos kilómetros de esta playa e ir recordando a los veraneantes que cumplan con las medidas obligatorias, principalmente, mantener los dos metros, o tres si hay viento, entre sombrillas, respetar las tres zonas delimitadas en la playa (baño, reposo, y ocio) y sobre todo, convencer a los padres de los más pequeños de que no pueden jugar con los cubos y palas en la orilla.

Así controlan el aforo

«Los primeros días fueron una locura, tardábamos en recorrer los dos kilómetros de playa más de dos horas, había que pararse para explicar todo a las personas cada dos por tres, ahora parece que poco a poco ya se conocen las normas y hacemos el mismo trayecto en unos 45 minutos. Reponemos la botella de agua, si es necesario cambiamos la mascarilla y vuelta a caminar», explica la pareja.
También tienen en su lista de quehaceres el controlar el aforo, que en esta playa es de 3.400 personas. «De momento, ningún día se ha llenado, porque el verano está tranquilo y ésta es una zona amplia. Lo que sí pedimos es que los bañistas se redistribuyan, porque en varias ocasiones todos se amontonan en los mismos lugares», aclara Toñi. Quien sí se ha encontrado con la obligación de cerrar alguna cala es Joan, que se ha convertido en «el puerta» de la playa de Les Rotes, una joya del buceo que debido al éxito entre los amantes del mar se ha visto obligado a echar el cierre en varias ocasiones desde que ha comenzado la temporada.
«Cuando se supera el máximo permitido de personas se avisa al superior, se envían notificaciones a las aplicaciones disponibles para los usuarios y nos vemos obligados a pedir a las personas que vayan a otros lugares. A algunos no les sienta bien, pero es lo que hay. Incluso hay quienes dicen: ‘‘No, si solo voy a echar un ojo'‘, y cuando te das la vuelta ya ha puesto la toalla. Hay gente para todo», reconoce. Estos nuevos vigilantes no tienen la autoridad para obligar a abandonar la playa ni multar, tan solo informar y comunicar, luego es la Policía la que, en caso de que así se estime, proceda a la evacuación y denuncia. «Por lo general, la respuesta de los bañistas es buena, es más, la mayoría ya nos conoce, me llaman por mi nombre y me dicen: ‘‘Eres nuestro cuidador'‘», dice con una sonrisa. Joan estudia publicidad en Barcelona, pero su familia reside en Denia y para él, este trabajo es una buena oportunidad para sacarse un dinerito en verano, aunque renuncie a sus vacaciones. Cobra alrededor de los 850 euros al mes, nos cuenta, y pese a que hay días de calor que hacen la jornada complicada, por lo general dice sentirse muy satisfecho de poder colaborar para evitar rebrotes.
Un trabajo que no está exento de encontronazos desagradables. Toñi nos describe como a algunas personas tiene que decirles más de 10 veces que respeten las distancias, «y aun así, hacen lo que quieren, se van moviendo centímetro a centímetro y preguntado si así, vale». «A veces, me he encontrado con diferentes grupos que discuten entre sí porque unos u otros están incumpliendo las normas. Yo trato de evitar enfrentamientos porque en la playa se viene a estar tranquilo, pero hay quien viene con ganas de jaleo. Luego están los que creen que el Covid es un invento y te empiezan a contar sus teorías conspiratorias o quienes, cuando vas a decirles que cumplan con las obligaciones te enseñan el resultado de su análisis serológico negativo y te espetan que ellos pueden hacer lo que quieran porque no tienen el virus», relata con resignación.
La paciencia es clave para «sobrevivir» a los bañistas más rebeldes, «que no son los jóvenes, porque mucho que se diga. Es cierto que los adolescentes llegan a la playa como locos, no leen los carteles informativos y hacen lo que les da la gana, pero una vez que les explicas todo, son los que mejor lo cumplen. Son muy respetuosos. Los más mayores son los que más pegas suelen poner», añade Diego. Caminando por la orilla, se puede comprobar que el trabajo de estos sensibilizadores está surtiendo efecto, hay incluso, bañistas que se han creado su propio perímetro de seguridad elaborado con cinta de obra, para delimitar su territorio.
«Ahora, el 98% de las incidencias está centrada en los más pequeños, que se siguen poniendo en la orilla a jugar, a hacer castillos, pero cuando se les llama la atención cumplen con las normas y sus padres, con mejor o peor cara, también», agrega Toñi. Luego están también los chivatos, que son numerosos, y acuden rápidamente a estos vigilantes para indicar irregularidades que están cometiendo otros veraneantes «o aquellos que cuando le estoy explicando con detalle las pautas de comportamiento en la playa, me dicen que me calle ya, que han venido a disfrutar, no a escuchar mi discurso. Veo bastante polarización. Algunos, incluso, cuando ven que me acerco a hablar con ellos me gritan que no lo haga, que les voy a contagiar. Hay situaciones muy variopintas», apunta esta mujer.
En otra playa cercana, mucho más tranquila y familiar que la de Punta Raset, está custodiada por Sonia, italiana afincada en Denia que, folletos explicativos en mano, recorre la Marineta Casiana, y a quien muchos confunden con una informadora turística. «Hay veces que me piden consejos sobre restaurantes o lugares que visitar, es muy gracioso, yo aprovecho y ya les cuento la información del Covid, que es para lo que me han contratado», explica. Para ella lo más complicado es aguantar las ocho horas de jornada a pleno sol, ya que a diferencia de los socorristas que pueden resguardarse en sus casetas, ellos no paran de caminar por la orilla o aledaños para realizar su tarea de sensibilización.
Todos ellos, pese a las reacciones airadas de algunos bañistas, se sienten orgullosos de contribuir con las medidas de protección en la costa, donde ahora están puestas todas las miradas ante la posibilidad de nuevos contagios. En Denia han vivido la pandemia con relativa calma, pero ahora que comienza a llenarse de turistas, sobre todo nacionales, temen que el virus también viaje con ellos y se desate de nuevo el pánico.

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