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Buñol

«¿Qué harán este año con los tomates de La Tomatina?»

Visitamos la cooperativa que cada año surte toneladas de esta hortaliza a Buñol, donde se celebra la famosa «guerra roja» que reúne a más de 20.000 personas el último miércoles de agosto. Los trabajadores del campo observan con resignación cómo se pudren los tomates en el suelo: «Es una lástima, no se pueden comercializar. Las fábricas no los quieren y la colecta es más cara de lo que te darían por ello». La fiesta más internacional de este municipio valenciano reportaba al pueblo más de dos millones de euros

José Ramón Mechó (tercero por la derecha), gerente de la cooperativa La Llosa, flanquea, junto a un grupo de agricultores, uno de los 540 cajones que deberían haberse usado
José Ramón Mechó (tercero por la derecha), gerente de la cooperativa La Llosa, flanquea, junto a un grupo de agricultores, uno de los 540 cajones que deberían haberse usadoLa RazónLa Razón

Bien sabe José Ramón Mechó que la naturaleza es caprichosa. «Que un golpe de calor cuando la hortaliza está en la etapa final de su maduración echa a perder la cosecha de un año. O que una tormenta de granizo arrastra miles de hectáreas dejando a un montón de familias en la ruina absoluta. Todo esto lo sabes y lo asumes, pero ¿un virus de este calibre? La devastación de la pandemia es algo inconcebible, descabellado, inimaginable. Cualquier adjetivo se queda corto. El desastre del tomate sin La Tomatina no es un episodio más, es el más insólito después de toda una vida en el campo».

Mechó es el gerente de la cooperativa castellonense de La Llosa, que debería haber surtido de tomates a Buñol este verano, igual que viene haciendo cada año cuando se aproxima La Tomatina. Es la fiesta en la que, el último miércoles de agosto, los participantes se lanzan tomates sin piedad hasta formar un inmenso lodazal bermellón o de cualquier otra tonalidad granate procedente de un jugo que sale a borbotones mezclándose con el vaho humano. 145.000 kilos de tomates. 20.000 personas y otros tantos efluvios diferentes. Una mezcla embriagadora, letal en plena pandemia. El Ayuntamiento tomó la decisión de cancelar la fiesta en abril. «Por responsabilidad y por seguridad», anunció en un comunicado.

La determinación se dio a conocer cuando el campo ya estaba cultivado, por lo que la gran duda durante este tiempo ha sido qué salida tendrían tantas toneladas de tomates. Para Mechó, sin embargo, el fallo estaba claro desde hace meses: «El producto –explica– se quedaría en la huerta. Si no se utilizaba para La Tomatina se dejaría en el campo sin coger. Tal y como venimos insistiendo cada vez que se nos acusa de desperdiciar alimento, estamos hablando de una hortaliza muy madura que no es válida para la venta, ni en fresco ni para conserva. Por eso La Tomatina ha significado un modo de compensar económicamente la cosecha desechable. Este año, sin embargo, lo que tendremos será un campo abigarrado de tomates inservibles que no podremos recoger por falta de recursos».

La situación es crítica. En Buñol, la agricultura ocupa solo al 2% de la población activa, pero el mayor descalabro lo sufren los agricultores del resto de la comarca que abastecen de productos a La Tomatina (Xilxes, La Llosa, Moncófar, Almenara, Benicarló y Hellín). La pandemia agrava unas circunstancias que ya denunciaban en febrero cuando salieron a la calle para exigir precios justos y una rentabilidad digna para sus cosechas. Al grito de «Queremos futuro», los asistentes formaron con sus tractores una marea humana sin precedentes.

Triste 75 aniversario

Mechó habla el idioma de esa tierra que tanto da y tanto quita, retratada en el siglo XIX por Blasco Ibáñez en obras como «La Barraca». No parece que el panorama haya cambiado demasiado en esta gente que sigue sufriendo los mismos extravíos a causa de un pacto imposible entre el hombre y un campo en el que impera la azarosa ley de la naturaleza. «Para entenderlo, hay que pisar la tierra cada día como yo lo hago desde hace más de 50 años. He conocido tiempos malos, pero como este ninguno. Los 540 cajones que cargamos el año pasado para La Tomatina en siete camiones hoy están vacíos. Solo se podrá salvar alguno. Las fábricas no lo quieren y la colecta es más cara de lo que te darían por ello. Nos resignaremos a ver cómo se pudren miles de toneladas de tomates en la huerta».

Es un año muy flojo y la memoria le lleva hasta tres décadas atrás, cuando había cosechas que daban 30 o 40 millones de kilos de tomates para venta y conserva. Hoy no hay demanda y la competencia es dura. «Ocurre –añade– con casi todos los productos de la huerta. Hubo temporadas que llegamos a recoger millón y medio de kilos de alcachofa por día. Hoy al final de la campaña no suma ni la mitad. La sandía, por ejemplo, la estamos vendiendo a 8 o 10 céntimos el kilo. El problema es la incertidumbre. Si se recoge la cosecha antes, tienes que contar con cámaras refrigeradoras. Si esperamos, te arriesgas a que caiga una lluvia de piedra y en un rato eche a perder toda la producción. Antes podías calcular el precio antes de plantar. Ahora es una aventura».

Este año a La Tomatina le tocaba celebrar sus bodas de brillantes, 75 años que certificarían la pureza, peso y fortaleza que caracteriza a estas piedras preciosas, aunque su apariencia sea la de un barrizal. El coronavirus ha dejado a los buñolenses sin bodas y sin su tradicional fiesta. Sus calles sin salpicaduras van a resultar extrañas, puro espejismo de un espectáculo del que disfrutaba todo el mundo, además de sus 20.000 participantes. El Ayuntamiento ha calculado que las pérdidas para el municipio podrían ser de unos dos millones de euros.

La pandemia nos ha privado de tantas citas imprescindibles en el calendario de 2020 (Fallas, San Isidro, Sanfermines, Semana Grande…), que La Tomatina podría ser solo una más. Pero cada quien mira para su santo y para los buñolenses este es su particular mazazo. «Entendemos que, por responsabilidad, la suspensión era inevitable, pero no deja de ser un duro golpe con un impacto muy grande en la población. Sentimentalmente, tiene un significado muy especial, aunque la peor parte se la llevan los comerciantes, la hostelería y los agricultores. Es una herida profunda en nuestra economía y a cualquier empresario le va a costar tiempo reponerse de ella», cuenta Francisco Ortega, portavoz de El Tomatazo, una peña futbolera que también este año debería haber celebrado su 25 aniversario.

En este verano atípico en el que nada es como debiera haber sido, el compositor Andrés Valero-Castells se queda también sin presentar «Catarsis en rojo», una obra encargada por el Ayuntamiento de Buñol para conmemorar su 75 edición. Y, por sus explicaciones a LA RAZÓN, esta pieza musical podría convertirse en un himno a La Tomatina: «Es una obra creada para ensalzar el tono festivo y gamberro de esta fiesta al tiempo que recrea algunos de sus momentos épicos, como el entierro del tomate en 1957 o el tradicional Palo Jabón que da inicio a la fiesta». Su doble estreno estaba previsto para la Bienal de Buñol, en julio, y en los festejos previos a la tomatina. Su quejido no es solo su obra. «La música es una de nuestras señas de identidad y ahora más que nunca necesita el apoyo de todos. Los buñolenses se han quedado sin escuchar una pieza creada para ellos, pero lo peor es la incertidumbre que viven las orquestas», lamenta.