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El placer envuelto en silencio de Natalia de Molina

La actriz ganadora de dos Premios Goya protagoniza el primer largometraje de Pilar Palomero, “Las Niñas” y señala con incomprensión el tratamiento desigual de la sexualidad femenina
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Cuando Adela entra en la habitación de su hija de apenas 11 años para avisarla de que tiene turno de noche en el trabajo, Celia se avergüenza de inmediato y recoloca su camisa. Minutos antes posaba sus labios de una manera pretendidamente provocadora, descuidadamente tierna, en el capuchón de un bolígrafo simulando el adictivo cancaneo de un cigarrillo, acortaba su camiseta con las manos para liberar su cintura y se movía como intuye que se mueven las mujeres. Jugaba, en definitiva, a ser mayor, sin serlo todavía. Y lo hacía en una época, albores de los 90, en donde el didactismo sexual en España oscilaba entre la bizarría patria de las Mamá Chicho y los bordados de las clases de costura en los colegios de monjas.
“La gente que desarrolló su adolescencia durante la época que se muestra en la película se va a sentir muy identificada con el tratamiento. Son épocas en las que se deciden muchas cosas y muy importantes sobre tu personalidad y tu carácter. En nuestro caso por ejemplo dejamos de ser niñas cuando los demás comienzan a mirarnos como mujeres”, asegura Natalia de Molina, quien da vida a Adela en “Las niñas”, la ópera prima de Pilar Palomero. “Vivimos en un país en donde el peso de la religión sigue estando muy presente. La culpa es algo que tiene que ver un sentimiento cristiano. Los animales no sienten culpa, es una construcción religiosa, igual que la vergüenza”, añade.
De Molina, que interpreta de manera exquisita a una madre soltera joven e independiente en una época en la que no estaba bien visto ni lo uno ni lo otro en los sectores de índole más conservadora, reflexiona sobre sus propias sensaciones en periodos transicionales sirviéndose de la memoria: “En mi casa en la vida se ha hablado de sexo, siempre ha sido un tabú. Recuerdo ver películas en las que los protagonistas interpretaban escenas más subidas de tono o se daban besos en la boca y tener que asegurarme de que no me estaban mirando”. De igual modo reconoce que “mi educación sexual vino de oídas, de conversaciones con las amigas, de estímulos externos y de las lecciones insuficientes y estrictamente biológicas del libro de ciencias naturales. Siempre he sabido más del cuerpo de los hombres, o de sus apetencias e instintos, que de los míos propios. El silencio siempre ha envuelto nuestro propio placer”.
Ese mismo silencio que menciona la actriz para referirse al ocultamiento moral histórico de los despertares corporales femeninos es el mismo que inunda, expresa y monopoliza la relación con su hija en la cinta de Palomero: “Entre ellas hay una falta de comunicación brutal. Adela es una mujer que ha tenido que construir y reinventar su vida ayudada por infinidad de secretos y mentiras para poder sobrevivir en una sociedad que la señala. La maternidad y todo lo que gira en torno a ella (la decisión o no de ser madre, los vínculos que se establecen...) es un momento muy significativo en la vida de cualquiera, lleno de aristas y complejidades. Hace falta que se cuenten más historias como la de esta mujer para escuchar las voces de quienes han estado calladas, silenciadas y en ocasiones empujadas a repetir inconscientemente un rol adquirido con sus propias hijas”. En “Las Niñas”, Natalia de Molina habla sin pronunciar apenas palabras. No le hacen falta. Puede mantener un diálogo cristalino con Celia y con la historia de una España oscura a través de sus miradas fijas, sus facciones dolientes, sus honestos revires y su elegante manera de mentir.