Goya, en el quirófano
El artista retrató con agudeza a la infanta María Josefa con unos lunares que bien podrían haber sido el motivo de su muerte
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Goya la retrató sin piedad pero con toda justicia en su célebre obra «La familia de Carlos IV». Aludimos, cómo no, a la infanta María Josefa Carmela de Borbón y Sajonia (1744-1801) –simplemente Pepa, en familia–, quien para colmo tampoco resultó afortunada en lo que a salud y amoríos se refiere. Aun siendo diplomáticos, no resulta excesivo tildar de esperpéntica a esta infanta de España.
Además de genial retratista, Goya era un agudo observador que desnudaba en el lienzo la psicología de la modelo, tan poco edificante en este caso, desvelando desde su estado de ánimo o catadura moral hasta sus rasgos más personales y posición social. Someterse al pincel de Goya era algo así como permanecer a merced de un cirujano dispuesto a practicar la incisión con su escalpelo por donde más podía doler. Con razón, al artista se le considera hoy uno de los mejores retratistas del mundo, pero también uno de los más despiadados. Más que retratos, algunas de sus obras son auténticas radiografías del pensamiento que no solo revelan la apariencia exterior del valiente o ingenuo que posó ante su paleta de ricos colores, sino también el interior del alma y el juicio, en ocasiones, amargo.
Paradigma por excelencia
El cuadro «La familia de Carlos IV» constituye así el paradigma por excelencia de cuanto decimos, donde el maestro en ningún momento disimuló su escasa o nula simpatía por los representados en ese cuadro. Para componer semejante obra de arte, el autor aragonés preparó con esmero cada uno de los personajes, tomando de éstos bocetos del natural. El Museo del Prado guarda como un tesoro el estudio correspondiente a nuestra infanta, pintado en el palacio de Aranjuez en mayo de del año 1800, es decir, únicamente dieciocho meses antes de morir la regia maniquí. María Josefa luce la banda de la Orden de las Damas Nobles de María Luisa, así como grandes pendientes de brillantes. La pluma en su cabeza revela la influencia de Francia en la moda española de aquel entonces, igual que el parche negro exhibido en la sien derecha. Pero, aun así, la fealdad de la modelo es muy notoria, incluso mayor que en el retrato que realizó el italiano Lorenzo Tiepolo.
Llama especialmente nuestra atención el parche negro de tacamaca –un árbol americano cuyo tronco se caracteriza por un grosor bastante considerable y la producción de una resina muy sólida y aromática– que la infanta luce en la sien derecha. Parche, por cierto, que el doctor Laurens P. White, de San Francisco (California), barajó como un probable melanoma que sería el causante de la muerte de María Josefa sin que entonces, dadas las carencias de la medicina, pudiese ser diagnosticado. La sorprendente revelación figura en su estudio titulado en inglés «What the Artist Sees and Paints» («Lo que el artista ve y pinta»), que la revista «Western Journal of Medicine» publicó en el año 1995. ¿Qué decía exactamente el médico norteamericano en ese desconocido y singular artículo? Ni más ni menos que lo siguiente: «En su sien derecha (refiriéndose a la de María Josefa) se aprecia un tumor grande y negro, probablemente un melanoma del tipo lentigo maligno.
Se pueden observar los bordes elevados del tumor. Además, es sabido que la infanta murió por causas desconocidas seis meses después de que la pintura hubiese sido terminada del todo. Por diversas razones, podemos especular sobre la causa de su muerte, pero no podemos afirmarla con absoluta certeza». Además, añadía el médico, elogiando al autor de «La familia de Carlos IV»: «Una de las razones por las que Goya es uno de los más grandes pintores del mundo es porque en sus retratos lo reflejaba todo, con tanta fidelidad, que era capaz de pintar un cáncer en una princesa real». Sin resultar nada descabellada la hipótesis que barajaba el doctor White, máxime cuando María Josefa falleció en realidad solo dieciocho meses después de que Goya la retratase al natural en el palacio de Aranjuez, nos merece bastante más crédito la versión más realista y fundada del doctor jerezano Francisco Doña, profesor asociado de Historia de la Medicina en la Universidad de Cádiz.
Lunares mortales
Francisco Doña advertía, sagaz, que Goya ya había pintado en otras ocasiones esos mismos lunares. Por ejemplo, en la sien de la reina María Luisa de Parma, entre los años 1789 y 1790; y junto a la ceja derecha de Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII duquesa de Alba, en 1797. Al testimonio de Francisco Doña se sumaba el de la también doctora Olga Marqués Serrano, recogido en su interesante obra «La piel en la pintura», donde llegaba a afirmar con bastante rotundidad sobre este debate: «Esta mancha ha sido muchas veces interpretada erróneamente como una queratosis seborreica, pero se sabe que era una moda, un parche realizado en terciopelo o seda negra que llevaban como adorno en la sien y parece que a veces usaban para aliviar el dolor de cabeza». ¿Cómo no iba a estar a la moda la «infanta modelo»?