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La figura de José Raúl Capablanca inspiró la serie "Gambito de dama"

José Capablanca, la historia real que inspira “Gambito de dama”, la serie sobre ajedrez

La serie de Netflix presenta una niña prodigio del ajedrez, actividad entre la que se dieron muchos casos, pero sobresalió uno, nacido en La Habana en 1888, cuando era colonia española

La historia se centra en una niña huérfana. Es el personaje de Beth Harmon, la protagonista de “Gambito de dama”, la serie de moda en Netflix, que cuenta cómo una pequeña se convierte en una de las estrellas mundiales del ajedrez sin que nadie le enseñe a jugar, moviendo las fichas mentalmente en una especie de visiones que experimenta en la cama, cuando se toma los tranquilizantes que le obligan a tomar en el orfanato. Aunque, obviamente, el personaje que interpreta Anya Taylor-Joy tiene rasgos de Bobby Fisher y un poco de Judith Polgar, realmente el espejo de su personaje es el de un jugador excepcional, con una hermosa historia: José Raúl Capablanca.

Nacido en La Habana en 1888, es decir, cuando la isla era colonia española, Capablanca aprendió a los cuatro años a jugar al ajedrez sin que nadie le enseñase cómo. Lo hizo mirando, como espectador silencioso de las partidas que su padre disputaba con sus amigos, un rasgo que comparte bastante con la protagonista de la serie, aunque ésta recibe las instrucciones para el movimiento de las piezas por parte del bedel del orfanato. Capablanca era el segundo hijo de José María Capablanca Fernández, oficial del ejército español, y la matancera María Graupera Marín. Según se cuenta, siendo un niño, Capablanca observó que su padre hacía un movimiento ilegal con el caballo e interrumpió la partida para avisar de la irregularidad. Su padre le retó a jugar. El pequeño le venció.

La actriz Anya Taylor-Joy, como Beth Harmon, durante una escena de la serie "Gambito de dama", de Netflix
La actriz Anya Taylor-Joy, como Beth Harmon, durante una escena de la serie "Gambito de dama", de NetflixCortesíaEFE

Asombrado por su talento, cuando el pequeño cumplió los cinco años, su padre comenzó a llevarlo al Club de Ajedrez de La Habana. En diciembre de 1901 con apenas trece años, derrotó al campeón nacional cubano. Capablanca fue a estudiar la secundaria a Estados Unidos, en Nueva Jersey, pero le sucedió como a la protagonista de la serie: permanentemente distraído con el ajedrez, con la mente en las cuadrículas y las aperturas, su resultados académicos fueron muy desalentadores. En el tercer episodio de la ficción, Beth Harmon pregunta en la biblioteca por libros para saciar su obsesión por el juego. La bibliotecaria le contesta que duda que tengan alguno, pero que puede “leer la biografía de Capablanca”, un guiño con el que los creadores de la serie reconocen la deuda del personaje con este legendario jugador. No será la última vez que el cubano sea mencionado en los diálogos de la producción de Netflix. Pero las similitudes entre el personaje y el maestro real son múltiples: la precocidad de ambos causó una tremenda impresión.

Un estilo único

Por supuesto, Capablanca frecuentaba el Club de Ajedrez de Manhattan. En 1906, recién alcanzada la mayoría de edad, participó en un torneo relámpago en el que venció a Emanuel Lasker, uno de los mejores jugadores del país, filósofo, matemático y 20 años mayor que él. Entre finales de 1908 y 1909 participó en una prolongada gira estadounidense en la que disputó 734 partidas: ganó 703, solo sufrió 12 derrotas e hizo tablas 19 veces. El cubano, pues ya lo era a todos los efectos, dejó impresionado a todo el mundo. Y su impacto fue mayor porque, como también se comenta en la serie, poseía un estilo de juego, un sello personal único: era temperamental, tan valiente que parecía temerario. Como dicen en “Gambito de dama”, “arriesgaba los alfiles y los caballos como si en vez de tener dos, tuviera veinte en el tablero”.

La historia de Capablanca tuvo un capítulo en España, en el Torneo de San Sebastián de 1909, uno de los más importantes de la época, en el que le invitaron a participar pese a no haber ganado un gran torneo todavía. Pero había derrotado a Lasker, que era el vigente campeón del mundo. Arrasó en las modalidades de juego rápido y terminó llevándose el torneo de España. Casi podía intuirse lo que sucedió: fue el campeón mundial de 1921 a 1927. Durante aquellos años, por su precocidad y genio, pero también por su estilo temperamental, fue apodado “el Mozart del ajedrez” y en su época dorada, “la máquina del ajedrez” y “el invencible”. Era el equivalente a una estrella deportiva de la actualidad, pero con el gusto y las maneras de los viejos tiempos. Por sus maneras exquisitas, su educación y su presencia, fue también una de las figuras más carismáticas de la historia de este juego. Su rivalidad con Alekhine, que aparece mencionada en la serie de Netflix, elevó el ajedrez a espectáculo mundial. Ambos fueron estrellas. Capablanca sería héroe nacional y el cubano más famoso durante décadas.

Un nuevo tablero ampliado

Pero lo que hacía especial a José Raúl no era tanto la ortodoxia. Destacó menos por el estudio del juego y más por la frescura y la genialidad de sus estrategias. Su estilo impredecible concedía pequeños errores, al menos en apariencia, con respecto al estilo canónico. Esas “lagunas” le volvieron un jugador genial e impredecible, pero, a medida que fueron creciendo porque el gran maestro iba perdiendo la motivación, provocaron su declive. Tenía, es cierto, un talento innato. Pero es igual de cierto que desde los 4 años hasta las veintena, el maestro dedicó cada segundo de su pensamiento al ajedrez.

En toda su carrera sufrió menos de cincuenta derrotas en partidas oficiales. Permaneció invicto por más de ocho años, desde 1916 hasta 1924. Entre los pecados que tradicionalmente se le achacan, hay dos. El primero, es su supuesta pereza: se dice que Capablanca confiaba más en su instinto que en el cálculo, en el que, por otro lado, era brillante, como cualquier jugador de ajedrez. Pero cuando las situaciones se ponían realmente complicadas, cometía errores. El segundo, unas gotas de vanidad, claro: Capablanca era un genio, una estrella, y un dandy. Y era consciente de las tres cosas. Tras perder el título mundial, la carrera del gran maestro cayó en declive. Falleció por una hemorragia como consecuencia de problemas de hipertensión en Nueva York en 1942, Fue enterrado en Cuba con honores de estado por el general Fulgencio Batista.

Como curiosidad, Capablanca planteó una innovación en el juego: en vez de un tablero de ocho filas por ocho columnas, ideó uno ampliado de ocho por diez en el que se introducirían dos nuevas piezas: un arzobispo, que sería una suma de alfil y caballo, y un canciller, que es la suma de torre y caballo. Así, con más casillas, las variantes del juego se multiplicaban. Más diversión para las mentes privilegiadas. Por cierto que Beth Harmon, el personaje de “Gambito de dama” (que es el nombre de una jugada) es también una niña prodigio, invencible, letal en las partidas rápidas. También se convierte en una mujer sofisticada y con clase. Y también tiene como archienemigo a un ruso, como Capablanca. Y ambas son dos historias que merecen la pena.