El selfie del mundo
La muerte del hombre como animal turístico
La evolución que ha sufrido la industria desde sus orígenes nobles hasta hoy se convierte en el eje de este apasionante ensayo y uno de los libros del año
Según Arthur Schopenhauer, nuestra existencia se mece entre la necesidad y el tedio, y lo que da en llamar «la vida nómada», que caracteriza al grado más bajo de civilización, en un momento dado afloró en el más alto «merced al fenómeno del turismo, que hoy todo el mundo practica». El nomadismo, así, habría surgido espoleado por la necesidad; y el turismo, empujado por el tedio. Y quién puede cuestionarlo, pues es la gran respuesta moderna al ansia de curiosidad y entretenimiento del ser humano. Eso podría relacionarse con el modo despectivo con el que se trata a veces al turista; lo señaló el recién desaparecido Javier Reverte al explicar cómo algunos que se autodefinen como viajeros miran por encima del hombro a los típicos turistas, cuando en realidad la palabra proviene del francés «tour», que significa «vuelta», simplemente; y justo tal cosa somos todos, decía, gente que da vueltas por el mundo de un modo u otro.
Esto sirve para introducir uno de los libros del año, el extraordinario «El selfie del mundo. Una investigación sobre la edad del turismo» (traducción de Xavier González Rovira), aparecido en Italia en 2017 y que su autor, Marco d’Eramo, acaba de revisar para una nueva edición que tiene en cuenta este planeta pandémico que tanto está afectando a su objeto de estudio. Un análisis riguroso, inteligente, ameno sobre lo que de repente se nos aparece como la actividad clave humana en el presente y que tantos palos toca: el económico, el cultural, el urbano, el político... El contraste con el ayer y el hoy resulta contundente: toda ciudad, no digamos las más célebres y visitadas, por el confinamiento –se colige de los primeros párrafos que D’Eramo escribió tal cosa en primavera– es un desierto… deprimente y a la vez soñado por el turista por su carácter «intacto», por más que sea fugaz.
El motor de nuestra era
Así las cosas, la ciudad que hemos entrevisto durante todo el aislamiento hace realidad el sueño de todo turista: el de visitar un lugar por fin sin turistas, es decir, en definitiva, sin ellos mismos. La ciudad que el virus ha vaciado se asemeja de forma significativa a la incontaminada playa caribeña de los folletos. «Un lugar inalcanzable, que aún afianza más nuestra mirada sobre nuestra propia ciudad, que es eminentemente turística», apunta el autor. «No solamente eso: la aglomeración vaciada por el virus es una ciudad muerta: es una no-ciudad: las persianas están bajadas, las reuniones prohibidas, las interacciones borradas. Solo los sintecho ocupan las aceras; también duermen de día. Flota una sensación de abandono, como si un flautista de Hamelín se hubiera llevado tras de sí a todos los habitantes».
Este es el tono agudo y sugerente de D’Eramo, formado en los campos de la física y la sociología –si bien ha desarrollado su trabajo sobre todo en el periodismo–, que asegura, y demuestra, cómo el turismo es en la actualidad la industria más importante de este siglo. Lo prueba mediante números (tal industria suponía 8.800 millardos de dólares en 2018, el 10, 4% del PIB del mundo), explicando su vinculación estrecha con los medios de transporte o la especulación inmobiliaria, pero también denunciando su parte contaminante.
Incluso llega a comparar su incidencia con otros acontecimientos señeros en la historia; por ejemplo, la caída del Muro de Berlín vino precedida por la decisión de las autoridades húngaras de eliminar las barreras de su frontera con Austria: en ese momento, trece mil turistas de la Alemania del Este pasaron las aduanas, lo que arrastró al Gobierno a otorgarles permisos para pasar a Occidente tras recibir decenas de miles de solicitudes. Dos años después, ya era irreversible la caída de la Unión Soviética. Esta parte amable del sector, que abre antiguas separaciones, contrasta con el «terrorismo turístico», que se manifiesta matando, por un lado, y destruyendo atracciones turísticas, por otro.
Al margen de estos elementos de la actualidad, son interesantísimas las partes en las que conocemos el origen, en el siglo XVI, de lo que más tarde sería el Grand Tour –un largo viaje por Europa que duraba meses–, pensado para los descendientes de la nobleza, o los primeros cruceros, a raíz de la revolución técnica y las comunicaciones. Lo cual llevaría a la «revolución del tiempo libre» en el XIX, el surgimiento de las guías turísticas o los primeros lugares de interés indudable en aquellos tiempos, como las cloacas de París, las cárceles, los jardines zoológicos o humanos, y hasta las morgues. Algo que d’Eramo compara ingeniosamente con mirar «reality shows» ocurridos en lejanas islas o series llenas de cadáveres y forenses.