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Opinión

La abuela Carmen

La mano de una persona mayor sobre un libro La Razón

Acaba de fallecer la abuela adoptiva de mi hija: Carmen Fornos. Cuando me llamó Javier, su marido (todavía le quedan a mi hija su abuela Maru y su abuelo adoptivo) me pasaron por la cabeza multitud de acontecimientos que vivimos juntos, unos de mejor factura y otros muy terribles. Aquellas cenas o comidas en casa del pintor Pepe Carralero, o en restaurantes cercanos a la casa de mi tío Eduardo, mi tío del alma, y con amigos y compañeros del Seminario de Rozas de Puerto Real, con don Francisco, nuestro Rector, a la cabeza, y con nuestras mujeres. Reuniones llenas de debates sobre filosofía, política, religión, llenas de pasión, sensatez, buen gusto, sabiduría, en las que seguíamos aprendiendo de nuestros maestros y donde estábamos tan a gusto que la hora de cierre de esas tertulias nos sabían siempre demasiado tempranas. Carmen era una señora de los pies a la cabeza. Elegante, menos apasionada que su marido, pero más aguda en sus intervenciones, muy guapa, mucho, por fuera y por dentro, a quien la vida la había golpeado duramente, donde más duele, pero su fuerza interior la ayudó a seguir adelante. Deja dos hijas estupendas, un hijo vivo retrato de su padre de joven y unos nietos prestos para seguir sus pasos en la vida. En la muy última etapa de su vida, fue aceptando con entereza el final y se nos ha ido con el mismo señorío con el que vivió. Otra persona más que se ha ido de este mundo y que ha dejado un vacío irrellenable. Era única, y eso lo notaremos cuando pase cierto tiempo. Hoy me quedo con su cariño, su sonrisa, su saber estar y sus palabras cariñosas sobre su nieta adoptiva. Como me ha dicho su marido, ¡qué solos se quedan los vivos!

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