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Literatura

Historia

Vikingos: piratas que también cultivaban la tierra

María de la Paloma Chacón estudia en su nuevo libro las particularidades de este atrayente pueblo

La literatura y la ópera, y ahora las series, han ayudado a popularizar ciertos mitos sobre el pueblo vikingo
La literatura y la ópera, y ahora las series, han ayudado a popularizar ciertos mitos sobre el pueblo vikingolarazon

Si los vikingos solo hubieran sido un pueblo campesino y comerciante hoy no tendrían interés. ¿Cuántos pueblos ha habido así en los últimos 8.000 años y de los que nadie sabe nada ni quiere saber? La “moda vikinga” es el resultado de la construcción cultural actual, en la que se elabora un arquetipo que funciona en las televisiones y en el mercadeo de productos. Lo mismo ocurrió con el “fenómeno pirata”. Steven Johnson ha publicado recientemente “Un pirata contra el capital”, en la que a través de la historia de Henry Every, el corsario inglés, se adentra en la realidad de la vida pirata, con sus códigos de honor, formas democráticas, y violencia. De esta manera, con estos estudios, es posible salir del mito y adentrarse en la verdadera historia.

Un caso similar está ocurriendo en España con los vikingos. No formaban parte de la “historia seria” universitaria española, sino de la cultura popular, especialmente infantil y juvenil. Quizá el origen de esa popularidad está en la obra “The Viking” de Edison Marshall, llevada al cine en 1958 por Kirk Douglas y Richard Fleischer, con un reparto excepcional: Tony Curtis, Janet Leigh y Ernest Borgnine. El filme se basó en la saga de Ragnar Lodbrok y sus hijos, como la serie actual de televisión. Precisamente, una de sus hijas era la princesa Sigrid de Thule, novia del Capitán Trueno, cuyas andanzas se empezaron a publicar en 1956. De esta manera, el mundo vikingo apareció en la generación de la posguerra española envuelto en el romanticismo y la aventura, en la defensa de los grandes valores y la prevalencia del bien. Lo mismo ocurrió en el resto del mundo.

Contra esta visión poco podía hacer la historiografía hasta ahora. Irene García Losquiño publicó “Eso no estaba en mi libro de historia de los vikingos” (Almuzara, 2020), resultado de una tesis doctoral, acercándose al tema desde la interdisciplinariedad y rompiendo mitos. La autora trabajó en Escocia, donde los estudios medievales sobre el mundo vikingo son una tradición. En esta misma línea se presenta el trabajo de María de la Paloma Chacón, “Vikingos. Historia de un pueblo guerrero” (Actas, 2020). La obra es de una factura muy profesional sin que por ello se resienta el carácter divulgativo, e incluso de aventuras.

La primera parte del libro está dedicada a la presentación de la civilización vikinga. La autora insiste con acierto en que se trataba de un pueblo saqueador, tal y como indica la leyenda y la historia, pero también campesino y comerciante volcado hacia el mar. Pirateaban, comerciaban y trabajaban en el campo en verano, mientras que en invierno se encerraban a disfrutar. Era una sociedad basada en el clan, donde el linaje, la familia, los hermanos y la descendencia eran el fundamento. Su religión politeísta no hablaba de la creación, pero sí de la destrucción con la Ragnarök, la batalla del fin del mundo, con un panteón de deidades construido sobre la mitificación de personas reales. Ahí están los Odín, Thor y Loki, que se han hecho tan populares con los cómics y las películas.

La Era vikinga, tal y como cuenta Chacón, comenzó en el siglo VIII y terminó en el XI. Es una historia fundada en la guerra de saqueo en las Islas Británicas, Normandía, el reino de Carlomagno -llegaron a París-, y el resto de Europa, acompañada de asentamientos y comercio. La expansión fue la tradicional: se hicieron con las islas cercanas, como las Feroe, las Shetland o las Orcadas, que servían de cabeza de puente para el asalto. En el siglo IX se produjo la expansión, su época dorada, por el centro y sur de Europa. Atacaron la cornisa cantábrica a mediados de ese siglo, especialmente la costa gallega, Santiago y Pamplona, la que saquearon remontando el Ebro, o quizá desde un asentamiento costero. Lo mismo hicieron en al-Andalus con Cádiz y Sevilla, a la que sitiaron durante trece días en el año 844, actuando con gran violencia. Las expediciones siguieron a Rusia, Bizancio y América, cuyo descubrimiento atribuye Chacón a los vikingos.

El fin de la Era vikinga se produjo con su cristianización, gracias a los Olaf a comienzos del siglo XI, no sin grandes enfrentamientos y guerras. De hecho, el rey Olaf fue canonizado. Las semillas de los misioneros, que ya llevaban dos siglos entre los nórdicos, tardaron en dar su fruto. Primero fue en Dinamarca, en la segunda mitad del siglo X, cuando los monarcas daneses pretendieron imitar al resto de reyes europeos. Luego fue Noruega, Islandia y finalmente Suecia. El motivo, apunta Chacón, es que el desarrollo urbano fue más tardío, por lo que se conservaron las tradiciones paganas más tiempo. De esa conversión vino el matrimonio concertado entre el infante Felipe, hermano de Alfonso X, con la princesa Kristina de Noruega.

¿Fantasía o realidad?

Los vikingos despertaron mucho miedo en su época, y también mucho interés. Son conocidos los viajes de embajadores-sabios musulmanes, como el de Ahmad ibn Fadlan, del califato abasida. A comienzos del siglo X llegó al norte. Fracasó en su empeño de islamizar aquellas tierras e iniciar un asentamiento. A su vuelta a Bagdad entregó un informe. Ese documento sirvió a Michael Chrichton como fondo para su novela “Devoradores de cadáveres” (1976), que fue llevada al cine con el título “El guerrero número trece” (1999) protagonizada por Antonio Banderas. Una vez más la fantasía describió a los vikingos, aunque el resultado fue muy entretenido.