Matar a Lennon con Salinger de fondo
«El guardián entre el centeno» obsesionó a tres asesinos en la década de los 80, entre ellos, a Mark Chapman, quien mañana hará cuatro décadas que acabó con la vida del Beatle
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Tras disparar contra John Lennon, pensaba que tal vez se había deshecho del personaje con el que se había envuelto en las últimas semanas. Pero no fue así. Seguía pensando que él era Holden Caulfield, aquel chico con gorro de cazador de ciervos que se paseaba por Central Park preguntándose a dónde irían los patos en invierno. Así que una vez que dejó herido de muerte al músico se sentó tranquilamente, como si nada hubiera pasado y se sacó del bolsillo su ejemplar de «El guardián entre el centeno», la novela de J. D. Salinger y volvió a releer el libro con ferocidad, como si fueran a gastarse las páginas para siempre. Cuando la policía lo detuvo a pocos metros de donde había caído su víctima, todo había terminado: dejó el ejemplar y se entregó pacíficamente. David Chapman había puesto punto final al último capítulo del libro. Se había quitado la ropa de abrigo y había levantado los brazos para decir: «Fui yo». Si hubiera querido podría haber escapado por una estación de metro situada a pocos metros, pero Chapman quería que lo detuvieran. Al fin y al cabo, así podía explicar al mundo por qué había asesinado a ese hombre un 8 de diciembre, mañana hará 40 años.
Breve historia de tres asesinos
Cuando trasladaron a Lennon hasta el Roosevelt Hospital poco se podía hacer por salvarle. Tumbado en el asiento de atrás de un coche de policía, aún tuvo tiempo de dar un gemido por respuesta cuando un agente le preguntó si en efecto era John Lennon. Los disparos de Chapman le habían provocado una importante hemorragia y el ex Beatle no paraba de echar sangre por la boca. A muchos kilómetros de aquella tragedia, Salinger trataba de mantener a buen recaudo su mito. Hacía ya mucho tiempo que había decidido aislarse. Llevaba dos décadas de silencio literario y había ido rechazando todo tipo de propuestas para volver a editar. Suplicaba que lo dejaran en paz. Ese aislamiento no quiere decir que no supiera qué pasaba en el mundo y, sin embargo, nunca ha trascendido su reacción al saber que el asesino de Lennon había alegado en su defensa que todo era consecuencia de la lectura de su más famosa obra. Salinger continuó callado.
Si David Chapman quería salvar el cuello gracias a la novela, encontró un inesperado aliado el 30 de marzo de 1981. Otro loco, de nombre John Hinckley, se quedó esa mañana esperando a las puertas del Hinton Hotel en Washington D.C. a que saliera el principal conferenciante de un acto que se celebraba en uno de sus salones. A las 14:27, hora local, salía por una de las puertas el presidente de EE.UU Ronald Reagan. En ese momento, Hinckley, al igual que Chapman unos meses antes, se dispuso a vaciar el cargador de su revólver. En solamente unos 1,7 segundos tuvo tiempo de realizar seis disparos. Reagan fue herido en el pecho y en el brazo derecho. Un agente de Policía y otro del Servicio Secreto recibieron impactos de bala, pero la peor parte fue para James Brady, secretario de Prensa de la Casa Blanca y que se pasó el resto de su vida en una silla de ruedas. Hinckley, que de esta manera quería impresionar a la actriz Jodie Foster con quien estaba obsesionado, resultó tener entre sus pertenencias un ejemplar de «El guardián entre el centeno» y un calendario sobre Lennon.
El círculo alrededor del libro se cerró en 1989, cuando Robert Bardo también quiso hacer patente su obsesión con una actriz, en este caso una estrella de la televisión llamada Rebecca Schaeffer. Antes lo había intentado con una activista infantil sin suerte, pero Schaeffer parecía un objetivo más fácil. Un día, tras haber intentado colarse en el set donde rodaba la serie «Sister Sam», se presentó en su casa. Había pagado a un detective privado para que le averiguara la dirección. Cuando llegó al domicilio, Bardo llevaba con él una pistola, un CD, una bolsa y un libro titulado «El guardián entre el centeno». La actriz murió en el acto cuando recibió un disparo en el pecho. A Bardo lo detuvieron poco después cuando lo encontraron vagando por una carretera.
Tenemos en esta historia a tres chalados obsesivos, tres veinteañeros que quisieron hacer frente a sus obsesiones matando. Solo Hinckley, tras años en un centro psiquiátrico, está hoy en la calle. Salinger nunca dijo nada de este tema. Chapman diría que «John Lennon no fue la única persona que murió por esto. (…) Robert Bardo me escribió tres cartas. Ya no las tengo. Las rompí. Eran cartas muy dementes. (…) Me entró miedo». Unos días después de la muerte de Lennon, una amiga de Salinger se cruzó con él por la calle. No la quiso saludar. Iba con la cabeza gacha.