Manolo Alcántara no necesita palabras

Lo de Manolo Alcántara con «Déjà vu» ha sido un «coitus interruptus». Y, por si fuera poco, no se quedó en una sola ocasión, sino en dos. Cuando empezó a andar con el montaje, allá por febrero de 2018, le llegó una lesión que le obligó a parar nueve meses. Hasta marzo de este año, pero, entonces, ya saben lo que se nos vino encima. Así que el artista se toma esta vuelta a los escenarios como el estreno definitivo de un proyecto que define como «un espectáculo de circo contemporáneo que, aunque pueda sonar cursi, tiene firma propia». Igual que se tiene interiorizado el concepto de la cocina o el cine de autor, Alcántara ha creado un lenguaje propio en el que se reconoce su mano detrás de cada escena.

Es el sello de un hombre «autodidacta», presume, que a lo largo de 25 años ha ido comprobando qué puede y qué no puede hacer, dónde están sus fuertes y por dónde no debe caminar. Si un científico se apoya en el ensayo-error, este artesano de las tablas ha forjado un camino muy similar. Si le da vergüenza hablar en público, no hay otra que camuflarlo detrás de una función en la que no necesite abrir la boca. «Por timidez, nunca hablé en escena y así formé un camino. He llegado a expresarme mejor con el gesto y los malabares que con la palabra».

Cuenta que se deja llevar por la «intuición y el corazón» para levantar una historia en la que, acompañado de música en vivo, se sumerge en la distancia entre una persona y su imaginario. En lo que somos y en lo que nos gustaría ser. «Sueños muy ambiciosos que despiertan sus aires de grandeza, pero a la vez imposibles, llevándolo al desánimo». Todo ello, «destilando por momentos un humor fino». «Déjà vu» se convierte así en una de esas piezas sentidas e íntimas en las que, si es necesario, como es el caso, el protagonista aprende a bordar para construirse en directo el traje de cada función. «Made in Alcántara».