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Bob Dylan y George Harrison, historia de una amistad improbable

Desde que se conocieron en el mítico Woodstock, ambas personalidades encontraron en el otro un refugio en el que estar a salvo de la música como un mero negocio

El mundo de las artes suele ofrecer historias de relaciones tan improbables como hermosas. Una de las más curiosas es la que vivieron Bob Dylan y George Harrison a lo largo de varias décadas. Porque, ¿cómo llegaron a forjar un vínculo afectivo tan sólido un tipo huraño de Minnesota y un chico extremadamente tímido de Liverpool? Simplemente es que estas cosas suceden en la vida.

Dylan admiró a los Beatles desde el primer día que los vio actuando en el programa de Ed Sullivan el 9 de febrero de 1964. Se quedó en estado de shock, como antes le había ocurrido al ver a Elvis Presley. Los Beatles fueron su segunda anunciación, pero la más decisiva: fue entonces cuando el chico del Midwest eligió ser una estrella del rock and roll, no del folk.

La primera vez que Dylan se encontró con los Beatles es un momento ampliamente documentado, probablemente hasta el histrionismo. Ocurrió el 26 de agosto de 1964 en el Hotel Delmonico de Nueva York, poco después de que el cuarteto ofreciera un multitudinario concierto en el Queens Stadium. Los Beatles probarían la marihuana por primera vez y, como diría después Paul McCartney, «entonces descubrimos el sentido de la vida».

Los Beatles estaban locos por conocer a ese tipo tan carismático que había compuesto un disco tan «intelectual» como «The Freewheelin», con canciones tan profundas como «Blowin’ in the wind», «A hard rain’s a-gonna fall» o «Masters of war». Temas que causaron un tremendo impacto en ellos, y especialmente en John Lennon. Más allá de las risas efervescentes, de aquel encuentro quedaría una mutua admiración y un profundo respeto.

Progresivo deterioro

Los años venideros sirvieron para consagrar a Beatles y Dylan como lo más grande del poderoso movimiento del rock and roll; o lo que es lo mismo, de la cultura contemporánea. La ventaja de Dylan es que él solo debía lidiar con sus propios conflictos personales, mientras que los Beatles debían hacer frente al inevitable desgaste de una convivencia grupal. George Harrison quedaría particularmente dañado de esa erosión. Sin el ego, la seguridad y el reconocimiento que poseían Lennon y McCartney, Harrison se convertiría en el Beatle más golpeado emocionalmente por el sufrimiento causado por el progresivo deterioro de la vida afectiva del cuarteto.

Corría el año 1968 cuando los Beatles ya ofrecían signos claros del final de su aventura. No se soportaban. Mientras tanto, por las islas británicas circulaban copias piratas de extrañas y lúdicas grabaciones de Dylan y The Band, canciones que parecían –y así era- hechas solo por el simple placer de tocarlas y cantarlas. Y por entonces también se editaría el álbum «Music from Big Pink», de The Band, pura dinamita al proponer lo que ansiaban muchos músicos idolatrados hasta la estupidez: el anti ego. Gente como Eric Clapton o el propio Harrison, entre muchos otros, quisieron ser un miembro de The Band.

Para intentar salir de la pesadilla en la que se había convertido la vida de un Beatle, Harrison decidió ir a Woodstock para encontrarse con aquel impresionante quinteto y conocer mejor cómo era aquella bucólica escena. Intentar impregnarse de aquella supuesta armonía. Pero en su fuero interno su gran objetivo era compartir tiempo con Dylan y su enigmático carisma. Tras un frío recibimiento, producto de la timidez de ambos, al segundo día de estar juntos Harrison le propuso al anfitrión tocar música y a partir de ese momento todo fluyó. Conectaron a niveles extraordinariamente profundos. Harrison nunca olvidaría aquellos días.

Fue el 31 de agosto de 1969 cuando Dylan rompió su retiro voluntario y apareció en público por primera vez en tres años. Fue para actuar en el festival de la Isla de Wight –previo pago de una suma escandalosa para la época– junto a The Band, un concierto al que asistirían todos los Beatles a excepción de Paul McCartney. El sereno show, muy lejos de lo que se esperaría de un festival así, también causaría un profundo efecto en Harrison. Qué lejos estaba esa paz que transmitían aquellos americanos de la guerra que vivían los Beatles, ya abocados a su inminente disolución.

McCartney anunciaría la separación de los Beatles el 10 de abril de 1970 en un gélido y burocrático comunicado y tres semanas después estaba Harrison en los estudios neoyorquinos de Columbia para disfrutar de unas relajadas sesiones junto a Dylan. Una deliciosa tarde en la que hasta tocaron juntos una bonita versión de «Yesterday».

De aquella convivencia artística y vital de ambos surgiría música. Los dos autores firmarían juntos «I’ll have you anytime», la apertura de «All things must pass», el monumental primer álbum en solitario de Harrison, toda una obra maestra. En aquel trabajo también estaba una muy americana versión del dylaniano «If not for you», que ambos ya habían tocado en las sesiones neoyorquinas, y «Behind that locked door», una preciosa declaración de amistad de Harrison a su amigo: «Es hora de que comencemos a sonreír / ¿Qué más deberíamos hacer? / Solo este corto tiempo / Voy a estar aquí contigo / Y las historias que me has contado / De las cosas que viste / Me hacen querer sacar tu corazón, por favor, por favor / Desde detrás de esa puerta cerrada», se podía oír.

Conexión inquebrantable

Otro momento sería crucial en la amistad entre ambos. Ocurriría el 1 de agosto de 1971, durante el famoso concierto benéfico por Bangladés. Las ventas de entradas para el Madison Square Garden no iban bien, principalmente porque Harrison no tenía una gran estrella en el cartel. Contaba con John Lennon, pero éste, tras prometerle su asistencia, renunció en el último momento en un hecho que significaría el final de su amistad para siempre. Harrison no le perdonaría tan egoísta y desafecta actitud. Entonces Dylan, entonces de nuevo en estado de reclusión, dio un paso al frente y se ofreció a Harrison en un gesto que el Beatle nunca olvidaría. Tanto la actuación de Dylan como el concierto, editados en álbum, serían un extraordinario éxito.

La amistad entre ambos permanecería inquebrantable a lo largo de los años, aunque alejada de los focos mediáticos salvo por alguna eventual entrega de premios o «jam-session» ocasional. No volvió a hacerse visible tal relación hasta 1988, cuando ambos formaron parte de aquella maravillosa aventura de los Traveling Wilburys junto a Tom Petty, Roy Orbison y Jeff Lynne. «Eres lo mejor que me he encontrado / Trátame con cuidado», cantaba Harrison en la memorable «Handle it with care».

Y ocurrió que el ex Beatle murió el 29 de noviembre de 2001 en Beverly Hills tras una breve y penosa batalla contra el cáncer de pulmón que padecía. Solo tenía 58 años. Casi un año después, mientras se gestaba un tributo al segundo Beatle fallecido, Dylan interpretaría con emoción una versión del «Something» de Harrison para cerrar su actuación en el icónico Madison Square Garden.

Fueron muchos más encuentros entre ambos de los que relataría la prensa, producto del envidiable sentido de la discreción que los dos artistas interiorizaron. Ambos se conocieron en el momento adecuadoy conectaron. Harrison encontraría en Dylan el sereno y pacífico compañero que por entonces echaba de menos dentro de los Beatles, en encanto de hacer música sin presiones y pasar un tiempo alejado de las exigencias brutales del negocio de la música con alguien que le valoraba de verdad y sinceramente en todos los aspectos. Y Dylan encontraría en Harrison un afecto sincero, alguien humano en unos tiempos en los que la cultura se llenaba de insensatez, hipocresía y falta de calidez. Fue una de las más improbables, profundas y hermosas amistades de la convulsa historia del rock and roll.

Tras los surcos
Durante el final del otoño han aparecido diferentes registros del talento que Dylan y Harrison compartieron hace 50 años. Durante un breve tiempo, ha estado circulando «The 50th Anniversary Collection 1970», sesiones de Dylan de la época con el objeto principal de retener sus derechos.
Al tiempo aparece una nueva remezcla de «All things must pass», considerado por muchos el mejor de un Beatle en solitario. Sometido a la «dictadura» de solo dos canciones suyas por cada disco de los Beatles, Harrison se fue guardando muchos temas a lo largo de los años, especialmente de los últimos. Además, se impuso como reto demostrar que podía acercarse a la altura de sus antiguos compañeros.
El resultado fue un triple vinilo monumental con un sonido muy americano, que ahora se reedita con una nueva mezcla que permite disfrutar con amplitud las excelencias de aquellas grabaciones y de canciones tan impresionantes como «What it’s life», «My sweet lord» o «Isn’t it a pity».
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