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Muere de Coronavirus en prisión Phil Spector, productor de los Beatles y creador del “muro de sonido”

Fue el científico de la producción musical y también un maltratador y asesino convicto preso de su megalomanía. Ha fallecido de Coronavirus en una cárcel de California
Jae C. HongAP

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Fue un productor de ideas megalómanas, sin duda revolucionarias, pero también un canalla, un maltratador y un asesino convicto. Fue considerado un genio, casi un científico del sonido gracias a sus ingeniosas ideas y sus arquitecturas sonoras, y todos los músicos le admiraban. No así Ronnie Spector, su esposa, a quien maltrató durante años. Mientras, en el mundo musical se le atribuían poderes sobrenaturales. Phil Spector fue el primer productor que elevó su nombre a la importancia de los artistas, el primero en merecer los focos y el reconocimiento planetario por sus trabajos con las Ronettes, los Beatles («Let Ib Be») y los Ramones («End Of The Century»), que fueron la inspiración para otros, como Brian Wilson, a llevar el sonido más allá. The Beach Boys grabaron «Pet Sounds» tratando de alcanzar la altura de las producciones de Spector. Sin embargo, las partes oscuras de su vida se han ido contando con el tiempo y han apagado la estrella que brillase en el pasado. Ayer falleció de Coronavirus en una cárcel de California, donde cumplía condena a 19 años de prisión por el asesinato de Lena Clarckson.
De excéntrico a siniestro
Al británico no se le puede discutir ser el artífice de uno de los mayores avances en la grabación de música y el arquitecto del sonido pop de los sesenta. Spector fue el creador de una técnica, conocida como muro de sonido («wall of sound») que en teoría iba en contra de los incipientes avances en la producción musical, que avanzaban hacia las múltiples pistas con los instrumentos por separado y que él quiso revertir por un cañonazo sonoro, como una orquesta tocando a dos metros del oyente, compactando múltiples instrumentos como un único caudal.
Pero su personalidad ya es otra historia. Spector empezó siendo simplemente excéntrico hasta que se reveló un hombre siniestro. Se formó en la mejor escuela posible, la primera factoría de éxitos para la radio de la historia, el Brill Building, esa fábrica de chocolate sonoro fundada por Jerry Leiber y Mike Stoller. Después de algunos trabajos por su cuenta, fundó Philles Records donde produjo a The Crystals (con quienes logró el éxito con «Like My Baby»), y pronto se hizo con el control total de la compañía y también de los destinos de los artistas a los que producía, como fue el caso de The Righteous Brothers, a quienes hizo número uno hasta que se cansó de ellos. Pero sus estrellas fueron las Ronettes, un trío de apariencia salvaje aunque en realidad apenas unas niñas inocentes con las que grabó los hits «Be My Baby» y «Baby I Love You», aunque su intención inicial era lanzar en solitario a Ronnie, con la que finalmente acabó contrayendo matrimonio. Fue una relación tóxica en la que, cuando más éxito lograba el grupo, más celos de otros hombres sentía el productor. Spector llegó a amenazar por telegrama tanto a los Rolling Stones, que compartieron gira con las Ronettes, como a los Beatles, para que no se les ocurriera acercarse a su esposa. La controlaba constantemente, la obligaba a llevar en el coche un muñeco hinchable que simulaba un Spector de tamaño real. La maltrató e hizo de su relación fue un completo infierno hasta que Ronnie huyó literalmente de la casa en la que vivían en 1972.
Su «Capilla Sixtina»
Mientras, el productor se guardaba todos los derechos de las grabaciones de sus grupos, a quienes entregaba apenas migajas del pastel. Se atribuía la autoría de canciones y hasta de las imágenes de portada. Las Ronettes le demandaron y obtuvieron 7 millones de dólares, apenas una pequeña parte del total estafado. En su época de Phillies, su sello, llegó a conseguir 9 discos de oro con más de un millón de copias vendidas cada uno. Su opulencia era tan notoria que, en 1965, Tom Wolfe le retrató como «el primer magnate de los adolescentes», aunque sin ser consciente de que ese dinero que financiaba su lujo correspondía a los artistas a los que racaneaba los pagos por derechos de autor. Cuando las Ronettes pasaron de moda, Spector concibió su nueva obra magna, el primero de sus delirios de grandeza, con el que iba a demostrar lo que el muro de sonido podía hacer: «Mountain high – River Deep» iba a ser su Capilla Sixtina y le salió cara: pagó a Ike Turner con la condición de que desapareciese del estudio y poder trabajar con Tina a solas en el tema durante interminables horas. Tuvo que repetir la parte vocal cientos de veces hasta que complació a Spector, quien se refugió después durante semanas a pulir cada centímetro de su escultura y terminó obteniendo un completo fracaso comercial en 1966. El productor, decepcionado y enfadado con la ignorancia popular, publicó algunos singles más con el mismo escaso éxito y terminó cerrando su discográfica al año siguiente. Las Ronettes se acababan de separar y Ronnie pagaba las consecuencias del desequilibrio y el fracaso de su marido. Pero «Mountain high – River Deep» no fue un fiasco completo. John Lennon quedó fascinado por el sonido y en 1970 aparecería «Let It Be», el canto del cisne de los Beatles, producido por él, para enorme enfado de McCartney cuando escuchó la orquesta que vestía «The Long And Winding Road». Lennon lo consideró «el mejor productor de la historia» y trabajó con él en «Plastic Ono Band» e «Imagine» y realizó un trabajo soberbio en «All Things Must Pass» de George Harrison, al que otorgó un barniz casi de rezo en un templo. Por esa razón, también se ocupó del mítico concierto por Bangladesh. Su estilo de producción fue imitado centenares de veces. Brian Wilson lo tomó como brújula de «Pet Sounds» y hasta Bruce Springsteen lo buscó para «Born To Run».
A finales de los setenta, Spector aplicó sin complejos su fórmula a artistas que van desde Cher a Leonard Cohen (a quien produjo el polémico entre sus seguidores «Death of a Ladies’ Man» de 1977) o los Ramones, pero sus estrategias seguían siendo insoportables. Obligó a Dee Dee Ramone a tocar el mismo acorde (uno de los cuatro que utilizaban) durante horas, como hizo Brian Wilson con sus hermanos y primos en las partes vocales de «Pet Sounds». Sus paranoias no dejaban de crecer y ante el menor gesto de insubordinación de los Ramones, que no son precisamente unos pusilánimes, les apuntó con un arma en el estudio de grabación durante las sesiones de «The End Of The Century» de 1979. Eso mismo hizo después con al menos cuatro mujeres que le denunciaron hasta que en 2003 se encontró el cadáver de la actriz de cuarenta años Lana Clarkson en en su mansión en California. Después de varios incidentes en el proceso judicial, en abril de 2009 fue condenado a 19 años de cárcel revisables, por los que sólo podría pedir la libertad condicional en 2028.
Desde aquel momento, la vida de Spector quedó reducida a los paseíllos por los tribunales y una imagen cada vez más deteriorada, probablemente igual que su psicología. Aunque grabó auténticas obras maestras, ninguna biografía resiste a la luz de descubrirse a un maltratador y alguien capaz de cometer un asesinato tan truculento como el que le costó la cárcel, tras disparar dos veces en la boca a una mujer. Tenía 81 años.

El genio tras la mampara

Si alguna vez el productor fue la estrella, ese fue el caso de Phil Spector. Muchos productores han sido importantes a lo largo de la historia del pop y el rock and roll y algunos de los mejores fueron Jerry Wexler, Sam Philips, Glyn Jones, Brian Eno, Quincy Jones o más recientemente Daniel Lanois o Rick Rubin. Pero ninguno alcanzó la majestuosidad de Phil Spector.
Él logró convertirse en la estrella que siempre soñó. Su anhelo original era triunfar sobre el escenario, pero ni el físico ni su aptitud vocal le alcanzaban. Otra cosa fue cuando se situó tras la mampara para crear canciones y sonidos para otros. Y para la historia dejó una de las mayores creaciones del siglo XX: su inimitable muro de sonido. Ese tipo de cosas que solo puede fabricar un loco.
Spector se estrenó en el éxito en 1958 con «To know him is to love him», su primer número uno con los Teddy Bears. Una canción en la que ya estaba implícito su sello: una sencilla sucesión de acordes clásicos, unos arreglos vocales de primera y creciente barroquismo dentro de su sencillez. Y durante la década de los 60 llegarían otras maravillas junto a The Crystals, las Ronettes o Ike & Tina Turner con su «River Deep, Mountain High», la canción que siempre consideró su cumbre.
Serían años trabajando no solo en las composiciones, sino en su muro de sonido. Gradualmente iría añadiendo más y más ladrillos hasta completar su fastuosa creación. ¿Y qué era aquello? Según sus propias palabras, se trataba de «una aproximación wagneriana al rock and roll con pequeñas sinfonías para niños». Algo a la altura de su megalomanía, por supuesto. Si vas a hacer algo, hazlo grande.
Más concretamente, el muro de sonido era rellenar capas y capas de sonido: tres baterías, coros sinfónicos, siete guitarras, orquestaciones monumentales, voces dobladas, varias líneas de bajo… Y todo para una canción de dos minutos. El resultado era fascinante. El oyente asistía a una auténtica experiencia sensorial.
Todo le servía a Phil Spector: el sofisticado sonido de los Beatles, La claridad vocal de Dion, la gravedad de Leonard Cohen, las urgencias de los Ramones. Todo era un reto para Spector. Y también para los artistas que trabajaban con él, músicos a los que el productor arrastraba en su viaje hacia los abismos de la locura.
Quizá todo se corrompa con el paso de los años salvo el recuerdo. A medida que el tiempo devoraba el presente de Spector y llevaba su futuro hacia la sordidez, sus canciones se irían agigantando más y más: «Uptown», «He’s a rebel», «Da Doo Ron Ron», «Be my baby», «Walking in the rain» más todo lo que produjo.
Fue el maravilloso «Sonido Spector», una creación wagneriana que solo podía nacer de la mente de un lunático con una visión semidivina. Phil Spector se fue pero deja su sonido. Conocerle no fue amarle, desde luego, pero escuchar sus canciones sí fue recordarlas para siempre. Por Alberto Bravo