«La panadera»: La mujer sencilla a la que miró un tuerto ★★☆☆☆
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Autora y directora: Sandra Ferrús. Intérpretes: Sandra Ferrús, César Cambeiro, Elías González, Susana Hernández y Martxelo Rubio. Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa). Hasta el 7 de marzo.
Concha es una mujer de unos 40 años que lleva una vida feliz y corriente junto a su marido y los dos hijos de ambos. Su vida da un giro el día que aparece publicado en internet, y compartido en las redes sociales, un vídeo grabado muchos años atrás en el que aparece manteniendo relaciones sexuales con su pareja de aquel tiempo. Ella es panadera, y su marido trabaja en un taller (suponemos que es mecánico por la ropa que lleva). Eso sí, se expresan, en su día a día, como académicos en un congreso. Sí, ya sé; alguien dirá que soy prejuicioso y que ser panadero o mecánico no implica que no puedas hablar bien. Y, en efecto, así es.
Pero, en teatro, en una obra como esta que tiende al realismo en su desarrollo argumental (que no formal), si quieres golpear al espectador, no puedes conformarte con lo que quizá «podría ocurrir» en la realidad, sino que tienes que buscar algo que, en virtud de la lógica y de la intuición –incluso si estas se aplican a la fantasía más improbable-, se pueda presentar inequívocamente en el imaginario de cualquiera como real.
En eso consiste la verosimilitud, que es la ley inviolable de toda ficción dramática o narrativa. Y lo curioso, por eso cuento todo esto, es que no hacía falta en absoluto, a pesar del título y de una introducción con vislumbres poéticos que hace referencia a la elaboración del pan, adjudicar esos oficios a los personajes para hablar del derecho a la intimidad y de los daños personales que puede ocasionar la violación de ese derecho.
La obra echa a perder muchas de sus posibilidades porque, en cierto modo, la autora «duda» de la capacidad que tiene el asunto medular, por sí mismo, para calar en el público, y por eso lo nutre de otros elementos de manera efectista. Se dispersa del interesantísimo sustrato porque proyecta artificiosamente el conflicto a los estratos que nos mueven más a la pena (hubiese sido más rico escarbar en el tema planteándolo en personajes más acomodados y conservadores para los que el propio contenido del vídeo suponga también un problema moral); porque extrema el drama más de la cuenta (el despido de la protagonista, el intento de suicidio...), y porque lo ceba con otros dramones o subtramas que nada aportan (la historia de la bisabuela o los chascarrillos del padre). Y es una lástima porque la obra tiene diálogos técnicamente muy bien escritos (ágiles, potentes y conceptualmente equilibrados), está dirigida con brío y dinamismo, y está, en líneas generales, correctamente interpretada.