«Héroes en diciembre»: Un suicidio molón ★✩✩✩✩
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Autora y directora: Eva Mir. Intérpretes: Mónica Lamberti, Helena Lanza, Marta Matute y Rodrigo Saénz de Heredia. Teatro Valle-Inclán, Madrid. Hasta el 14 de marzo.
La obra parece centrarse en las preocupaciones, pensamientos, desesperanzas y anhelos de un grupo de personas con tendencias suicidas que conviven en un centro donde hacen terapia. No obstante, como ocurre tantísimas veces, el argumento de «Héroes en diciembre» es bastante confuso en algunos aspectos si uno no ha leído antes el programa de mano, donde autores o directores tratan de justificar a menudo lo que no hay manera de encontrar en el escenario.
Aquí, Eva Mir –autora y directora– nos dice que «no es una obra sobre el suicidio, pero sí un intento de entablar diálogo con los suicidas, sin encubrir y sin imponer eufemismos a quienes han experimentado ese salto hacia el otro lado». La verdad es que el punto de partida no podía ser más interesante. Lástima que, nada más comenzar, todo se malbarate por presunción poética, por ambición de estilo y por desorden de influencias mal asimiladas. Defectos todos ellos que son más que comprensibles, si no inevitables, teniendo en cuenta la juventud de la autora y directora del espectáculo.
Ya en el texto se aprecia enseguida que puede más el interés por dejar su impronta literaria que la voluntad de plantear un conflicto verdaderamente potente y de guiar, dentro de él, la interacción de los personajes. Es cierto que hay escenas, o partes de ellas, que están bien escritas; son aquellas en que Mir se deja llevar, y el espectador lo nota, por una emoción o una reflexión verdaderas, sin añagazas escénicas ni florituras estridentes.
El resto del tiempo, y ese tiempo se hace bastante largo, lo que prima, tanto en la forma como en el fondo, es la impostura: hay una cargante propensión, con frustrado afán literario, a poner en contraste lo anecdótico –ridículamente anecdótico– y lo trascendental; hay una inseguridad clamorosa a la hora de fijar el tono, y por tanto el peso, del drama; hay una obstinación preocupante a la hora de suponer y prejuzgar lo que el espectador piensa o no piensa del suicidio; hay una inclusión forzadísima de temas de índole social –la vivienda en Madrid– y política –la monarquía– que no se sabe a cuento de qué vienen; hay, en fin, un barullo dramático bastante considerable y, para colmo, un desenlace que se va demorando, sin ton ni son, cuando ya se espera como agua de mayo.