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“La Mami”: ¿Quién le da papel higiénico a Virginia Woolf?

Laura Herrero Garvín dirige este documental sobre la noche mexicana, la emancipación laboral de la mujer y el baño como refugio último de la intimidad gregaria
La Razón
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  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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En ese manoseado pero todavía vigente epítome del primer feminismo, “Una habitación propia”, de Virginia Woolf, la tesis pasaba por dotar de una independencia interna a la mujer partiendo desde la externa, el propio espacio físico. Publicado en 1929, el ensayo de Woolf tiene mucho en común con “La Mami”, el documental de Laura Herrero Garvín (Toledo, 1985), rodado en México, y que llega esta semana a las carteleras españolas.
La acción eso sí, se traslada desde las altas esferas de la intelectualidad británica, a algo tan llano como los baños de una discoteca. Eso sí, no cualquiera, sino el Cabaret Barba Azul, mítica institución mexicana de la noche cuyos aseos dirige con mano de hierro Olga, dueña del sobrenombre que titula la película. En esa división entre ambos mundos, la de una sala que coquetea con el alcoholismo y el alterne, y la de un baño en el que las intimidades de un género entero proyectan sombras de verdad cinematográfica, Herrero coloca una cámara casi “voyeur” para hablar de las chicas que allí trabajan, sí, pero también para sacar a la luz problemáticas como la del acceso a la salud, la desinformación sexual o los estigmas que se asocian a este tipo de empleadas, de concepción intrínsecamente mexicana y asentadas en el ideal del amor romántico, los celos y las salsas y cumbias que les aportan lirismo. Herrero Garvín responde.
-¿Cómo nace el Proyecto? ¿Cómo se decide a contar la historia de Olga?
-Viví ocho años en México y me gusta mucho bailar. Un amigo músico me habló del Barba Azul como un lugar en el que iba a alucinar. En una de esas idas al baño conocí a La Mami, que me dio papel. Mientras yo estaba en el baño, llegó una chica y le preguntó por un cliente del que estaba enamorada. Necesitaba consejo porque el tipo le acababa de pedir matrimonio y quería casarse con él. La Mami le dijo “niña, vas muy tomada y este hombre no es de fiar”. Le dijo que se sentara con ella un rato.
Luego, llegó otra chica y le dijo que estaba muy cansada, le preguntó por cómo se veía… Y me di cuenta de lo importante que era esa mujer y que no solo era la que daba papel. Era muy importante, en el baño, para cuidar y ser el sostén de las chicas, el pilar donde apoyarse en esa noche loca de alcohol y de confusión. Ahí me acerqué a ella, le expliqué que yo contaba historias por medio del documental y que me encantaría conocer la suya más profundamente. A mí lo que me atrapó no fue el Cabaret Barba Azul, sino el baño y La Mami como centro de ese espacio de intimidad.
-¿Se trabajaba sobre un guion? ¿Cómo accede a que le cuenten historias tan duras?
-Es tan fuerte que parece un guion, pero no. En realidad, lo que hago es trabajar un proceso de acercamiento con los personajes. Estuve dos horas y media o tres por chica, ganándome su confianza y analizando el espacio, tomando decisiones formales pero rápidas, para poder estructurar el propio documental y definir el movimiento. Para mí, en esta película era muy obvia la decisión que había que tomar para separar el arriba y el abajo. Con ese abajo que era la pista de baile, el lenguaje corporal marcado, la intensidad de los colores… Y el arriba, el baño, mucho más suave y luminoso, que se convierte en espacio para la palabra. La cámara también se queda más quieta.
-¿Cómo se cuenta una historia como la de Priscila, una de las chicas, sin caer en el sensacionalismo?
-Todo lo que sucedió durante ese proceso se lo debo a ellas. Priscila, por ejemplo, nos llegó en el proceso. Siempre quise que la historia tuviera esa perspectiva, la de alguien que llega por primera vez a trabajar allí. Sabía que a través de la historia de una mujer nueva la audiencia podía entender el negocio de la noche. Durante algún momento de la investigación, ya habíamos vivido la llegada de una chica nueva, pero no había habido suerte. Dos días antes de empezar a rodar, La Mami nos avisó de la llegada de esta chica. Empezamos a trabajar con ella de inmediato, porque ella estaba muy a favor. Todo lo que sale en el documental está fuera de guion, pero lo que sí hicimos fue espaciar más el rodaje para poder vivir con Priscila todo el proceso, todo lo de “ensuciarse” de noche. Y, a la vez, el proceso de sanación de su hijo.
-Durante todo el documental hay una pulsión bastante evidente por interrumpir lo menos posible el relato, como si la cámara solo fuera un testigo más. ¿Está de acuerdo?
-Para mí hay un ejercicio de observación. Quizá desde un lugar “voyeur”, sí, porque nunca nos miran y no estamos presentes, pero la idea era estar lo más cerca posible y eso tiene que ver con mi manera de entender el documental. Para mí, el cine documental nace en el espacio intermedio entre el que es grabado y el que está detrás de la cámara. Hay un trabajo de cercanía, de amistad y de profundización que permite estrecharlo. Hay un trabajo de mucho tiempo, de que ellas fluyan y se hayan acostumbrado a la presencia de la cámara. Para ello hay que respetar los tiempos y entender lo que ocurre fuera de campo: muchas veces la cámara está en La Mami, pero las cosas suceden alrededor de ella. La protagonista de esa acción no es ella, pero ver su reacción nos ayuda a contar dos historias a la vez que protegemos la identidad de una chica que, por ejemplo, no quisiera salir. O también a construir un poco más esa colectividad de mujeres que interactúa alrededor de La Mami.
-Desde el “stand-up” a lo más sesudo, siempre se ha hablado del baño femenino, sobre todo en una discoteca o en un lugar así, como una de las cunas de la sororidad. ¿Por qué cree que ocurre?
-Estoy muy de acuerdo. Creo que es, por supuesto, una habitación propia y una burbuja de autonomía, solo para mujeres. Y es un espacio, dentro de ese microclima que es el Barba Azul, que para mí representa algo mucho más grande. Es la habitación propia de Virginia Wolf. Es el único lugar donde pueden ser ellas mismas. Es también el espacio para la conversación, para el desahogo, para el cuidado y luego salir a la pista de baile y ponerse a competir. La Carmen que está preocupada en el baño, cuando baja las escaleras se transforma en Priscila y tiene que estar contenta, porque si no, no va a trabajar.
-Uno de los asuntos que se trata de forma satelital es el del consumo de alcohol. De hecho, Priscila parece incluso haber tenido problemas fuera del trabajo por ello… ¿Cómo se enfrentan a esa narración tan peligrosa?
R. El alcohol es una regla más del juego. Hay chicas que están muy enganchadas y yo, que he estado mucho tiempo siguiendo sus historias, he visto cómo llegan frescas un martes y que para el sábado estén tiritando de la resaca. Es muy fuerte. Hay quien llega con una botella de agua en la mano y quien lo hace con una cerveza. Por supuesto, algunas han desarrollado trucos para no beber todo lo que les ofrecen, tirarlo o esconderlo.
-También está presente la concepción del trabajo sexual, tan complicado incluso dentro de los feminismos y con varias corrientes de aceramiento. ¿Las chicas del Barba Azul son trabajadoras sexuales?
-He de decir que yo siempre quise limitarme al espacio del Barba Azul. Allí no hay citas privadas ni se ejerce la prostitución. Ahora bien, en ese alquiler de su compañía que se hace en el local para charlar, ligar o beber, hay algunas chicas que sí van más allá. Se trata de algo difícil de entender desde España, porque es algo muy ligado a la propia idiosincrasia de México. Nació en los años 50 y tiene que ver con el amor romántico, con los celos, con estas salsas, boleros y cumbias sufridas que se tocan.
-En último término, ¿de qué trata “La Mami”?
-Para mí, este viaje era importante para reivindicar espacios de autonomía y alianzas, como ese baño de mujeres, para que mujeres que sufren un estigma y un juicio con la sociedad pudieran como vivir libremente. La importancia de los espacios de colectividad, de construcción, de amistad, de palabra, de desahogo, para poder salir a la calle en un sistema que nos juzga y estigmatiza y vivir más libres, más fuertes.
Según avanzaba la producción, fui entendiendo mucho más la complejidad del ser humano, cómo lidiar con el amor, con cómo la vida te puede hacer mala o buena según quién te juzgue… La complejidad y los grises, en definitiva, de unos personajes muy poderosos. Me hizo aprender mucho más.