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Arte

Carmen Cervera: «El ‘Mata Mua’ volverá al Thyssen en mayo»

La baronesa hace balance de su vida en común en el centenario del nacimiento de Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza

El barón Thyssen-Bornemisza en la galería de pinturas de Villa Favorita, Lugano. Hacia 1988
El barón Thyssen-Bornemisza en la galería de pinturas de Villa Favorita, Lugano. Hacia 1988Museo Thyssen/

A la baronesa Thyssen aún no la han vacunado, pero «cualquier día de estos me la pondrán en Andorra». Y así empieza nuestra conversación a 1.000 kilómetros de distancia. Ella, en Andorra, y yo, en Madrid. Durante semanas Carmen Cervera será noticia porque el «Mata Mua» saldrá del búnker andorrano y colgará de nuevo, en mayo, en el Museo Thyssen gracias a la firma del acuerdo de alquiler de su colección. Y hoy también es noticia porque su marido, Heini Thyssen, habría cumplido 100 años.

Hay celebraciones en Madrid, pero ella tiene otros planes hasta que el día 19 inaugure la exposición de Georgia O’Keefe y ajuste los detalles para recolocar su colección junto a la de su marido, como cambiar el color siena de las paredes del museo por un blanco roto: «Las salas de mi colección no se pintaron de siena con estuco natural y por eso ahora son blancas. También presto cuadros nuevos y hasta la inauguración será una sorpresa». El acontecimiento es que regresa el hijo pródigo. «Por el “Mata Mua” me ofrecían 250 millones, pero no lo vendo. Me he despedido de él y le he dicho, “hay que ver Gauguin, que no te quieres separar de mí”, y en mayo ocupará un lugar destacado en el museo». Junto a ella estará el otro coprietario, Borja, que ha participado en las conversaciones de cesión de los 429 cuadros de su colección.

–¿Cómo celebrará el que hubiera sido el 100 cumpleaños del barón?

–En la intimidad, con Heini y en mi casa de Andorra. Cocinando su tarta de cumpleaños. De las pocas veces que cocino al año es para hacerle su tarta. Como esta vez son cien, he hecho cuatro, dos de nata con fresas y dos de chocolate, sus favoritas, y en cada una pondré 25 velitas. No sabes el trabajo de encender 100; cuando termino, las primeras se han consumido. Las enciendo ofreciéndole el pastel a él en el cielo. Las niñas me ayudan porque siempre les digo de papá Heini, y le quieren mucho. Yo hablo todos los días con mi madre, mi padre, mi hermano y con Heini. Les doy los buenos días y les envío mensajes bonitos. Tengo fe, y pensar en mis seres queridos me hace vivir. Nuestra fuente es nuestra alma, que baja a la tierra y vuelve a subir.

–Y por Heini, cada 13 de abril sigue cocinando.

–Sí, alguna vez, cuando estábamos en Sant Moritz le hacía unos huevos fritos o un desayuno porque él no sabía lo que era una nevera. Me decía que, de pequeño, cuando estudiaba en Holanda, no sabía mandar ni una carta por correo, tenía una niñera que se lo hacía todo. No sabía guisar, ni contratar la luz o dónde estaba la llave del agua. A mí me gusta saber hacer las cosas por si pasaba algo para salir del atolladero. Heini era un hombre con suerte, le gustaba el 13, era su número.

–La suerte fue encontrarla a usted.

–Sí, él siempre lo decía. Nuestros mejores momentos eran cuando estábamos en un pequeño saloncito de Lugano, mientras veíamos salir la luna, poníamos música romántica y bailábamos. Todas las noches nos vestíamos para cenar y siempre coqueteábamos, hasta el último día hubo romance. Nos casamos cuatro días después de haber recibido el divorcio de su cuarta mujer. Ahí supe que mi vida cambiaría para siempre.

–¿Qué le gustaba regalar o que le regalasen?

–Nada en especial, pero él jamás entró en una tienda a comprarse algo. Venía el sastre de Milán a probarle. El de las camisas de Londres y el zapatero se los enviaban. No se preocupaba por su físico. Un día en el Caribe le corté el pelo, que no tenía ni una cana, y me dijo: «Nunca más me va a tocar nadie el pelo, solo tú». Éramos como Sansón y Dalila, pero en bueno.

–¿Los hijos del barón fueron un escollo en su relación?

–Los herederos nos amargaron la vida. Heini falleció veinte días después de firmar la paz en la familia y después de recibir todo lo que recibieron ninguno de ellos fue capaz de venir a verle para darle las gracias o despedirse. Solo estábamos Borja y yo. Sin embargo, al notario sí que fueron y con muchos abogados.

–Acaba de morir el duque de Edimburgo, un hombre al que ustedes trataron.

–Nosotros somos miembros de su organización de protección a los animales, WWF. Le conocimos y no estoy nada de acuerdo con la serie «The Crown», no les retrata como son. La princesa Margarita nos visitaba en Lugano y no era así. Admiro mucho a la familia real inglesa, nos unen pasiones como la jardinería, el arte y los animales. Yo duermo con cinco perritas y tengo 25, casi todos recogidos. Cuando fallece uno se le entierra en casa, excepto en Lugano, que allí las leyes te hacen entregarlo al veterinario y lo queman. Cuando murió Bananas, un maltés que era malagueño, lo congelamos y me lo llevé, en el avión privado que teníamos, a enterrarlo en Málaga.

–En mayo firma el alquiler de su colección por quince años. ¿Borja está a su lado?

–Borja y yo estamos juntos y completamente de acuerdo. Yo soy más lanzada y él, más cauto. Es el único de los cinco hijos que se ha criado con Heini, rodeado de arte, y ha heredado su sentido del humor. Ahora, cuando quiera ver mi colección, lo haré con gente, no pediré que me abran el museo. Lo único que es mío y no exhibo es lo que yo pinto, lo demás es para compartir. A las siete y media me levanto y tomo mi café después de la ducha, camino un poco y preparo mi agenda. Como soy muy disciplinada, me gusta estar encima de todo. A las diez comienzan las llamadas y tengo que ocuparme de las casas, los cuadros, los museos y la jardinería. Quiero a los árboles y ellos me quieren, y Filomena supuso un estropicio en mi casa de Madrid. También están las niñas, que son ya adolescentes, y ahora estoy acostumbrándome, de nuevo, a esa etapa porque las chicas somos más guerreras. No soy una madre pesada,aunque la vida que has vivido cuenta y, a veces, les lanzo una de esas experiencias gordas y, si hacen caso o no, pues ya veremos.

–Los hombres que la han amado han puesto el listón alto. ¿Es difícil ilusionarse?

–Y no tengo ganas. Me casé muy joven, he estado toda la vida casada y me he acostumbrado a vivir sola. No sé lo que es aburrirse y si tengo un minuto libre es para pintar o leer. Soy dueña de mis actos, pero sí echo de menos a Lex y a Heini, que han sido los amores de mi vida. No tengo ganas ya de tener un hombre a mi lado. Me doy cuenta de los pretendientes y, como los ignoro, desisten.