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Historia

Arte

Bienvenidos a los años 20

El Museo Guggenheim de Bilbao reúne 300 obras en una exposición sobre esos años del pasado siglo que mantienen paralelismos con nuestra época y que algunos creen que se repetirán

'Baile de Palucca', una fotografía de 1926-27 de Charlotte Rudolph
'Baile de Palucca', una fotografía de 1926-27 de Charlotte RudolphMuseo Guggenheim Bilbao.

Los años veinte: jazz, cabarés y fiestas. Una exaltación de sensualidad, derroche, alegría y vida. Una «joie de vivre» contagió Europa y se expandió por Estados Unidos. El mundo había decidido dejar atrás las penurias de la Primera Guerra Mundial y decidió sumergirse en una celebración sin fin: guateques, almuerzos, coches rápidos y alcohol. En los gramófonos no cesaban de sonar los discos, las juergas se prolongaban más allá del amanecer y el amor resultaba, por fin, una aventura nueva y no una tediosa relación epistolar con un soldado que pudría sus pies en el fango de alguna trinchera.

El teléfono había introducido una impresión de modernidad y la vida era más acelerada que nunca. Hasta la Tierra parecía girar al doble de su velocidad. Todo mareaba: la ginebra, el cine, las chicas bonitas, los hombres atractivos, el charlestón y los amores fugaces. Ni Scott Fitzgerald hubiera imaginado semejante decorado para sus relatos. El bueno de Francis tuvo que conformarse con derrochar su imaginación en una realidad hecha de barras de bar y unas recepciones donde se ofrecían cócteles de mil sabores.

Aquella celebración perduró exactamente hasta el amanecer del 24 de octubre de 1929, el Jueves Negro, el día en que la bolsa de Nueva York hizo Crack y sus pilares financieros se resquebrajaron como las viejas columnas de un monumento caduco. La resaca, para Europa, fueron los fascismos, y, para América, la Gran Depresión. Hubo signos que precedían ese final, aunque nadie estuvo dispuesto a reconocerlos. Pero en las calles de Francia y Alemania resultaba sencillo reconocer a los soldados lisiados por la contienda del 14, con el espectáculo que suponían para los golfillos de las aceras sus mutilaciones imposibles y ese pulso quebrado por el impacto de los obuses. La pobreza no resultaba ajena al día a día, la prostitución era corriente, el desempleo suponía una lacra para los gobiernos y en la Europa más oriental se vivía el amanecer rojo de la URSS. «Los años 20 tuvieron estabilidad política y prosperidad, aunque ya hubo alguna ruptura, como la de Mussolini en 1922, aunque aún era diferente a lo que serían los 30, y en España el golpe de Primo de Rivera supuso un paréntesis –comenta Luis Arranz, académico correspondiente de la Real Academia de la historia–. Entonces todavía se pensaba que la República de Weimar se consolidaría y que iba a ser un régimen estable, aunque en Europa ya estaba presente el desafío bolchevique».

Muchos encuentran hoy paralelismos con aquel decenio escaso que convirtió la sonrisa en un estandarte y la diversión en homilía. Es inevitable encontrar similitudes que nos recuerden un tiempo en que vivir significaba trasnochar. Ahora mismo, el mundo está encarando el final de una epidemia que ha puesto en jaque una forma de vida y despertado en la mayoría las ganas de echarse en brazos de la noche y hasta que venga el sol para recogerle a uno. La campaña de Isabel Díaz Ayuso ha hecho lema con esta necesidad latente que se encuentra en una ciudadanía con la moral más famélica que el cuerpo de un galgo y los resultados que ha obtenido hablan por sí solos. Así, algunos predicen que estamos a las puertas de otra nueva eclosión de efervescencia. Muchos confinamientos, muchas restricciones y muchos entierros. A veces sucede que la muerte obliga a mirar hacia adelante y no hacia atrás.

La Gran Guerra

Entre nuestros años 20 y aquellos del siglo anterior hay parecidos, como un salto tecnológico que auguraba un cambio en la sociedad y una revolución científica que evidenciaba lo que aguarda en el futuro. El Museo Guggenheim de Bilbao, con una oportunidad que casi parece premeditada, inaugura una muestra sobre este periodo que ha reunido más de trescientas piezas que dan testimonio de las ganas vivir que hubo. «Dicen que existen paralelismos entre entonces y hoy –subraya Petra Joos, comisaria de «Los locos años veinte»-. Entonces, en Occidente salíamos de la Gran Guerra. Pero en esos años también se padeció la gripe española. Ahora tenemos la Covid, que, de alguna manera, puede concebirse como un suceso de parecida similitud. La diferencia entre ambos momentos reside en cómo se perciben los hechos y la solución que se les aplica». Para Petra Joos, que ha hecho un discurso expositivo que integra cuadros, esculturas, documentales, carteles, fotografías y fragmentos de películas, y que pone en relación la física cuántica con el arte, hay un aspecto que le fascina: las libertades que obtuvieron las mujeres y que tiene correlaciones también con hoy. «Tuvieron una enorme en Alemania. Ellas fumaban, bebía y hacían lo que querían. En 1918 podían votar. Con la Primera Guerra Mundial, los hombres tuvieron que marchar a la contienda y ellas debían sacar todo adelante, y esto les dio un enorme impulso. Además, y esto se ha olvidado, cuando regresaron los hombres, algunos estaban desfigurados. Pues fue precisamente cuando ellas comenzaron con la cirugía estética».

Culto al cuerpo

Fue un momento en que, como ella misma reconoce, «hubo muchas cosas que suponían un avance trascendental, como una producción en cadena, la expansión del automóvil y una nueva y avanzada arquitectura». Petra Joos destaca que también es cuando empezó «a cuidarse el cuerpo». Esto llegó acompañado de una época de expresión sin restricciones en todas las artes, no solo las plásticas, también en los espectáculos y «en ciertos aspectos que pensamos que son de ahora, pero que aparecieron entonces, como es el travestismo. No suponía un problema de cambiarse de sexo».

Lo que sí advierte Luis Arranz es que ahora existe un marco global que antes no estaba presente. «Hoy los medios para combatir las calamidades no son comparables, solo con vacunas ya tenemos una diferencia significativa con los tiempos de la gripe española, cuando no se disponía de ellas». Y hace hincapié también en otro dato crucial para entender lo que nos separa de los anteriores años veinte: «En aquella época, Europa occidental y Estados Unidos disfrutaban de un predomino absoluto y fuera de este ámbito no existía nada parecido. Los demás se adaptaban a Occidente. Ahora tenemos un mundo global y nos preocupan los japoneses, los chinos... Todo es más complejo y lo que esencialmente nos preocupa es qué suerte vamos a correr los europeos compitiendo en este contexto y si vamos a quedarnos rezagados». Luis Arranz, que quiere ser optimista, que quiere pensar que no habrá guerras en el futuro ni mayores penalidades, comenta: «Si no hay una crisis del 29, vamos bien».