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Arte

Bill Brandt, un genio entre luces y sombras

La Fundación Mapfre repasa la trayectoria de este fotógrafo, que renunció a su identidad alemana y aceptó la inglesa, a lo largo de cinco intensas décadas en las que cultivó el retrato, el paisaje y reflejó las desigualdades sociales

Estación de metro de Elephant and Castle, 1940 durante la Segunda Guerra Mundial Bill BrandtBill Brandt © Bill Brandt Archi

Ni era británico ni se llamaba Bill Brandt. Nació en Hamburgo en 1904 y en su carta bautismal aparece el nombre de Hermann Wilhelm Brandt. Su infancia estuvo marcada por la Primera Guerra Mundial, un conflicto que, en vez de alentar en su alma sensibilidades patriotas, lo animó a marcharse de su país y adoptar la nacionalidad británica. La primera vez que pisó suelo inglés tenía 25 años y corría el calendario de 1921. Esta biografía somera da a entender la importancia que después tendría el tema de la «identidad» en sus instantáneas, algo que no debe pasarse por algo cuando se trata de adentrarse en la obra de uno de los grandes clásicos de la fotografía.

La Fundación Mapfre, en el marco de PhotoEspaña, dedica una amplia retrospectiva para conocer a este maestro (incluso ha traído algunas de las cámaras que utilizó a lo largo de su carrera). Las razones que le impulsaron a tomar los caminos de esta vocación no están demasiado esclarecidas, pero, la realidad, es que lo hizo. Inició como asistente en Viena y después tomó el vuelo que lo convirtió en un referente. Para formarse se marchó a París, una ciudad que entonces era el epicentro de todas las artes y culturas. En el taller de Man Ray aprendió el oficio, los trucos, cogió experiencia y, también, seguridad. Ese ambiente, por donde revoloteaban artistas procedentes del resto de Europa, se convirtió en una escuela afortunada, proteica en influencias y estilos, que le serviría para ir trazando una fotografía de enfoques personalísimos y que le conduciría incluso a los arrabales del Madrid de los años treinta.

En estos inicios ya están los temas y contrastes que trabajaría en su siguiente etapa, en Inglaterra. Ahí se preocuparía, cómo no, de captar el clasismo de esa sociedad; de mostrar a los que están en las cúspides del bienestar y los que andan peleando con la miseria corriente. Hay aquí no solo una diversidad de tipos, sino también de ambientes, modales y comportamientos que arrojan una fresca radiografía de esa Inglaterra de finales de los treinta y los cuarenta que es muy ilustrativa y enjundiosa. Bill Brandt, que jamás rechazó una sola esquina de la creación, también se adentró en el retrato puro, un género que la pintura había explotado y que es uno de los cúlmenes de cualquier creador. El polémico Robert Graves, Pau Casals, E. M. Forster, el católico y a la vez bohemio Graham Greene, Henry Moore, Dylan Thomas, Bacon o Picasso posaron para su lente. En este género rompió las convenciones y decidió sacar la instantánea de estos personajes en su propio ambiente, no solo como un elemento decorativo, sino con el propósito de enmarcarlos, darlos un contexto, aportar a la psicología todo un pasado y puede que hasta un futuro.

Luces y sombras

Brandt, uno de los genios de este arte, influido por el surrealismo, amigo de los claroscuros, de los ambientes menudos y atrabiliarios de las ciudades industriales, que sentía una predilección por esos ocasos de soles mortecinos y farolas que tibiamente empezaban a alumbrar durante los últimos latidos del día, trabajó unos inquietantes paisajes donde parece que la luz y las sombras son los protagonistas reales, más que los horizontes urbanos o rurales. Es un Brandt que sabe difuminar en este juego de blancos y negros las propias formas. Lo que acaba captando la atención del espectador no es el río, sino el reflejo del agua; no los tejados, sino la luz que parece estallar al contacto de la pizarra.

Si existe una línea donde Bill Brandt parece trascender el mundo físico es justamente en el mundo más físico de todos: el desnudo. Principia con una fuerte carga simbólica, pero su mirada cambia al visitar una playa de Inglaterra. Los cantos rodados le parecen partes del cuerpo y, a partir de entonces comienza a jugar. El resultado es una serie de instantáneas que el espectador apenas puede distinguir si es el fragmento de una fisionomía o una piedra pulida.

Las cámaras que empleó Bill BrandtCristina BejaranoLa Razón
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