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Los Inhumanos: salvados por un polvo en un Simca Mil, la historia real

De la ilustre tradición de la música satírica, los valencianos fueron un grupo etílico y disparatado como pocos, tal y como cuenta Alfonso Aguado en sus memorias

Por Los Inhumanos pasaron decenas de integrantes, pero podían ser una treintena cada vez que se subían al escenario
Por Los Inhumanos pasaron decenas de integrantes, pero podían ser una treintena cada vez que se subían al escenarioArchivo

Con sus túnicas, sus canciones absurdas y su actitud beoda, era difícil tomarles en serio. Pero es que Los Inhumanos no lo pretendieron ni por un segundo. La verdad es que, entre tanta autobiografía musical pagada de uno mismo, reconforta mucho leer las memorias de Alfonso Aguado (“Historias inhumanas”, Atlantis), líder del grupo que se hizo famoso por las dificultades para hacer el amor en un Simca Mil entre otras historias costumbristas. Apenas 200 páginas en las que no se leen lugares comunes sobre el proceso creativo, el duro trabajo hacia el éxito o las tediosas experiencias individuales que conducen a quienes se llaman a sí mismo artistas a su lugar en el Olimpo. No, nada de eso. Solo 40 breves capítulos de pura farra y descontrol, y un carromato de seres extraordinarios. Son unas memorias tan humildes y tan desinteresadas, que ni siquiera explican algunos de los grandes éxitos de la banda, canciones tan reconocibles por varias generaciones (seguramente ninguna menor de 20 de años) como “Manué, no te arrime a la paré”, “Qué difícil es hacer el amor en un Simca Mil” o “Me duele la cara de ser tan guapo”.

Son tan desordenadas y anárquicas estas memorias que guardan para el capítulo 32 la cuestión de los orígenes. El grupo nació en 1980 en la playa de El Saler (Valencia) y no estaba interesado en hacer “canción protesta” o “canción con mensaje”, suplicios ambos difíciles de digerir para Aguado, que tiene un visión de los años ochenta cargada de lógica. “Ser adolescente en España después de la muerte de Franco era un coñazo. Todo giraba en torno a la política. Cuando murió el señor bajito que no dejaba hablar de política al resto de españoles, solo se hablaba de política. (…) Es absurdo que unos chavales que se pasan ’'empalmaos’' la mitad del día hablen más de política que de follar, pero eso es lo que nos ocurría en aquellos años, conocidos a posteriori como los de la Transición, aunque en ese momento nadie los llamaba así. El patrón estándar de nuestros hermanos mayores no podía ser más rancio y casposo”, escribe.

Los Inhumanos renegaban del estilo intelectual, de la chaqueta de pana y del fular, del cine poético incomprensible. Miraban desde la barrera la profusión de partidos políticos y de poemarios de Neruda. Percibían con desdén la ausencia de depilación y los pósteres del Che. “Si decías que te gustaban Los Sírex, Los Mustang o Fórmula V, te consideraban un friki y te dejaban de hablar”, recuerda. Pero ellos esperaron su momento. “La gente no tardó en estar hasta los huevos de la política y las esperanzas se convirtieron en desencanto. La llegada de la democracia supuso un cambio de collares, pero no de perros, y los jóvenes rebeldes que consiguieron pillar cacho -despacho, coche oficial y prebendas- abandonaron el espíritu revolucionario”, escribe el líder de Los Inhumanos. “Dejaron un vacío desolador y nos lanzamos a ocuparlo”. ¿Qué sucedió? Efectivamente: en los ochenta llegó la fiesta. Y Valencia estaba en el epicentro mundial.

Doce músicos, dos principios

Antes de que llegara la Ruta del Bakalao o Ruta Destroy, que es un capítulo aparte, en Valencia ya había fantásticas discotecas e incluso el primer “after” del mundo. Y en ese ambiente nacieron Los Inhumanos. No tenían instrumentos, pero no importaba, porque tampoco sabían cómo tocarlos. Eran una docena de cantantes con solo tres micrófonos, una guitarra y una caja de ritmos. Claramente sobraba gente encima del escenario, pero, para compensar, solo tenían dos principios: “ligar y beber gratis”. Con el único propósito de causar estragos en las verbenas populares logran su primer éxito: un EP de cuatro temas que vende miles de copias y que editan en un sello muy particular, Ediciones Milagrosas. Un día, en una gala de pueblo, se les acercan dos capos de una multinacional, la CBS. Con ellos publican “Manué no te arrime a la paré” y consiguen cumplir su sueño: “Echamos unos cuantos polvetes y bebimos gratis, pero la llegada de dinero a la casa del pobre nos causó problemas, porque algunos no estaban de acuerdo en cómo repartirlo”. Les echaron de la compañía porque les veían un grupo humorístico y “tabernero”. No encajaban en la nueva vanguardia de la Movida madrileña. Cierto es que todo el mundillo musical les miraba como a marcianos y que sus costumbres etílicas y anárquicas no ayudaban. Estaban desahuciados pero una noche les salvó la vida.

“Me salvó un polvo. Sí, la historia podría titularse así. Por un polvo en un coche con mucho frío cogí la gripe con mucha fiebre. Como estaba en casa enfermo, cogí la guitarra para no aburrirme y traté de hacer una canción sobre las dificultades de hacer el amor en el coche”, cuenta Alfonso Aguado, que desvela que el vehículo de la noche de autos (nunca mejor dicho) fue un Renault 12, pero que no encajaba en la letra. Probó todos los modelos imaginables hasta que halló el perfecto: un Simca Mil. Grabaron la canción y el resto de lo que iba a ser su disco, “30 hombres solos”. Les rechazaron en todas las compañías hasta que en Zafiro, donde habían sustituido a sus ejecutivos por una remesa joven, entendieron lo que escuchaban. En aquel álbum estaban tambien “Me duele la cara de ser tan guapo”, “Dubaduba (Si pido otra verceza más)” y “Una pareja feliz”. Vendieron 400.000 copias y llegó el momento de gloria, el que se narra en 30 capítulos de fiesta, sexo y surrealismo. Antes, claro, de volver a hundirse.

Los Inhumanos llenaron plazas de toros, dejaron algún retoño en provincias y algún marido cornudo muy enfadado que esperó a que el grupo regresara al año siguiente para subir al autobús de la banda con un hacha. Sus giras eran un desmadre y no había manera de encontrar un chófer que no sucumbiera a las fiestas. Dos de ellos son protagonistas de estos capítulos y uno de ellos terminó integrado en el grupo por sus talentos diversos. El “road manager”, que tenía un sueño muy pesado, dormía con la recaudación de la gira guardada en un maletín esposado a su muñeca. Una noche le sacaron con el colchón y le metieron en el ascensor de un hotel. Solían esperar en el armario de la habitación de quien hubiese ligado para sorprenderle en el momento de la intimidad. De esos mimbres están hechos los recuerdos de Aguado, que elude hablar de los dramas y las penas, que también las tuvieron.

En su compañía, a veces les entendían y a veces no. El director de Zafiro se mostró indignado en Junta del Consejo de administración de su compañía porque había escuchado en la radio “esa canción que habla de hacer el amor en un coche. ¿Adónde vamos a llegar?”, exclamó ante el silencio general, hasta que le aclararon que la canción era suya, había vendido 200.000 copias y cada semana estaba disparada. Pidió unos discos para la familia. En 1993, grabaron “La verdadera historia de amor entre Kim Basinger y el Fary” y unos meses después Los Inhumanos acuden de invitados al programa de “Cruz y Raya” en TVE. El Fary está en el plató con una sonrisa de oreja a oreja, pero cuando llega el intermedio, persigue a los Inhumanos. “¡Tú!... ¡Sí, tú! -grita El Fary-. No sabes la que me has ‘‘liao’' en mi casa, cabrón. Mi mujer está hecha una furia”.

Galería de personajes y sucesos

El Guaje, o El Troglodita, era un tipo de dos metros, tan enorme como para dejar seca a una vaquilla de un puñetazo en unas fiestas de pueblo, cuando estaba cansado de que le persiguiera. Un tipo con pocos recursos gramaticales, impredecible, que no perdía la paciencia con facilidad pero que era mejor no comprobar sus límites. “Haber estudiao”, “guapamente” o “vaya rollo más malo que llevas” eran sus principales campos semánticos. Si le soltaba un porrazo a Emilio Aragón en directo, le decía: “haber estudiao”. Si era un guantazo a un policía municipal de Zamora, es que “llevaba un rollo muy malo”. Y así. ¿Su función en el grupo? Ser la mascota que más cubatas se ha bebido de la historia del pop español.

Paco el Espumín fue uno de los primeros que hacían fiestas de espuma en España y, por supuesto, Los Inhumanos lo ficharon. Era capaz de llenar de espuma una plaza de toros, pero eso muchas veces traía inconvenientes, así que este “profesor Bacterio” ideó el artefacto definitivo: el aeronabo, descrito por Aguado como “un cipote de cinco metros, relleno de helio, dirigido con dios hélices y un mando a distancia”. El estreno iba a producirse en el programa de Concha Velasco en La 1 de TVE, durante su actuación en “Viva el espectáculo”. Pero Fernando Navarrete, realizado del show, les llamó a capítulo. “¿Eso qué es”, preguntó. “Un artefacto volador”, le contestaron. “Ya, pues yo diría que tiene forma de polla, con los huevos y todo”, dijo Aguado. A partir de ahí entraron en una discusión sobre contenidos familiares que el grupo no podía ganar. Como no sabían qué hacer con el aeronabo, decidieron seguir desde el aire todos los movimientos de Raphael, ya se dirigiese al baño o a cualquier otro lugar en el entorno del Florida Park, en El Retiro, donde se grababa el programa. Ante su evidente cólera, hicieron aterrizar ese primer vuelo, pero el invento estuvo presente en todos los conciertos del grupo hasta que chocó con el marcador del pabellón del Real Madrid y quedó hecho trizas.

Tenían, incluso, una especie de escuela de aspirantes a vestir la túnica del grupo, una escuela de “Kdetes” con su rito iniciático que, como se puede imaginar cualquiera, no consistía en recitar poemas del Siglo de Oro. Esa parte se la saltó “El guiri”, un inglés que tocaba su guitarra en la calle y pasaba el platillo para sobrevivir. El grupo le fichó tras descubrir su talento para la desnudez permanente, ya fuera en el escenario o en un bar de Cuenca a la hora del desayuno. Alguna vez tuvieron que salir corriendo de la España vaciada. Regresó a Inglaterra y sentó cabeza.

Como las túnicas hacían una rima en la vestimenta, una vez invitaron a Rappel a cantar con ellos. Y qué mejor canción que “Triki Triki”, ese tema sencillo e infalible que cantaba otro señor con el mismo atuendo, Demis Roussos. Para sorpresa de todos, cantó fenomenal y el adivino predijo: “va a ser un éxito”. El nombre de la canción tenía resonancias fonéticas con el acto sexual, que es lo que en el vídeo imitaban con gestos Los Inhumanos detrás de Rappel hasta que terminaba de cantar y hacían sobre él un “montonet”, que era una especie de “melee” rugbística que casi le causa un soponcio. El disco, por cierto, resultó ser un fracaso. Tanto se juntaron Los Inhumanos con gente extraordinaria que uno de ellos, Toño Sanchís, se inició en el negocio de representante de los famosos de la tele. Lo fue de Carmen de Mairena, por ejemplo, y después de Belén Esteban, Kiko Matamoros, Rappel, Rosa Benito o Terelu Campos. Hizo una larga carrera.

“Fuimos tan amados por unos como odiados por otros. A algunos críticos se les llenaban los ojos de ira por saltarnos los dogmas de la Santa Iglesia del Rock & Roll. La historia de Los Inhumanos no es la historia normal de un grupo de cierto éxito, porque nada de lo que vivimos fue normal. Todo lo que rodea al grupo ha sido único y extraordinario, para lo bueno y para lo malo, para la gloria y para la hecatombe”, dice el líder de Los Inhumanos. Las historias malas, para otro libro.

“Ni Fernando Alonso, ni leches”, dijo Aragonés

Los Inhumanos se movían siempre sin plan, y así fue como lograron grabar el himno de la selección española de 2006. Se presentaron, a puerta fría en la puerta de la Federación de Fútbol. “Somos los inhumanos y traemos el himno de la selección”, dicen. “¿Tienen cinta?”, les contestan. “No”. “Pues el director de marketing está reunido y tiene la agenda completa. Se va para Alemania con el equipo mañana”. De esta situación nadie sale airoso, pero resulta que el directivo futbolístico se había conocido con su mujer en la discoteca Jácara en un concierto del grupo y les hace pasar, incrédulo. Escucha el himno. No le parece mal, así que hace llamar a Luis Aragonés. El sabio de Hortaleza, con su típico gesto de estar a punto de mandarte a paseo, resulta que se enamora de la canción. “Pero íbamos a presentar la canción que ha hecho El Sueño de Morfeo, el grupo de la novia de Fernando Alonso”, balbucea el directivo. “Ni Fernando Alonso ni leches. El himno es este. Una canción estadio, no esas que traéis siempre”. La letra de la canción “A por ellos, oé”, estaba hecha a la medida de los futbolistas, y lograron convencer al míster y a los jugadores de grabarla esa misma tarde. De aquel torneo, España ganó el premio al juego limpio