¿Y si la solución de La Palma está en Nouva Gibellina?
El pueblo siciliano sufrió un terremoto en 1968 que terminó con todos los edificios del valle del Belice y con la vida de 500 personas. Unos años después, la prosperidad llegó al lugar, aunque ya nada volvió a ser igual
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Son ya días, semanas, mirando a La Palma y a las desgracias de miles de familias que, de la noche a la mañana, se han quedado sin nada. De momento, poco más se puede hacer que ayudar de una forma u otra a todas esas personas, pero ¿qué pasará cuando el volcán diga basta y se pare? Volverá una nueva normalidad (muy diferente a aquella de hace un año en la que la Covid-19 seguía siendo un completo desconocido). Ahora, la pandemia ha pasado a un segundo plano en la isla, también en el resto de España, y las preocupaciones se centran en cómo reconstruir Todoque, El Paraíso y alrededores.
¿Por dónde empezar? Pues bien, sin ser exactamente igual, la respuesta puede estar en el valle del Belice, en Sicilia. Un lugar arrasado en la madrugada del 14 de enero de 1968. Entonces no fue un volcán, sino un terremoto, el que sembró el caos y allí fallecieron hasta 500 vecinos. Los pueblos de todo el valle fueron destruidos. El Belice era una de las zonas más pobres de Italia y ya antes de la catástrofe se habían producido fuertes protestas para darle un giro a la situación.
El terremoto no cambió el panorama a corto plazo y en el segundo aniversario del movimiento de tierras se convocó una vigilia ante las ruinas del pueblo de Gibellina. Al encuentro acudieron algunos de los más importantes escritores y artistas italianos; y, desde ese momento, se marcaba el inicio de una nueva etapa: después de años viviendo en barracas, la villa se reconstruyó a 15 kilómetros de su lugar original. “Nuova Gibellina”, llamaron al nuevo asentamiento, que en los años 90 fue la sede de uno de los festivales de teatro más importantes de Italia. Y es ahora el teatro el que recupera esta historia en “El libro de Sicilia”, una pieza de Pablo Fidalgo en la que se pone de relieve la vida de un hombre de las tablas, Nicolò.
Aprendió allí mismo el oficio y después se marchó a Bruselas y a Roma para trabajar como productor y programador. “En el 2010 decidió volver y ocuparse de su pueblo, del Cretto (un recordatorio del suceso del 68) y de su isla”, explica el autor, que en esta pieza se pregunta ¿qué significa hoy hacer memoria, reconstruirse o renacer? ¿Cómo nos define la geografía donde vivimos? ¿Qué puede hoy el teatro? ¿Qué puede hoy el Mediterráneo?...
Presenta así a Sicilia como “la metáfora del sur de Europa”, de una grieta invisible, de un territorio intermedio, de una forma de vida que no acaba de encajar porque quizá no quiere hacerlo. Una isla que fue la puerta de entrada de muy diferentes ideas y civilizaciones, pero también una tierra hospitalaria y, a la vez, desconfiada; en el centro del mar, pero en los márgenes de todo. “Si una idea de Europa existe todavía, quizá tenga que empezar por Sicilia”, asegura el equipo del montaje.
“Querido Nicolò –escribe Fidalgo–. He estado viajando por Sicilia durante años, casi siempre solo, tomando notas, escribiendo, mirando, pensando, corrigiendo. Cuando llegué esta vez a Sicilia, el 12 de marzo, el Etna estaba en erupción. Fuimos hasta las faldas del volcán para sentir la tierra, pero era un día de lluvia y niebla y no conseguimos ver mucho. Un amigo de Catania nos dijo que en esos días las personas estaban nerviosas y que la actividad del volcán se sentía completamente en el día a día, en las caras y en los cuerpos”.
Asegura el autor y director del texto (con dramaturgia de Lázaro Gabino Rodríguez) que esa es la sensación que siempre encuentra en Sicilia: “La isla vive todavía en esa idea del tiempo, atendiendo al sol y a las horas del día, dentro y fuera del sistema. Tú me has hecho llegar el sentido de la tragedia como otros te lo hicieron llegar a ti. Yo he encontrado aquí la fábula, los sueños y la resistencia a la muerte. En esta obra, vamos a hablar de cosas de las que nadie habla ya. Vamos a hablar del destino de un pueblo, de la herencia del 68, del sentido de la tragedia hoy, de los teatros griegos donde nació este oficio”.
Se levanta así, sobre las tablas de la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero, una Gibellina que alberga “todas las contradicciones, toda la fascinación y la alucinación, la belleza y el espanto, el esplendor y la ruina”.
Ludovico Corrao escribió un texto titulado “La reconstrucción es una metáfora infinita” y Fidalgo acude a él como guía de este trabajo. “Algunas personas dicen que Corrao, el día que presentó el proyecto del nuevo pueblo, explicó que esa noche había tenido un sueño, una visión, y que había visto fuegos encendidos en el viejo lugar de Salinella, donde finalmente fue reconstruido el pueblo. Esta noche las luces del pueblo están apagadas y hay un Siroco salvaje que parece enloquecer a las personas y a los perros. Siento que todo encierra un significado oculto que no se puede comprender si no se vive aquí. El proyecto de este pueblo, como el de Sicilia, como el de Europa, es un sueño difícil de creer, pero ¿por qué no creérselo un poco más?”, concluye el creador de una obra en la que ha contado con Cecilia Arena, Lautaro Reyes y Nicolò Stabile en el elenco.
- Dónde: Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa), Madrid. Cuándo: del 8 al 31 de octubre. Cuánto: 25 euros.