¿Por qué los muros de Pompeya están llenos de penes?
Uno de los aspectos que más sorprenden al visitante cuando llega a la ciudad engullida por el Vesubio es la multitud de atributos masculinos que llenan sus calles
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No existe viaje planificado por el sur de Italia en el que no esté la parada de Pompeya. Cualquier manual del buen “guiri” (y no tan guiri) incluye la visita a la ciudad de las faldas del Vesubio. Con más o menos tiempo, el pack viene con un rato en Nápoles y otro en las ruinas de esta urbe arrasada por un volcán, tan de moda en estos tiempos, para continuar hacia Roma o en busca de la costa Amalfitana. Todo depende del itinerario elegido.
Aunque Pompeya bien necesitaría toda una jornada para sí misma o quizá más si eres de los apasionados por la arqueología o del Imperio romano. Sea como sea, la verdad es que el lugar bien lo merece. La velocidad a la que la lava se comió a sus calles y a sus gentes, algunas de ellas inmortalizadas para siempre en la misma postura que tenían hace casi 2.000 años, ha convertido este punto de la región de Campania en un documento único de cómo era la vida entonces, antes de ese fatídico 24 de agosto del año 79.
Tal es la importancia del lugar, que cada cierto tiempo, no mucho, en alguna de las campañas arqueológicas que se mantienen por norma, se descubre un nuevo hito. Como ese “thermopolium” (termopolio; del griego “thermopolion”: “Comida caliente para vender”) descubierto en 2020, una suerte de “fast food”, restaurante de comida rápida, en plena calle. Ya había sido desenterrado, en parte, un año antes, pero no fue hasta meses después cuando la investigación confirmó que aquel mostrador era un McDonald’s de la época.
El “local” se encontraba en algo así como uno de los barrios de moda y más poblados de Pompeya, en el cruce entre las calles de las Bodas de Plata y la de los Balcones, y, además, el hallazgo vino con más premios: un fresco de la ninfa marina, Nereida, montada sobre un caballo y pinturas de varios animales, sobre todo aves de corral, pintados en colores brillantes.
Todo ello es consecuencia de una colada de lava que, de una forma fugaz, paró el tiempo en Pompeya: “El termopolio da la impresión de haber sido cerrado y abandonado apresuradamente por sus propietarios, aunque es posible que alguien, quizá el hombre más viejo, se haya quedado y falleciera durante la primera etapa de la erupción, al derrumbarse el desván”, reconocía entonces Massimo Osanna, director general del Parque arqueológico.
Pero al margen de los descubrimientos que van surgiendo a medida que se rasca en la tierra/lava/cenizas, hay un aspecto concreto de la ciudad que llama la atención, y mucho, a los visitantes que se dejan caer por el lugar: los penes. Penes por todas partes. El pene como un emblema ligado a una sociedad que lo tenía mucho más presente, al menos de forma visible, de lo que lo tenemos ahora. Paredes, puertas, hornos de pan, carreteras... El miembro viril masculino por antonomasia lo llena todo.
¿Por qué? Dependiendo del guía que te toque ese día puede que te cuenten una historia u otra: de simples flechas para llegar hasta un lupanar a amuletos al estilo del “eguzkilore” vasco que se pone encima de las puertas para espantar a las malas vibraciones. Pero conviene acudir a voces autorizadas para entender un poco el panorama de la ciudad. Así, Mary Beard, experta en el mundo clásico y Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales (2016), habla del común “pene alado” como una mezcla entre el chiste y la veneración en su obra “Pompeya. Historia y leyenda de una ciudad romana” (Crítica).
Y es que el pene solo viene a confirmar lo erotizada que estaba la sociedad romana, que convirtió el placer sexual en su rutina. Se puede hablar de ciudad falocéntrica en la que las representaciones que ahora vemos como “subidas de tono” eran de lo más normal. Si no, expliquen, cómo es posible que un fresco del dios de la mitología griega Príapo, bien dotado, por supuesto, estuviese allí como uno más e, incluso, pesándose sus atributos en una balanza. Un personaje menor en el imaginario heleno que estuvo muy presente en el mundo romano que surgió de la relación entre Afrodita y Dionisio: Hera, celosa por la relación adúltera entre Zeus y Afrodita, se vengó de Príapo otorgándole un aspecto grotesco y unos órganos genitales de tamaño descomunal, cuenta la leyenda.