¿Por dónde irá la ópera tras la pandemia?
Quizá no haya respuesta a esta pregunta, pero sí hay pistas que nos pueden iluminar cuál podría ser su futuro
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Esta es la pregunta para la que los teatros querrían tener una respuesta. Quizá no la haya, pero sí hay pistas que nos pueden iluminar cuál podría ser su futuro. A lo largo de más de un año hemos ido viendo reacciones diferentes. Vimos cómo los teatros más importantes del mundo -Metropolitan, Covent Garden, París, Scala, etc. - iban cerrando. Vimos también los desacuerdos que se fueron produciendo entre dirección y trabajadores, con conflictos tan llamativos como los del Met, donde durante meses no se pagó a la orquesta para finalmente claudicar. Poco a poco algunos teatros y algunos festivales de música se dieron cuenta de la importancia de continuar en el candelero de una u otra forma y buscaron alternativas. Así empezaron a difundirse los streaming, primero con galas puntuales. Jonas Kaufmann ofreció un recital de lied desde su teatro bávaro que, con el formato sin público, resultó tan desangelado como para que él mismo declarase al final, en el espacio donde hubiera debido haber aplausos, que no le había gustado nada la experiencia. Luego, por cierto, se acostumbró hasta convertirse en el cantante con mayor actividad durante la pandemia. Él es un claro ejemplo de la buscada adaptación. Viena, la Scala y, curiosamente el Met desde Europa, etc. ofrecieron sus galas. En seguida este último teatro puso en internet sus archivos históricos mediante pago, no importándole si en su gran mayoría los protagonistas fuesen Levine o Domingo, y dejó gratuitamente una ópera al día. Viena, Munich y otros teatros se apuntaron con ideas parecidas y, en algún caso, estrenaron producciones sin público y con los artistas comprimarios con mascarillas. La música demostró tener imaginación y la English National Opera recurrió a reinventar los autocines de los años cincuenta, a ver la ópera con seguridad desde los coches y hasta con una “Boheme” con los artistas de coche en coche. Y, finalmente, aparecieron las producciones específicas -Operavisión- conectando la música en vivo con los medios audiovisuales y muchos complementos, sin duda base para el futuro. Los teatros sobrevivieron como pudieron, con reducciones de costes, expedientes de crisis, despidos, los ingresos por streaming o, como Ópera Australia, hasta vendiendo sus almacenes. O como la Ópera de Viena con parte de su vestuario. Agrandes males, grandes remedios.
España, y muy concretamente Madrid, fue la excepción admirada y envidiada en todo el mundo. El Teatro Real se atrevió y arriesgó al abucheo de “Un ballo in maschera” dentro de una ininterrumpida actividad con aforos y medidas controladas. También la Zarzuela. Se acudió a nuevos formatos, más reducidos escénica y orquestalmente para aquellas obras que no fuesen de cámara. “La vida breve” de la calle Jovellanos fue un claro ejemplo, con una completa adaptación/reescritura de la obra de Falla realizada por Gómez Martínez a partir de la partitura para canto y piano. Una nueva puerta abierta gracias al virus para teatros pequeños que no puedan utilizar la amplia plantilla orquestal habitual.
Esperemos que las instituciones, ahora que parece volver la normalidad, no tomen el camino de las plantillas artísticas y producciones reducidas porque la ópera, si quiere sobrevivir, ha de seguir siendo el espectáculo total por excelencia. El futuro está en las superproducciones, con planteamientos que atraigan al público en vez de alejarlo, comercializadas por diferentes canales de forma que los precios puedan mantenerse controlados y asequibles al gran público. Este es el reto y lo comprobaremos en el Festival de Verona de este verano con la introducción de decorados virtuales en tres dimensiones