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“Érase una vez en Euskadi”: la importancia de llamarse maketo

El director Manu Gómez teje un recuerdo de su infancia, con nostalgia pero sin estilización, en el que no evita el problema de la heroína, los atentados de ETA o la epidemia del SIDA

Vicente Romero (en el centro) y Miguel Rivera, parte del relato de "Érase una vez en Euskadi", de Manu Gómez
Vicente Romero (en el centro) y Miguel Rivera, parte del relato de "Érase una vez en Euskadi", de Manu GómezLA CANICA FILMS

La carrera de Manu Gómez (Mondragón, 1973) es un ejemplo de todo lo que está bien y todo lo que está malen el cine español. Han tenido que pasar más de veinte años para que este brillante guionista y, hasta ahora, ayudante dirección (”Los Borgia”, “Bajo sospecha”) haya podido firmar su ópera prima: la espléndida y reivindicable en un fin de semana cargado de estreno “Érase una vez en Euskadi”. Entendida como una “estilización sin nostalgia” de su propia infancia, como explica a LA RAZÓN, la película pasó por el reciente Festival de San Sebastián y es, en cierto sentido, una tesis sobre el encuentro entre la cultura vasca y la del resto de España en los ochenta, cuando empezamos a familiarizarnos con el término “maketo”. Primero despectivo y luego estrictamente descriptivo, el palabro surgió para hacer referencia a aquellos hijos de andaluces, extremeños o castellanos que encontraron en las industrias vascas de los ochenta un hogar y un empleo.

Sin plantear su filme como una enmienda, y más bien un retrato costumbrista de un tiempo y sus batallas diarias, Gómez no cae en los tópicos propios del subgénero ochentero en el que se mueve: allá donde producciones como “Stranger Things” o la exitosa “Paraíso” de Movistar+ le dan a la época un filtro de estilismo, “Érase una vez en Euskadi” no huye del terrorismo de ETA, de la ola mortal que trajo consigo la heroína en los barrios obreros o la epidemia del SIDA, de la que apenas se iban conociendo detalles en ese tiempo. E, incidiendo sobre ello, Gómez consigue naturalizar la tragedia pero también la belleza de una infancia, la suya, que puede encontrar resonancias hasta con lo más contemporáneo. Su ópera prima no es tanto un ejercicio de nostalgia como uno terapéutico, el de volver a encontrarse con una madre fallecida o el de superar su frustración por una carrera ciclista que, pese a la pasión, jamás llegaría a prosperar.

Al final, lo que consigue el director que atendió a este periódico hace unos meses, es epatar en los valores universales de lo traumático, sin melodramas, y por la vía del recuerdo. “Érase una vez en Euskadi” es una película sobre la experiencia “maketa”, sobre los hermanos mayores, sobre la pérdida y sobre la amistad en la infancia, pero todo ello puede resumirse en que, también, es una película sobre aprender a cerrar heridas. Con un reparto encabezado por cuatro descubrimientos (Asier Flores, Miguel Rivera, Aitor Calderón y Hugo García) y otros tantos portentos de apoyo (Luis Callejo, Marián Álvarez, Yon González o Josean Bengoetxea), la película se sirve de una época horrorosa para ser niño y la trasciende hablando sobre lo que, en realidad, nos va haciendo adultos.

"Érase una vez en Euskadi", de Manu Gómez, se estrena en cines el viernes 29 de octubre
"Érase una vez en Euskadi", de Manu Gómez, se estrena en cines el viernes 29 de octubreLA CANICA FILMS

-Seamos originales. ¿Cómo nace la historia?

-La historia la escribí como hace cinco años, más o menos. Al cabo de un tiempo conseguí la relación con la productora, Beatriz Bodegas. Todo fue un poco terapéutico también, porque me puse a vomitar, a escribir, a recordar y a buscar un poco entre mis recuerdos para construir esta historia. No estuve más de cinco meses escribiendo.

-¿Quería hacer un relato realista o está idealizado por la nostalgia?

-La película está basada en mis recuerdos de esa época y es bastante autobiográfica. En ese sentido es bastante realista porque va sobre mis recuerdos y sobre cómo viví yo aquella época junto a mis amigos. ¿Hay mucho de nostalgia? Por supuesto. Volver a esas calles, volver a esos niños, a mis amigos… todo está lleno de nostalgia. Decía García Márquez que la vida no es la que vivimos si no la que recordamos, o cómo la recordamos. Yo creo que esa frase tiene mucha verdad. El tiempo va cambiando la esencia de la realidad, pero creo que la esencia es realista.

-Dos décadas de carrera y es su primer largo. ¿Cómo de difícil es levantar una película en la España de 2021?

- Es muy complicado. Solo lo pueden hacer productores con mucha vocación y mucho amor al cine. En este caso, con Bodegas, hablamos de una luchadora auténtica. Hemos estado trabajando mucho tiempo para levantar esta financiación. Si antes era un milagro levantar una película, tendríamos que inventar una palabra nueva para lo que es ahora. Ahí están las taquillas, por ejemplo. Y todo ello sin olvidar que hemos rodado en plena pandemia, que ha sido brutal. Recuerdo que justo después de rodar vino otra gran ola y volvieron ciertos cierres, así que tuvimos mucha suerte. El equipo se volcó al completo, pero es complicado porque ha costado mucho dinero que no se ve.

-¿Cómo fue el trabajo con los niños? ¿Qué fue lo más complicado con ellos?

- Rodar con niños siempre es complicado. Hay una serie de horarios que hay que cumplir, porque hay que respetar sus convenios y limitaciones. Más allá de todo eso, ha sido muy positivo trabajar con estos cuatro porque desde un primer momento encajaron en los papeles. Para ello, hubo que buscar entre más de 500, claro. Los niños luego tienen esa particularidad de que cuando el actor va madurando pierde, que es un poco la exigencia consigo mismo. Lo bonito de los niños es que juegan, es que para ellos esto del cine se convierte en un divertimento más. Entonces poder jugar con ellos para sacarles el mayor rendimiento como actores es muy divertido y también un reto, claro. Y así es como encontramos el objetivo de la naturalidad.

Arón Piper (en la foto), Yon González o Marián Álvarez arropan al joven elenco de "Érase una vez en Euskadi"
Arón Piper (en la foto), Yon González o Marián Álvarez arropan al joven elenco de "Érase una vez en Euskadi"LA CANICA FILMS

-Quería hablar de la presencia de la muerte en la película. Y también del duelo, porque se acerca a ello de dos maneras totalmente distintas. ¿Cómo se encuentra el tono que quería darle?

- Yo creo que cuando cuentas una historia o intentar encerrar el período de una vida, quizá desde lo costumbrista, la muerte es algo que está presente en todos. Siempre. La película, como la vida, tiene dos caras: una amable y una trágica. Porque en eso consiste la vida, en las alegrías y las desgracias. Intenté pasear por esa montaña rusa de emociones de la manera más natural posible. La muerte llega, en algunos casos como el del terrorista o el yonki, porque están inmersos en dinámicas de peligro y tienen muchos boletos para ello. El SIDA y los picos arrasaron con buena parte de mi generación. ¿El terrorismo? Todavía peor, en pueblos como el mío, que es Mondragón. Y en el caso de la muerte de Carmen en la película, que es rotunda e injusta, no es más que la propia experiencia. Siempre quise normalizar esta situación y este período después del verano que parece amable y termina trágico. Así de duro es, y así de duro lo quise contar.

-Cuando uno narra desde la auto-ficción, ¿se llega a detener en algún momento de privacidad o quiere que haya toda la verdad posible?

- Toda la vulnerabilidad que había es la que tuve en mi infancia. Represento al personaje de Marcos (Asier Flores) porque siempre fui un ciclista malísimo. Eso me provocaba una pena tremenda, una frustración eterna. Es un actor mágico, con una inteligencia que a veces asustaba. Tiene un futuro por delante impresionante. Todo ese trauma que le persigue a través del ciclismo lo trabajó y lo integró de manera espectacular. Era fantástico cómo el niño entendía absolutamente todo y lo aplicaba. Surgía una magia que nos dejaba a todos perplejos.

-¿Cómo se lleva con la palabra “maketo”? ¿Hemos superado ya el trauma cultural de ese choque de generaciones?

- Es una pregunta que me suelen hacer, pero es que me llevo muy bien con la palabra maketo. No guardo absolutamente nada de rencor, al contrario, pero es una realidad que existió y que tanto a los “charnegos” como a los “maketos” nos marcó de alguna forma y convivíamos con ella a diario. Sobre todo en una época cuando no se utilizaba de forma amable. Me llevo bien, y no guardo ningún tipo de rencor. Lo que sí, me sigue haciendo mucha gracia.